11. Un resumen histórico de Babilonia

No ha habido en el curso de la historia una ciudad más atractiva que Babilonia. Su nombre evoca
visiones de riqueza y esplendor y sus tesoros de oro y joyas eran fabulosos. Podríamos pensar que
una ciudad así tenía un emplazamiento maravilloso, rodeada de ricos recursos naturales como
bosques o minas en un exuberante clima tropical. No era el caso, se extendía a lo largo del curso de
los ríos Tigris y Éufrates en un valle árido y plano. No había bosques, minas, ni tan sólo piedra para
la construcción. No estaba en una vía comercial natural y las lluvias eran insuficientes para la
agricultura.
Babilonia es un ejemplo de la capacidad del hombre para alcanzar grandes objetivos usando los
medios que tiene a su alcance. Todos los recursos habían sido desarrollados por el hombre, todas las
riquezas resultaban del trabajo humano.
Babilonia poseía tan sólo dos recursos- naturales: una tierra fértil y el agua del río. Gracias a una de
las más grandes realizaciones técnicas de todos los tiempos, los ingenieros babilonios desviaron las
aguas del río mediante diques e inmensos canales de irrigación. Los canales atravesaban todos los
parajes del árido valle para llevar agua al fértil suelo. Estas obras constituyen uno de los primeros
trabajos de ingeniería de la historia y el sistema de regadío permitió que las cosechas fueran más
abundantes de lo que lo habían sido nunca.
Afortunadamente, Babilonia fue gobernada durante su larga existencia por sucesivas líneas de reyes
que sólo se dedicaron ocasionalmente a las conquistas y los saqueos. Aunque la ciudad se embarcó
en diversas guerras, estas fueron locales o eran para defenderse de los ambiciosos conquistadores
llegados de otros países que codiciaban sus fabulosos tesoros. Los extraordinarios dirigentes de
Babilonia pasaron a la historia a causa de su sabiduría, audacia y justicia. Babilonia no dio orgullosas
monarquías que querían conquistar el mundo conocido y forzar a las naciones a someterse.
Babilonia ya no existe como ciudad, cuando las fuerzas humanas que construyeron y mantuvieron la
ciudad durante miles de años desaparecieron, se convirtió rápidamente en una desierta ruina.
Estaba situada en Asia, a unos mil kilómetros del canal de Suez, justo al norte del Golfo Pérsico. Su
latitud es cercana a los treinta grados sobre el ecuador, parecida a la de Yuma, Arizona, y poseía un
clima semejante al de esta ciudad, caliente y seco.
El valle del Éufrates, en otro tiempo populosa región agrícola, es hoy una llanura árida barrida por el
viento. Las escasas hierbas y los arbustos del desierto luchan contra la arena llevada por el viento.
Los fértiles campos, las grandes ciudades y las largas caravanas de los ricos comerciantes ya no
existen. Las tribus árabes nómadas son los únicos habitantes del valle desde la era cristiana y
subsisten gracias a sus pequeños rebaños.
La región está salpicada de colinas. Al menos durante siglos fueron consideradas como tales, pero los
fragmentos de alfarería y ladrillos gastados por las ocasionales lluvias llamaron finalmente la
atención de los arqueólogos. Se organizaron campañas para realizar excavaciones financiadas por
museos europeos y americanos. Los picos y las palas demostraron rápidamente que aquellas colinas
eran antiguas ciudades, las podríamos llamar “tumbas de ciudades”.
Babilonia es una de ellas, los vientos habían esparcido sobre ella el polvo del desierto durante veinte
siglos. Las murallas, originalmente construidas de ladrillo, se habían desintegrado y habían vuelto a
la tierra. Así es hoy en día la rica ciudad de Babilonia: un montón de tierra abandonado hace tanto
tiempo que nadie conocía su nombre hasta que se retiraron los escombros acumulados durante
siglos en las calles, los nobles templos y los palacios.
Algunos científicos consideran que las civilizaciones babilónica y las de las otras ciudades del valle
son las más antiguas de las que se tiene conocimiento. Se han demostrado de manera fehaciente
algunas fechas que se remontan hasta los 8.000 años de antigüedad. En las ruinas de Babilonia se
descubrieron descripciones de un eclipse solar, los astrónomos modernos calcularon fácilmente
cuándo hubo un eclipse visible en Babilonia y pudieron, de este modo, establecer la relación entre su
calendario y el nuestro.
Así se pudo calcular que hace 8.000 años, los sumerios que ocupaban Babilonia vivían en ciudades
fortificadas. No se puede calcular desde cuándo existían dichas ciudades. Sus habitantes no eran
simples bárbaros que vivían en el interior de unas murallas protectoras, sino gentes cultivadas e
inteligentes. Tanto como puede remontarse en el pasado la historia escrita, fueron los primeros
ingenieros, astrónomos, matemáticos, financieros, y el primer pueblo que poseyó una lengua escrita.
Ya hemos hablado de los sistemas de irrigación que transformaron el árido valle en un vergel
cultivado. Los vestigios de los canales son aún visibles aunque la mayoría están llenos de arena.
Algunos de ellos eran tan grandes que, cuando no llevaban agua, una docena de caballos podían
galopar de frente en su interior. Se los compara en amplitud con los canales más anchos de Colorado
y Utah.
Además de regar la tierra, los ingenieros babilonios llevaron a cabo otro proyecto igualmente vasto:
recuperar una inmensa región pantanosa en la desembocadura del Éufrates por medio de un sistema
de drenaje y hacerla cultivable.
Herodoto, historiador y viajero griego visitó Babilonia tal como era durante su apogeo y nos dejó la
única descripción conocida hecha por un extranjero. Sus escritos presentan una pintoresca
descripción de la ciudad y algunas de las extrañas costumbres de sus habitantes. Menciona la
fertilidad notable de la tierra y las abundantes cosechas de trigo y cebada que se recogían.
La gloria de Babilonia se ha apagado pero su sabiduría- ha sido conservada para nosotros gracias a
los archivos. En aquellos lejanos tiempos, el papel no había sido todavía inventado, y en su lugar, la
gente grababa laboriosamente sus escritos en tablillas de arcilla húmeda. Cuando las acababan, las
cocían y quedaban duras. Medían aproximadamente seis por ocho pulgadas y el espesor era de una
pulgada. Utilizaban estas tablillas de barro, como se les llama comúnmente, como nosotros las
modernas formas de escritura. Se grababan leyendas, poesía, historia, transcripciones de decretos
reales, leyes del país, títulos de propiedad, billetes e incluso cartas que eran enviadas mediante
mensajeros hacia ciudades lejanas. Gracias a estas tablillas hemos podido conocer asuntos íntimos
de la gente. Una tablilla que seguramente provenía de los archivos del almacenero del país cuenta,
por ejemplo, que un cliente llevó un vaca y la cambió por siete sacos de trigo, tres entregados en el
mismo momento y los otros cuatro a conveniencia del cliente.
Los arqueólogos recuperaron bibliotecas enteras de estas tablillas, cientos de miles de ellas,
protegidas por los escombros de las ciudades.
Las inmensas murallas que rodeaban la ciudad constituían una de las extraordinarias maravillas de
Babilonia. Los antiguos las consideraron comparables a las pirámides de Egipto y las situaron entre
las siete maravillas del mundo. El mérito de la construcción de las primeras murallas es atribuible a
la reina Semiramis, pero los arqueólogos modernos no han podido encontrar vestigios de estas
primeras construcciones, ni establecer su altura exacta. Por los escritos de los antiguos se estima que
medían entre unos cincuenta y sesenta pies en la parte exterior, que estaban hechos de ladrillos
cocidos y además protegidos por un profundo foso de agua.
Las murallas más recientes y célebres fueron construidas unos 600 años antes de Cristo por el rey
Nabopolasar, quien proyectó una construcción tan colosal que no pudo vivir para ver el final de las
obras. Fue su hijo Nabuconodosor, cuyo nombre aparece en la Biblia, quien las terminó.
La altura y la longitud de estas murallas más recientes nos dejan atónitos. Una autoridad digna de
confianza informó que debieron de tener alrededor de cincuenta y dos metros, es decir la altura de
un edificio moderno de quince plantas. Se estima que la longitud total era de entre quince y
diecisiete kilómetros y la anchura era tal, que en su parte superior podía correr un carro tirado por
seis caballos. No queda prácticamente nada de esta formidable estructura excepto una parte de los
cimientos y el foso. Además de los destrozos de la naturaleza, los árabes se llevaron los ladrillos para
construir en otras partes.
Uno tras otro, los ejércitos victoriosos de casi todos los conquistadores de ese periodo de guerras
invasoras se enfrentaron contra las murallas de Babilonia. Una multitud de reyes asedió Babilonia,
pero todo fue en vano. Los ejércitos invasores de aquel tiempo no eran despreciables y los
historiadores hablan de fuerzas de 10.000 caballeros, 25.000 carros y de 1.200 regimientos de
infantes de 1.000 hombres cada uno. A menudo necesitaban dos o tres años de preparación para
reunir el material de guerra y los depósitos de vituallas a lo largo de la línea de marcha propuesta.
La ciudad de Babilonia estaba organizada casi como un ciudad moderna. Había calles y tiendas,
vendedores ambulantes qué ofrecían sus mercancías en los barrios residenciales, sacerdotes que
oficiaban en templos magníficos. Un muro aislaba los palacios reales en el interior de la ciudad.
Dicen que esas murallas eran más altas que las de la ciudad.
Los babilonios eran artesanos hábiles que trabajaban en la escultura, la pintura, el tejido, el oro y
fabricaban armas de metal y maquinaria agrícola. Los joyeros creaban piezas de gusto exquisito y
algunas muestras que han sido recuperadas de las tumbas de ricos ciudadanos se exponen en
museos de todo el mundo.
En una época muy lejana, cuando el resto del mundo cortaba árboles con hachas de piedra o cazaba
y luchaba con lanzas y flechas con punta de piedra, los babilonios ya usaban hachas, lanzas y flechas
de metal. Eran financieros y comerciantes inteligentes. Por lo que sabemos, fueron los inventores del
dinero como moneda de cambio, de los billetes y de los títulos de propiedad escritos.
Babilonia no fue conquistada por sus enemigos hasta cerca de 540 años antes de Cristo. Pero
tampoco entonces fueron tomadas las murallas; la historia de la caída de Babilonia es de lo más
extraordinario, Ciro, uno de los grandes conquistadores de la época, proyectaba atacar la ciudad y
tomar las murallas intomables. Los consejeros de Nabónidus, rey de Babilonia, le persuadieron para
que fuera ante Ciro y librara batalla sin esperar a que la ciudad estuviera asediada. El ejército
babilonio, tras consecutivas derrotas, se alejó de la ciudad. Ciro entró por las puertas abiertas de la
ciudad, que no opuso resistencia.
El poder y el prestigio de Babilonia fueron declinando gradualmente hasta que, al cabo de unos
siglos fue abandonada, dejada a merced de vientos y tormentas que la devolvieron al desierto sobre
el que se había alzado en su origen. Babilonia había caído para no volverse nunca a levantar, pero
debemos mucho a su civilización.
Los siglos han reducido a polvo las orgullosas paredes de sus templos pero su sabiduría aún pervive.
F I N
* * *

10. El babilonio más favorecido por la suerte

Sharru Nada, el príncipe mercader de Babilonia, avanzaba orgulloso a la cabeza de su caravana. Le
gustaban los tejidos finos y llevaba ropas caras y favorecedoras. Le gustaban los animales de raza y
montaba con agilidad en su semental árabe. Era difícil adivinar su avanzada edad al mirarlo.
Ciertamente nadie habría podido sospechar que estaba atormentado interiormente.
El viaje a Damasco había sido largo y las dificultades numerosas. No le preocupaba, las tribus árabes
eran feroces y estaban ávidas de saquear sus ricas caravanas, pero no. tenía miedo porque sus
numerosas tropas de guardia le aseguraban una buena protección.
Estaba trastornado por la presencia de aquel joven a su lado que traía de Damasco. Era Hadan Gala,
el nieto de su socio de hacía años, Arad Gula, a quien debía una eterna gratitud. Quería hacer alguna
cosa por su nieto pero cuanto más pensaba en ello, más difícil le parecía, justamente a causa del
joven.
-Cree que las joyas son adecuadas para los hombres pensó mirando los anillos y pendientes del
joven-, y sin embargo tiene el rostro enérgico de su abuelo. Pero él no llevaba ropas de colores tan
llamativos. Lo he invitado a venir conmigo esperando poderle ayudar a hacerse una fortuna y a huir
del derroche con que su padre ha gastado su herencia.
Hadan Gula puso fin a sus reflexiones.
-¿Para qué trabajáis tan duramente, siempre de un lado a otro con vuestra caravana haciendo largos
viajes? ¿Nunca os tomáis un tiempo para gozar de la vida?
-¿Gozar de la vida? -repitió sonriendo Sharru Nada- ¿Qué harías tú para gozar de la vida si fueras
Sharru Nada?
-Si tuviera una fortuna como la vuestra viviría como un príncipe. Nunca atravesaría el desierto,
gastaría los shekeles tan rápido como cayeran a mi bolsa, llevaría las ropas más caras y las joyas más
raras. Esa sería una vida de mi agrado, un vida que merecería la pena de ser vivida -los dos hombres
rieron.
-Tu abuelo no llevaba joyas -Sharru Nada había hablado sin pensar, luego continuó en tono de
broma-. ¿Y no dejarías un tiempo para trabajar?
-El trabajo está hecho para los esclavos -respondió Hadan Gula. Sharru Nada se mordió los labios
pero no respondió, condujo en silencio hasta que el camino los llevó hasta una cuesta. Allí frenó su
montura y señaló hacia el lejano valle verde.
-Mira el valle, mira más lejos y podrás ver las murallas de Babilonia. La torre es el templo de Bel. Si
tu vista es aguda, podrás incluso ver el humo del fuego eterno en lo más alto.
Así, ¿aquello es Babilonia? Siempre he deseado ardientemente ver la ciudad más rica del mundo --
comento Hadan Gula-. Allí donde mi abuelo empezó a levantar su fortuna. Si todavía estuviera vivo,
no estaríamos ahora dolorosamente oprimidos.
-¿Por qué deseas que su espíritu permanezca en la tierra más allá del tiempo que le correspondía? Tú
y tu padre podéis culminar su trabajo
-Desgraciadamente ninguno de los dos tenemos sus dones. Mi padre y yo no conocemos el secreto
para atraer los shekeles de oro.
Sharru Nada no respondió pero aflojó las bridas de su montura y bajó, pensativo, por el sendero que
llevaba al valle. La caravana los seguía envuelta en una nube roja de polvo. Más tarde llegaron al
camino real y tomando rumbo hacia el sur, atravesaron tierras irrigadas.
Tres viejos que trabajaban en un campo llamaron la atención de Sharru Nada. Le parecían
extrañamente familiares, ¡qué ridículo! No se pasa cuarenta años más tarde por un campo y se
encuentran los mismos labradores. Sin embargo, algo le decía que eran los mismos. Uno de ellos
sostenía débilmente el arado, los otros dos, al lado de los bueyes se esforzaban, pegándoles en vano
para que continuaran avanzando.
Cuarenta años antes él había envidiado a esos hombres, ¡qué gustoso habría cambiado con ellos de
lugar! Pero qué diferencia, ahora. Se volvió para mirar su caravana con orgullo, sus camellos y asnos
bien elegidos y pesadamente cargados de mercancías valiosas-provenientes de Damasco, todos
aquellos bienes menos uno le pertenecían.
Señaló a los labradores diciendo.
-Aran el mismo campo desde hace cuarenta años.
-Se deben parecer. ¿Qué os hace pensar que son los mismos?
-Ya los había visto aquí -respondió Sharru Nada.
Los recuerdos recorrieron rápidamente su pensamiento. ¿Por qué no podía vivir en el presente y
enterrar el pasado? Vio entonces, como en una imagen, la cara sonriente de Arad Gula. La barrera
entre él y aquel joven cínico que estaba a su lado cayó.
Pero ¿cómo podía ayudar a un joven soberbio con ideas de lujo y las manos cubiertas de joyas? Podía
ofrecer trabajo en abundancia a hombres dispuestos a trabajar pero nada a los que consideraban que
el trabajo era indigno de ellos. Pero debía a Arad Gula algo más concreto que una tentativa a medias.
Arad Gula y él nunca habían hecho las cosas de esta manera, estaban hechos de otra madera.
Se le ocurrió un plan de manera repentina. No sería fácil. Debía considerar a su familia y su propio
estatus. Sería cruel, haría daño. Pero como era un hombre de decisiones rápidas, abandonó sus
objeciones y se determinó a actuar.
-¿Te gustaría saber cómo tu abuelo y yo formamos una sociedad que se revelaría tan ventajosa?
-¿Por qué no me cuentas sólo cómo conseguiste los shekeles de oro? Eso es lo único que necesito
saber --replicó el joven.
-Comencemos por los hombres que están arando -continuó Sharru Nada ignorando su respuesta-.
Yo no era más viejo que tú. Cuando la columna de hombres de la que yo formaba parte se acercaba a
ellos, Megido el agricultor se burló de la manera en que labraban. Megido estaba encadenado a mi
lado. Mira a esos tipos perezosos, protestó. El que aguanta el arado no hace fuerza para labrar
profundamente, los otros no vigilan que los bueyes no salgan del surco, ¿cómo pueden esperar tener
una buena cosecha si trabajan tan mal?
-¿Habéis dicho que Megido estaba encadenado a vuestro lado? preguntó Hadan Gula sorprendido.
-Sí, llevábamos un collar de bronce alrededor del cuello, una pesada cadena nos unía los unos a los
otros. Cerca de él estaba Zabado, el ladrón de corderos que conocí en Harrun. En la punta, un
hombre al que llamábamos Pirata, porque no quería decir su nombre. Habíamos pensado que era
marinero porque tenía tatuadas en el pecho unas serpientes enroscadas, a la manera de los hombres
de mar. La columna estaba organizada de manera que los hombres pudieran avanzar de cuatro en
cuatro.
-¿Ibais encadenado como un esclavo? preguntó Hadan Gula incrédulo.
-¿Tu abuelo no te dijo que yo fui esclavo en un tiempo?
-Hablaba a menudo de vos pero nunca hizo alusión a eso.
-Era un hombre en el que podías confiar los más íntimos secretos. Tú también eres un hombre en el
que se puede confiar, ¿verdad? -Sharru Nada le miró fijamente a los ojos.
-Podéis contar con mi silencio, pero estoy muy sorprendido. Contadme cómo llegasteis a ser esclavo.
-Cualquiera puede encontrarse en esa situación Sharru Nada se encogió de hombros-. Una casa de
juego y la cerveza de cebada me llevaron a la-ruina. Pagué los delitos de mi hermano.
-Durante una pelea mató a su amigo, yo fui entregado a la viuda por mi desesperado padre para que
mi hermano no fuera perseguido por la ley. Cuando mi padre no pudo conseguir dinero suficiente
para liberarme, ella se enfadó y me vendió en el mercado de esclavos.
-¡Qué vergüenza y qué injusticia! -protestó Hadan Gula-. Pero decidme, ¿Cómo recuperasteis vuestra
libertad?
-Ya llegaremos a eso, pero todavía no. Continuemos la historia. Cuando pasamos ante ellos, los
labradores se mofaron de nosotros. Uno de ellos se quitó el sombrero y nos saludó inclinándose.
“Bienvenidos a Babilonia, gritó, invitados del rey. Os espera en las murallas de la ciudad, donde el
banquete ya está servido, ladrillos de barro y sopa de cebollas” y rieron a mandíbula batiente.
Pirata se enfureció y les maldijo.
“¿Qué quiere decir eso de que el rey nos espera en las murallas?” pregunté.
“En las murallas de la ciudad tendremos que llevar ladrillos hasta que se nos quiebre el espinazo, o
tal vez nos peguen hasta la muerte antes de eso.”
“¿Quién quiere trabajar duramente? comentó Zabado. Esos labradores son listos y no se rompen la
espalda, sólo lo hacen ver.”
“No se puede prosperar siendo un gandul, protestó Megido. Si labras una hectárea, habrás hecho
una buena jornada de trabajo y da lo mismo si tu amo lo sabe o no. Pero si sólo haces la mitad, eres
un gandul. Yo no lo soy, me gusta trabajar y hacerlo bien pues el trabajo es el mejor amigo que he
conocido. Me ha dado toda las cosas buenas que tengo: mi granja y mis vacas, mis cosechas, todo.”
“¿Y dónde están todas estas cosas ahora? se burló Zabado. Creo que es más provechoso ser
inteligente y pasar desapercibido sin trabajar. Mírame a mí, cuando nos ,vendan, yo transportaré
agua o haré algún otra tarea fácil, mientras tú, que te gusta trabajar, te partirás el espinazo
transportando ladrillos” y rió estúpidamente.
Esa noche me invadió el terror, no podía dormir. Me acerqué a la línea de guardia y cuando los otros
se habían dormido, llamé la atención de Godoso, que hacía el primer turno.
Era uno de esos tunantes árabes, una especie de canalla que creía que si te robaba, además te tenía
que cortar el cuello.
“Dime, Godoso, le susurré, ¿nos venderán cuando lleguemos a las murallas de Babilonia?”
“¿Para qué lo quieres saber?”, preguntó prudentemente.
“¿No lo entiendes? le supliqué. Soy joven y quiero vivir. No quiero ser hostigado o azotado hasta la
muerte. ¿Tengo posibilidades de tener un buen amo?”
“Voy a decirte algo, me susurró en respuesta. Tú eres un buen tipo, no me das problemas. La
mayoría de las veces somos los primeros en ir al mercado de esclavos. Escucha ahora: cuando
vengan los compradores, diles que eres un buen trabajador, que te gusta trabajar duro y para un
buen amo. Si no los animas a comprarte, el día siguiente te encontrarás llevando ladrillos, un trabajo
agotador.”
Después se alejó. Me tumbé en la arena caliente mirando las estrellas y pensando en el trabajo.
Aquello que -había dicho Megido de que el trabajo era su mejor amigo me hizo preguntarme si
también sería el mío. Verdaderamente lo sería si me ayudaba a liberarme.
Cuando Megido se despertó, le susurré la buena noticia. Un brillo de esperanza nos acompañó de
camino a Babilonia. A media tarde nos íbamos acercando a las murallas y podíamos ver las filas de
hombres parecidos a hormigas negras que escalaban por los escarpados senderos. Al aproximarnos,
quedamos sorprendidos de ver a miles de hombres que trabajaban, algunos cavaban los fosos, otros
transformaban la tierra en ladrillos de barro. La mayoría carreteaba ladrillos en grandes cestas por
los empinados caminos hasta donde se encontraban los albañiles.
Los vigilantes insultaban a los rezagados y hacían chasquear los látigos en la espalda de los que se
salían de la fila. Algunos pobres hombres agotados se tambaleaban y caían bajo las pesadas cestas,
incapaces de levantarse. Si los latigazos no podían ponerlos de pie, los apartaban de las filas y los
dejaban de lado. Pronto caerían cuesta abajo, con los demás cuerpos de esclavos que esperaban junto
al camino una sepultura sin bendecir. Me estremecí mirando esta escena, aquello es lo que esperaba
al hijo de mi padre si no tenía éxito en el mercado de esclavos.
Godoso tenía razón. Atravesamos las puertas de la ciudad y nos dirigimos hacia la prisión de
esclavos, a la mañana siguiente nos condujeron al recinto del mercado. Allí, los demás esclavos se
apretaban asustados los unos contra los otros y sólo los látigos conseguían que se movieran para que
los vieran los compradores. Megido y yo hablábamos animadamente con todos los hombres que nos
lo permitían.
* Las famosas construcciones de la antigua Babilonia, las murallas, los templos, los jardines
colgantes y los grandes canales fueron posibles gracias al trabajo de esclavos, principalmente
prisioneros de guerra, lo que explica el trato inhumano que recibían. Algunos también eran
ciudadanos de Babilonia y sus provincias, vendidos como esclavos a causa de delitos que hubieran
cometido o de problemas financieros. Era costumbre que los hombres se ofrecieran a sí mismos o a
sus familias para garantizar el pago de préstamos, juicios legales y otras obligaciones. Por lo que
en caso de impago, las personas afectadas podrán ser vendidas como esclavos.
Presenté mi plan a Nana-naid de la siguiente manera: Si una vez haya terminado la pastelería, puedo
disponer de mis tardes para haceros ganar más dinero a vos, ¿no sería justo que compartierais parte
de las ganancias conmigo? Así tendré un dinero propio para poder comprar las cosas que todo
hombre desea y necesita.
“Es bastante justo”, admitió. Cuando le presenté mi plan para vender pasteles de miel, estuvo muy
contento. “Mira qué haremos, sugirió. Los venderás a un céntimo el par; me devolverás la mitad de
lo que ganes para pagar la harina, la miel y la leña necesaria para cocerlos. Yo me quedaré con la
mitad del resto y la otra mitad será para ti.”
Estaba bien contento de aquella generosa oferta que consistía en darme la cuarta parte de mis
ventas. Aquella noche trabajé hasta tarde para fabricar una bandeja sobre la que colocar los pasteles.
Nana-naid me dio uno de sus vestidos usados para que tuviera un aspecto decente y Swasti me
ayudó a arreglarlo y lavarlo.
El día siguiente hice una cantidad de más de pasteles de miel. Comencé a anunciar mi mercancía
paseándome por la calle, los pasteles tenían aspecto de estar bien cocidos y ser apetitosos. A1
principio nadie parecía interesado y me desanimé, pero continué y cuando más tarde los hombres
tuvieron hambre, empezaron a comprar y muy pronto la bandeja estaba vacía.
Nana-naid estaba muy contento de mi éxito y me pagó mi parte gustoso. Yo estaba encantado de
tener algún dinero. Megido tenía razón cuando decía que el amo aprecia los trabajos de un buen
esclavo. Aquella noche estaba tan excitado por mi éxito que apenas pude dormir e intenté calcular
cuánto podía ganar en un año y cuántos años necesitaría para comprar mi libertad.
Pronto encontré clientes regulares paseándome con la bandeja de pasteles. Uno de ellos no era otro
que tu abuelo, Arad Gula. Era vendedor de alfombras y las vendía a las amas de casa. Iba de un
extremo a otro de la ciudad acompañado de un burro cargado de alfombras y de un esclavo negro
que lo cuidaba. Compraba dos pasteles para él y dos para su esclavo, siempre se entretenía a hablar
conmigo mientras los comían.
Tu abuelo me dijo una cosa que recordaré siempre: “Me gustan tus pasteles, muchacho, pero me
gusta aún más el ardor con que los vendes. Un espíritu así te puede llevar muy lejos en el camino del
éxito.”
¿Puedes comprender, Hadan Gula, lo que esas palabras de aliento significaron para un joven esclavo,
solo en una gran ciudad, que luchaba contra sí mismo para encontrar una puerta de salida a su
humillación?
A medida que los meses pasaban, iba engrosando mi bolsa, que empezaba a tener un peso
reconfortante colgada de mi cinturón. El trabajo se había convertido en mi mejor amigo, como había
predicho Megido. Yo estaba feliz pero Swasti se mostraba intranquila.
“Temo por tu amo, pasa demasiado tiempo en las casas de juego”, protestaba.
Un día me invadió la felicidad al encontrar a mi amigo Megido en la calle. Llevaba tres asnos
cargados de verduras al mercado. “Estoy muy bien, dijo, mi amo aprecia mi trabajo y ya soy capataz.
Mira, me confía los productos que vende en el mercado e incluso ha reclamado a mi familia. El
trabajo me ayuda a recuperarme de mi gran desgracia y algún día me ayudará también a comprar mi
libertad y a volver a tener una granja.”
Pasó el tiempo y cada día Nana-naid tenía más prisas por verme llegar después de mi venta.
Esperaba mi vuelta, contaba impaciente el dinero y lo dividía. Me presionaba para que buscara
nuevos clientes y aumentara mis ventas.
A menudo iba más allá de las puertas de la ciudad para buscar a los vigilantes de los esclavos que
construían las murallas de la ciudad. Detestaba ver aquellas escenas desagradables pero encontraba
que los vigilantes eran compradores generosos. Un día ví sorprendido a Zabado que esperaba en fila
para llenar de ladrillos su cesto. Estaba flaco y encorvado y su espalda estaba llena de cicatrices y
llagas producidas por los látigos de los vigilantes. Me dio pena y le di un pastel que aplastó contra su
boca como un animal famélico. Viendo el ansia que se reflejaba en su mirada, corrí antes de que
pudiera atrapar mi bandeja.
”¿Por qué trabajas tan duramente?”, me preguntó un día Arad Gula, casi la misma pregunta que tú
me has hecho hoy, ¿te acuerdas? Le dije lo que me había contado Megido sobre el trabajo y cómo
había resultado ser mi mejor amigo. Le enseñé con orgullo mi bolsa de monedas y le dije que
ahorraba para comprar mi libertad.
“¿Qué harás cuando seas libre?”, preguntó.
“Tengo la intención de hacerme mercader”, respondí.
Entonces me confió algo que nunca había sospechado. Tú no sabes que yo también soy esclavo, soy
socio de mi amo.
Calla -ordenó Hadan Gula-, no escucharé mentiras difamatorias sobre mi abuelo. No era ningún
esclavo.
Sus ojos brillaban de cólera.
Sharru Nada permaneció en calma.
Lo honro por haberse elevado desde su desgracia y haberse convertido en un gran ciudadano de
Damasco. ¿Y tú, su nieto, estás hecho de la misma madera? ¿Eres tan hombre como para hacer
frente a la realidad o prefieres vivir con falsas ilusiones?
Hadan Gula se irguió en la silla, y respondió con la voz ahogada por una profunda emoción.
Todo el mundo amaba a mi abuelo, sus buenas acciones fueron incontables. ¿No fue él quien,
cuando llegó el hambre, compró grano en Egipto y lo transportó en su caravana para distribuirlo
entre la gente y que así no murieran de hambre? ¿Por qué decís que no era más que un despreciable
esclavo de Babilonia?
Si siempre hubiera sido un esclavo, tal vez habría sido despreciable, pero cuando, gracias a su
esfuerzo se convirtió en un gran hombre en Damasco, seguro que los dioses le perdonaron sus
desgracias y lo honraron con su respeto -respondió Sharru Nada.
Tras decirme que era un esclavo me dijo hasta qué punto ansiaba recobrar su libertad. Ahora que
poseía suficiente dinero para comprarla, estaba preocupado por lo que haría en el futuro. Ya no hacía
buenas ventas como antes y temía el momento en que careciera del apoyo de su amo.
Me indigné por su indecisión. “No te ates más a tu amo. Encuentra de nuevo la sensación de ser un
hombre libre.- Actúa como tal y triunfa como tal. Decide qué es lo que quieres conseguir y el trabajo
te ayudará a conseguirlo.” Continuó su camino diciéndome que estaba contento de que lo hubiera
hecho avergonzarse por su cobardía.
Un día fui fuera de las murallas y me extrañó ver allí un gran gentío. Cuando pregunté a un hombre
qué pasaba me respondió: “¿No lo has oído? Han llevado ante la justicia a un esclavo fugitivo que
había matado a un guardián y lo flagelarán hasta la muerte. Incluso el rey en persona estará
presente.”
El gentío era tan numeroso cerca del poste de flagelación que temí acercarme más por miedo a que
volcaran mi bandeja de pasteles de miel. Entonces subí a la muralla inacabada para mirar por
encima de las cabezas. Tuve la suerte de ver a Nabuconodosor en persona que avanzaba en su carro
dorado. Jamás había visto una magnificencia tal, ropas semejantes, paños de tejido dorado
guarnecidos de terciopelo como aquellos.
No pude ver la flagelación, pero pude oír los gritos desgarradores del pobre esclavo. Me pregunté
cómo alguien tan noble como nuestro noble rey podía aceptar ver un sufrimiento tal; pero cuando vi
que reía y bromeaba con sus nobles, supe que era cruel y entendí por qué imponían a los esclavos
que construían las murallas aquellas inhumanas tareas.
Una vez muerto el esclavo, colgaron su cuerpo de una pierna en el poste para que todo el mundo
pudiera verlo. Cuando la muchedumbre se comenzó a dispersar, me acerqué a él, sobre su pecho
reconocí el tatuaje de las dos serpientes abrazadas. Era Pirata.
* Las costumbres de los esclavos de la antigua Babilonia, aunque nos parezcan contradictorias,
estaban severamente por la ley. Un esclavo, por ejemplo, podía poseer bienes de todo tipo, incluso
otros esclavos sobre los que su amo no tenía ninguna potestad. Los esclavos se casaban libremente
con no esclavos. Los hijos de mujeres libres eran libres. La mayoría de los comerciantes de la
ciudad eran esclavos; muchos de estos tenían negocios con sus amos y eran ricos.
Cuando volví a ver a Arad Gula, era ya otro hombre. Me recibió lleno de entusiasmo. “Mira al esclavo
libre. Tus palabras fueron mágicas. Ya mis ventas y beneficios aumentan, mi mujer está encantada.
Ella era un mujer libre, la sobrina de mi amo, y desea ardientemente que nos mudemos a un pueblo
donde nadie sepa que yo he sido esclavo. De esta manera nuestros hijos estarán a salvo de todo
reproche sobre la desgracia de su padre. El trabajo ha sido mi mejor ayuda, me ha hecho capaz de
recuperar la confianza y la habilidad para vender.”
Estaba encantado de haberlo podido ayudar aunque sólo hubiera sido para devolverle los ánimos
que él me había dado.
Una noche, Swasti vino a verme angustiada. “Tu amo está en problemas. Tengo miedo por él. Hace
unos meses perdió mucho dinero en el juego, ya no paga al granjero la harina y la miel, ya no paga al
prestamista. Y ahora están enfadados y lo amenazan.”
“¿Por qué debemos preocuparnos por sus locuras?, dije sin pensar. No somos sus guardianes.”
“Loco, no comprendes nada.” Ha dado tu título al prestamista como aval. Según la ley, puede
reclamarte y venderte. No sé qué hacer, es un buen amo. ¿Por qué se ha de abatir sobre él una
desgracia así?
Los temores de Swasti eran fundamentados, mientras hacia los pasteles el día siguiente por la
mañana, llegó el prestamista con un hombre que se llamaba Sasi. Ese hombre me miró y dijo que le
parecía buen trato.
El prestamista no esperó a que llegara mi amo y le dijo a Swasti que le informara de que me habían
llevado. Con solo la ropa que tenía encima y mi bolsa fuertemente atada a mi cinturón, me obligaron
a alejarme de los pasteles sin acabar.
Me habían alejado de mis deseos más profundos como el huracán arranca el árbol del bosque y lo
arroja en el tempestuoso mar. Una casa de juego y la cerveza de cebada me volvían a causar
desgracias. Sasi era brusco, tosco. Mientras me conducía a través de la ciudad, le iba contando el
buen trabajo que había hecho para Nana-naid y le decía que esperaba hacer lo mismo por él. Su
respuesta no me dio ningún ánimo.
“No me gusta ese trabajo, ni tampoco a mi amo. El rey le ha ordenado que me envíe a construir una
parte del Gran Canal. Mi amo me ha dicho que comprara más esclavos, que trabajara duro y que
acabara rápidamente. ¿Cómo se puede acabar un trabajo tan enorme rápidamente?”
Imagina el desierto sin árboles; tan sólo pequeños arbustos y un sol tan ardiente que el agua de
nuestros barriles se calentaba tanto que nos costaba poderla beber. Después imagina filas de
hombres que bajan a un profundo agujero y suben arrastrando pesados cestos llenos de tierra por
senderos polvorientos, de sol a sol. Imagina la comida servida en abrevaderos que usábamos como
cerdos. No teníamos tiendas ni paja para las camas. En esta situación me encontré. Enterré mi bolsa
en un sitio marcado preguntándome si algún día saldría de allí.
Al principio trabajaba con buena voluntad, pero a medida que los meses pasaban, sentía cómo se me
quebraba el alma. Luego la fiebre se apoderó de mi cuerpo contusionado. Perdí el apetito y apenas
podía comer el cordero y las verduras que nos daban. Por la noche daba vueltas en mi camastro sin
poderme dormir.
En mi miseria me preguntaba si no era el mejor el plan de Zabado, holgazanear e intentar no partirse
el espinazo trabajando. Entonces recordé la última vez que lo había visto y me di cuenta de que su
plan no era bueno.
En mi amargura pensé en Pirata y me pregunté si no era preferible luchar y matar. La memoria de su
cuerpo ensangrentado me recordó que también su plan era inútil.
Entonces me acordé de Megido, sus manos eran profundamente callosas a fuerza de trabajo pero su
corazón estaba ligero y en su rostro había felicidad. Su plan era el mejor.
Sin embargo, yo estaba tan dispuesto a trabajar como Megido; él no habría trabajado más
duramente. ¿Por qué mi trabajo no me proporcionaba felicidad y éxito? ¿Era el trabajo lo que había
dado la felicidad y el éxito a Megido
o estos eran bienes en manos de los dioses? ¿Trabajaría el resto de mi vida sin satisfacer mis deseos,
sin éxito ni felicidad? Todas estas preguntas se agolpaban sin respuesta en mi mente. Estaba
dolorosamente confuso.
Varios días más tarde, cuando ya me creía al límite de mis fuerzas y mis preguntas continuaban sin
respuesta, Sasi me hizo buscar. Mi amo había hecho venir a un mensajero para llevarme a Babilonia.
Cavé para recuperar mi precioso saquito, lo escondí entre mis harapos y partí.
Al marchar, aquellos mismos pensamientos siguieron pasando raudos por mi cerebro febril, como
un huracán dando vueltas a mi alrededor. Me pareció vivir la extraña ,letra de una canción de
Harrun, mi ciudad natal:
Mira al hombre que como un torbellino se comporta como la tormenta, Que en su carrera nadie
puede seguir y su destino nadie puede predecir.
¿Era mi destino ser castigado por no sabía qué? ¿Qué miserias y decepciones me esperaban?
Imagina mi sorpresa cuando, al llegar al patio de la casa de mi amo, vi a Arad Gula que me esperaba.
Me ayudó a entrar y me abrazó como a un hermano perdido hace tiempo.
Por el camino le habría seguido como un esclavo sigue a su amo, pero no me lo permitió. Pasó su
brazo por mis hombros y me dijo: “Te busqué por todas partes. Cuando ya no tenía esperanzas,
encontré a Swasti, quien me contó la historia del prestamista que me condujo hasta tu noble amo. El
ha negociado con dureza y me ha hecho pagar un precio desorbitado pero tú lo vales. Tu filosofía y tu
audacia han inspirado mi éxito actual.”
“La filosofía de Megido, no la mía, interrumpí” “La de Megido y la tuya. Gracias a los dos, ahora
vamos a Damasco, donde te necesito como socio. ¡Mira, exclamó, dentro de un momento serás un
hombre libre!” Diciendo esto sacó del interior de su ropa una tablilla de barro que era mi título. La
levantó por encima de su cabeza y la tiró con fuerza contra el pavimento de piedra para romperla en
mil pedazos. Pisó con alegría los añicos hasta que quedaron reducidos a polvo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas de agradecimiento. Sabía que era el hombre más afortunado de
Babilonia. ¿Ves? El momento de mayor angustia, el trabajo resultó ser mi mejor amigo. Mi buena
voluntad de trabajar me permitió no tener que ir con los esclavos que construían las murallas. E
impresionó a tu abuelo hasta el punto de que me quisiera hacer su socio.
¿Entonces, el trabajo era la clave secreta de los shekeles de oro de mi abuelo? -preguntó Hadan Gula.
Era la única que tenía cuando yo lo conocí -respondió Sharru Nada-. A tu abuelo le gustaba trabajar,
los dioses apreciaron sus esfuerzos y lo recompensaron generosamente.
Empiezo a entender -Hadan Gula hablaba mientras pensaba-. El trabajo atrajo a sus numerosos
amigos que admiraban su perseverancia y el éxito que le proporcionaba. El trabajo le dio los honores
que apreciaba tanto en Damasco. El trabajo le aportó todas esas cosas de la que he disfrutado. ¡Y yo
creía que el trabajo era sólo para los esclavos!
La vida está llena de numerosos placeres de los que puede gozar el hombre comentó Sharru Nada-, y
cada uno tiene su lugar. Estoy contento de que el trabajo no esté sólo reservado a los esclavos. Si así
fuera, me vería privado de mi mayor placer. Hay muchas cosas que me gustan, pero nada reemplaza
al trabajo.
Sharru Nada y Hadan Gula pasaron por la sombra de las elevadas murallas hacia las macizas puertas
de bronce de Babilonia. A su llegada, los guardias de la puerta se pusieron firmes y saludaron
respetuosamente al honorable ciudadano. Con la cabeza bien alta, Sharru Nada condujo la larga
caravana a través de las puertas y por las calles de la ciudad.
Siempre he querido ser un gran hombre como mi abuelo -le confió Hadan Gula-. Nunca había
entendido qué clase de hombre era. Vos me lo habéis mostrado. Ahora lo entiendo, lo admiro aún
más y me siento más determinado a convertirme en un hombre como él. Temo no poderos pagar
nunca por haberme dado la auténtica clave de su éxito; a partir de hoy la usaré. Empezaré
humildemente, como él, y eso será más acorde con mi verdadera condición que las joyas y las bellas
ropas.
Y diciendo esto, Hadan Gula retiró los anillos de sus dedos y los pendientes de sus orejas. Aflojó las
riendas de su caballo, retrocedió unos pasos y se colocó tras el jefe de la caravana con un profundo
respeto.

Sr. Profesor Franklin Caldwell Expedición Científica Británica Hillah, Mesopotamia

St. Swithin's College
Nottingan University
Newark-on-Trent
Nottingham
7 de noviembre de 1936
Querido profesor:
Si en el transcurso de sus próximas excavaciones en la ruinas de Babilonia encuentra el fantasma
de un viejo ciudadano, un tratante de camellos llamado Dabasir, hágame un favor: dígale que
aquellos galimatías que escribió en unas tablillas de barro hace ya mucho tiempo le han valido la
gratitud eterna de ciertas personas de una facultad de Inglaterra.
Seguramente de acordará Vd. de mi carta de hace un año en la que le decía que mi mujer y yo
teníamos la intención de seguir su plan para liberarnos de nuestras deudas y, al mismo tiempo,
tener algo de dinero en nuestros bolsillos. Habrá adivinado que estas deudas nos avergonzaban
desesperadamente -por mucho que las intentáramos esconder a nuestros amigos.
Desde hacía años estábamos terriblemente humillados por ciertas deudas e intranquilos hasta la
enfermedad por miedo de que algún comerciante desatara un escándalo que nos habría obligado a
dejar la facultad con toda seguridad. Gastábamos cada chelín de nuestros ingresos, que era
apenas suficiente para mantenernos a flote. Nos veíamos obligados a ir a comprar allí donde nos
dieran crédito, sin importarnos si los precios eran más elevados.
La situación fue empeorando en un círculo vicioso que se agravó en vez de mejorar. Nuestros
esfuerzos se hicieron desesperados, no podíamos mudarnos a un sitio más barato porque aún
debíamos alquileres al propietario. Parecía que no podríamos hacer nada para mejorar nuestra
situación.
Entonces apareció su nuevo amigo, el viejo tratante de camellos de Babilonia, con un plan capaz de
realizar justo lo que nosotros deseábamos cumplir. Nos animó amablemente a seguir su sistema.
Hicimos una lista de todas las deudas que teníamos, y yo se la mostré a todos nuestros acreedores.
Les expliqué que, tal como iban las cosa, era imposible que les pagara. Ellos mismos podían
constatarlo mirando los números. Entonces les dije que la única manera que yo veía de poderles
pagar todo era apartando el veinte por ciento de mis ingresos mensuales, dividiéndolo
equitativamente entre ellos y de este modo devolverles lo que les debía en algo más de dos años.
Durante este intervalo haríamos todas nuestras compras al contado.
Todos fueron verdaderamente correctos; nuestro tendero, un viejo razonable, aceptó esta manera
de que le paguemos la deuda. Si pagan al contado todo lo que compran y van pagando lo que
deben poco a poco, es mejor que si no me pagan nada. Pues no le habíamos pagado desde hacía
 Finalmente guardé en lugar seguro una lista con sus nombres y una carta en la que, de mutuo
acuerdo, les pedía que no nos importunaran mientras fuéramos desembolsando el veinte por ciento
de nuestros ingresos. Comenzamos a trazar planes para idear cómo vivir con el setenta por ciento
de lo que ganábamos. Y estábamos decididos a ahorrar el diez por ciento restante para hacerlo
tintinear en nuestros bolsas; la idea de la plata, y posiblemente la del oro, eran de las más
seductoras.
Este cambio en nuestra vida fue toda una aventura, aprendimos a disfrutar calculando y
evaluando cómo vivir cómodamente con el setenta por ciento que nos quedaba. Empezamos por el
alquiler y nos arreglamos para obtener una buena reducción. Después examinamos nuestras
marcas favoritas de té y otros productos y quedamos agradablemente sorprendidos al ver que
podíamos encontrar mejor calidad a más bajo precio.
Es demasiado largo para contarlo por carta pero, de todos modos, no ha resultado ser tan difícil.
Nos acomodamos a esta nueva situación con el mejor de los humores. ¡Qué alivio fue comprobar
que nuestros asuntos económicos ya no se encontraban en un estado que nos hiciera sufrir por las
viejas cuentas impagadas!
No obstante, no olvidaré hablarle del diez por ciento que estábamos obligados a hacer sonar en
nuestras bolsas. Pues bien, sólo lo hicimos sonar durante un cierto tiempo, no demasiado. ¿Sabe?
Esa es la parte divertida, es fantástico comenzar a acumular dinero que uno no quiere gastar, se
siente más placer gestionando una cantidad así que gastándola.
Después de haberla hecho sonar para nuestro solaz le encontramos una utilidad más provechosa:
elegimos un plan de inversiones que podíamos pagar con este diez por ciento todos los meses. Esta
decisión se ha manifestado como la más satisfactoria de nuestra regeneración y es la primera cosa
que pagamos con mi nómina.
Saber que nuestros ahorros crecen sin cesar es un sentimiento de lo más satisfactorio. De aquí
hasta que se acabe mi carrera académica, estos ahorros deberán constituir una suma suficiente
para que sus rentas nos basten a partir de ese momento.
Y todo con el mismo salario: Difícil de creer pero cierto, pagamos nuestras deudas gradualmente
al mismo tiempo que nuestros ahorros aumentan. Además, ahora nos arreglamos mejor que antes
en el campo económico. ¿Quién habría dicho que había tanta diferencia entre seguir un plan y
dejarse llevar?
A finales de el año que viene, cuando hayamos pagado todas nuestras facturas, podremos invertir
más y ahorrar para poder viajar. Estamos decididos a que nuestros gastos corrientes no superen
el setenta por ciento de nuestros ingresos.
Ahora puede Vd. entender por qué nos gustaría expresar nuestro agradecimiento personal a ese
individuo cuyo plan nos ha salvado de ese infierno en la tierra. El lo conocía, había pasado por
todo eso, quería que otros sacaran provecho de sus amargas experiencias. Por ello pasó fastidiosas
horas grabando su mensaje en la arcilla.
Tenía un mensaje auténtico para dar a sus compañeros de sufrimientos, un mensaje tan
importante que, al cabo de cinco mil años, ha salido de las ruinas de Babilonia tan vivo y
verdadero como el día en que fue enterrado.
 Suyo afectísimo
 Alfred H. Shrewsbury
Departamento de Arqueología

Tablilla N° 5

Brilla de nuevo la luna llena y recuerdo que ya hace mucho tiempo que grabé mi primera tablilla. Ya
hace doce lunas. Pero no por eso desatenderé el informe, ya que hoy mismo he pagado mi última
deuda. Hoy es el día que mi buena esposa y yo festejamos el triunfo que nos ha proporcionado
nuestra determinación.
Durante mi última visita a mis acreedores ocurrieron algunas cosas de las que me acordaré durante
mucho tiempo. Ahmar me suplicó que perdonara su feas palabras y me dijo que, entre todas,
deseaba especialmente mi amistad.
Al final el viejo Alkahad no es tan malo pues me dijo: Antes eras como un trozo de barro blando que
podía ser apretado y moldeado por cualquier mano, pero ahora eres como una moneda de cobre que
se puede sostener sobre su canto. Si necesitas plata o oro, ven a verme en cualquier momento.
No es el único que me respeta, muchos otros me hablan con deferencia. Mi buena mujer me mira con
aquel brillo en los ojos que hace que un hombre se sienta confiado.
Pero ha sido el plan el que me ha dado el éxito, me ha hecho capaz de devolver el dinero de mis
deudas y ha hecho tintinear el oro y la plata en mi bolsa. Lo recomiendo a los que quieran prosperar.
Pues, si ha conseguido que un esclavo pagara sus deudas, ¿no ayudará a un hombre a encontrar su
libertad? Y yo no lo he abandonado pues estoy convencido de que, si lo sigo, me hará un hombre rico
entre los hombres.

Tablilla N° 4

Vuelve a ser luna llena. He trabajado duro y con la mente liberada. Mi buena esposa me ha apoyado
en el proyecto de pagar a mis acreedores. Gracias a nuestra sabia determinación, durante la pasada
luna he ganado la suma de diecinueve monedas de plata comprando unos robustos camellos para
Nebatur.
Las he repartido según el plan, he guardado una décima parte para ahorrarla, he compartido siete
décimos con mi buena esposa para nuestras necesidades y las dos décimas partes restantes las he
dividido entre mis acreedores de manera tan ecuánime como he podido en monedas de cobre.
No he visto a Ahmar, pero he dado las monedas de cobre a su mujer. Bijerik ha estado tan contento
que me habría besado la mano. Tan sólo el viejo Alkahad ha gruñido y me ha dicho que le debía
pagar más rápido, a lo que he replicado que sólo podría pagarle si estaba bien alimentado y
tranquilo. Todos los demás me han dado las gracias y han alabado mis esfuerzos.
De este modo, mi deuda se ha reducido en cuatro monedas de plata en una luna, y ahora poseo casi
dos monedas más, que nadie puede reclamarme. Me siento más ligero de lo que lo había estado en
mucho tiempo.
La luna llena brilla una vez más, he trabajado duro pero con escasos resultados. Sólo he podido
comprar unos pocos camellos y he ganado once monedas de plata. Sin embargo, mi mujer y yo nos
hemos atenido al plan, aunque no nos hayamos comprado nuevos vestidos y sólo hayamos comido
un poco de sémola. He vuelto a guardar la décima parte y hemos vivido con las siete décimas. Me he
sorprendido cuando Ahmar ha alabado mi pago aunque era pequeño, lo mismo que Birejik. Alkahad
se ha enfadado, pero cuando le he dicho que me devolviera su parte si no la quería, la ha aceptado.
Los otros han estado contentos, como anteriormente.
Vuelve a brillar la luna llena y mi alegría es grande. Descubrí una buena manada de camellos y
compré algunos robustos, mis ganancias han sido de cuarenta y dos monedas de plata. Esta luna, mi
mujer y yo nos hemos comprado sandalias y ropas que necesitábamos ya hace tiempo. También
hemos comido carne y aves.
Hemos pagado más de ocho monedas de plata a nuestros acreedores, ni Alkahad ha protestado.
El plan es formidable, nos libera de las deudas y nos permite crear un tesoro que es sólo nuestro.
Ya hace tres lunas que empecé a grabar esta tablilla; cada una de ellas me he quedado con una
décima parte de lo que había ganado; cada una, mi buena esposa y yo hemos vivido con las siete
décimas partes, incluso cuando resultaba difícil; cada una, he pagado a mis acreedores las dos
décimas partes.
Ahora guardo en mi bolsa veintiuna moneda de plata que son mías. Eso me permite andar con la
cabeza alta y caminar con orgullo junto a mis amigos.
Mi mujer puede cuidar bien de la casa y va bien vestida. Somos felices de vivir juntos.
Este plan tiene un inmenso valor. ¿No ha hecho de un antiguo esclavo un hombre honorable?

Tablilla N° 3

Debo a todos estos acreedores la suma de diecinueve monedas de plata y ciento cuarenta y una de
cobre. Como debía estas sumas y no veía manera alguna de pagarlas, en mi locura, permití que mi
mujer volviera a la casa de su padre y abandoné mi ciudad natal buscando en otro lugar un bienestar
fácil, para sólo encontrar el desastre y ser vendido vergonzosamente como esclavo.
Ahora que Maton me ha enseñado cómo puedo ir devolviendo mis deudas en pequeñas cantidades
que tomaré de lo que gane, comprendo hasta qué punto estaba loco cuando escapé de las
consecuencias de mi extravagancia.
He visitado a mis acreedores y les he explicado que no tenía recursos para pagarles salvo mi
capacidad de trabajar, y que tenía la intención de dedicar dos décimas partes de lo que ganara para
liquidar mis deudas de modo justo y honorable. Que no podía pagar más que eso y que si eran
pacientes, llegaría un día en que habría cumplido enteramente las obligaciones contraídas.
Ahmar, a quien creía mi mejor amigo, me-insultó duramente y me fui de su casa humillado; Bijerik
el agricultor pidió ser el primero en cobrar, pues tenía gran necesidad de ayuda. Alkahad, el
propietario de la casa, me advirtió de que si no arreglaba mi cuenta bien pronto, me causaría
problemas.
Todos los demás aceptaron gustosos mi proposición y ahora estoy más decidido que nunca a pagar
mis justas deudas, pues me he convencido de que es más fácil pagarlas que evitarlas.
Trataré con imparcialidad a todos mis acreedores aunque no pueda satisfacer las necesidades y
demandas de algunos de ellos

Tablilla N° 2

En tercer lugar el plan prevé que pague mis deudas con lo que gane.
Cada luna, las dos décimas partes de mis ganancias serán divididas justa y honorablemente entre
todos los que, habiendo confiado en mí, me han dejado dinero y llegará el momento en que todas
mis deudas serán liquidadas
Para dar fe de ello, grabo aquí el nombre de todos los hombres con los que estoy en deuda y la
cantidad justa de lo que les debo.
Farra el tejedor, 2 monedas de plata, 6 de cobre.
Sinjar el fabricante de colchones, 1 moneda de plata.
Ahmar, mi amigo, 4 monedas de plata, 7 de cobre.
Akamir, mi amigo, 1 moneda de plata, 3 de cobre.
Diebeker, amigo de mi padre, 4 monedas de plata, 1 de cobre. Alkahad, el dueño de la casa, 14
monedas de plata.
Maton el prestamista de oro, 9 monedas de plata.
Birejik el agricultor, 1 moneda de plata, 7 de cobre.
(A partir de aquí la placa está gastada, el texto es indescifrable)

Tablilla N° 1

Esta noche de luna llena, yo, Dabasir, que acabo de salir de la esclavitud en Siria, decidido a pagar
todas mis deudas y convertirme en un hombre rico y digno del respeto en mi ciudad natal de
Babilonia, grabo en barro este informe permanente de mis negocios para que me guíe y me ayude a
cumplir mis mayores deseos.
Siguiendo el consejo de mi sabio amigo Maton, el prestamista de oro, me he decidido a seguir el plan
preciso que, por lo visto, permite a los hombres honorables liberarse de sus deudas y vivir en la
riqueza y en el respeto a sí mismos.
Este plan incluye tres objetivos que son mi esperanza y mi deseo.
Primero, el plan me permitirá gozar de una cierta prosperidad.
Así, apartaré la décima parte de lo que gane y será un bien que conservaré. Maton habla sabiamente
cuando dice:
El hombre que guarda en su bolsa el oro que no necesita gastar es bueno para con su familia y leal a
su rey.
El hombre que sólo tiene unas cuantas monedas de cobre en su bolsa es insensible respecto a su
familia y a su rey.
Pero el hombre que no tiene nada en sus bolsa es cruel con su familia y desleal a su rey, pues su
corazón es amargo.
El hombre que desea triunfar debe tener en su bolsa dinero para poderlo hacer tintinear; y en su
corazón amor para su familia y lealtad para con su rey.
En segundo lugar el plan prevé que cubra mis necesidades y las de mi mujer, que ha vuelto lealmente
conmigo de casa de su padre. Ya que Maton dice que quien cuida de fiel esposa tiene el corazón lleno
de respeto a sí mismo y gana fuerza y determinación para sus proyectos.
De manera que usaré siete décimos de lo que gane en comprar un casa, ropas, comida, y una suma
que dedicaremos a otros gastos para que nuestras vidas no estén exentas de placeres y satisfacciones.
Pero Maton me ha recomendado que cuide de no gastar en estos honorables conceptos más que los
siete décimos de lo que gano. El éxito del plan reposa en esta recomendación; hemos de vivir con esa
porción y nunca tomar o comprar más de lo que podamos pagar con ell

9. Las tablillas de barro de Babilonia

St. Swithin's College
Nottingan University
Newark-on-Trent
Nottingham
21 de octubre de 1934
Sr. Profesor Franklin Caldwell
Expedición Científica Británica
Hillah, Mesopotamia

Querido profesor:

Las cinco tablillas de barro que desenterró durante sus recientes excavaciones en la ruinas de
Babilonia han llegado en el mismo barco que su carta. Me han fascinado y he pasado numerosas y
agradables horas traduciendo sus inscripciones. Tendría que haber contestado su carta con más
celeridad pero he esperado hasta haber completado las transcripciones adjuntas.
Las tablillas han llegado a su destino sin daño gracias al excelente embalaje y al uso juicioso de
sistemas de conservación.

Quedará tan asombrado de la historia que relatan como nosotros, los del laboratorio. Uno espera
que un pasado tan lejano y oscuro esté lleno de romance y aventura, ya sabe, algo así como Las
mil y una noches. Y luego se da cuenta de que los problemas del mundo antiguo, de hace cinco mil
años, no son tan diferentes de los de ahora, como se puede constatar con la lectura de estos textos
que cuentan las dificultades que encontró para pagar sus deudas un personaje llamado Dabasir.
¿Sabe? Es curioso, pero, como dicen mis estudiantes, estas viejas inscripciones me cogen en fuera
de juego. Como profesor de universidad, se supone que soy una persona que piensa y que tiene
conocimientos sobre la mayoría de los temas. Y ahora llega un individuo salido de las polvorientas
ruinas de Babilonia que nos da un método del que nunca había oído hablar para pagar las deudas
al tiempo que consigues más dinero para tu cartera.
Debo decir que esta es una idea que me gusta, y sería interesante probar si funciona igual de bien
en nuestros días que en la antigua Babilonia. Mi mujer y yo proyectamos aplicarla a las cuestiones
económicas que, en nuestro caso, necesitan evidentes mejoras.
Le deseo la mejor de las suertes en su valerosa empresa y espero con impaciencia una nueva
ocasión de ayudarlo.

Suyo afectísimo
Alfred H. Shrewsbury

8. El tratante de camellos de Babilonia

Cuanto más nos atenaza el hambre, más activo se vuelve nuestro cerebro y más sensibles nos
volvemos al olor de los alimentos.
Tarkad, el hijo de Azore, ciertamente pensaba así. Tan sólo había comido dos pequeños higos de una
rama que salía más allá del muro de un jardín, y no había podido coger más antes de que una
enfadada mujer apareciera y lo echara. Sus gritos agudos aún resonaban en sus oídos cuando
atravesaba la plaza del mercado. Esos ruidos horribles le ayudaron a tener quietos los dedos,
tentados siempre de coger alguna fruta de las cestas de las mujeres del mercado.
Nunca hasta entonces se había dado cuenta de la gran cantidad de comida que llegaba al mercado de
Babilonia y qué bien olía. Tras dejar el mercado, atravesó la plaza en dirección a la posada, ante la
que se paseó arriba y abajo. Tal vez encontrara a alguien que le pudiera dejar una moneda de cobre
con la que podría pedir una copiosa comida y arrancar así un sonrisa al austero dueño de la posada.
Si no tenía esa moneda, sabía muy bien que no sería bienvenido.
Distraído como estaba, se encontró sin esperarlo, cara a cara con el hombre al que más deseaba
evitar, Dabasir, el tratante de camellos de largo y huesudo cuerpo. De todos los amigos o conocidos a
los que había pedido pequeñas sumas de dinero, Dabasir era el que lo hacía sentirse más molesto
pues no había cumplido la promesa de reembolsarle rápidamente lo debido.
El rostro de Dabasir se iluminó al ver a Tarkad
-Ajá, Tarkad, justo a quien buscaba, tal vez pueda devolverme las dos monedas de cobre que le dejé
hace una luna, y también la de plata que le había dejado anteriormente. ¡Qué suerte! Hoy mismo
podré usar esas monedas. ¿Qué me dices eso, muchacho?
Tarkad empezó a balbucear y enrojeció. Su estómago vacío no le ayudaba a tener la cara dura de
discutir con Dabasir.
-Lo siento, lo siento mucho murmuró débilmente-, pero hoy no tengo las dos monedas de cobre ni la
de plata que te debo.
-Pues encuéntralas -insistió Dabasir-. Seguro que puedes encontrar un par de monedas de cobre y
una de plata para pagar la generosidad de un viejo amigo de tu padre que te ha ayudado cuando te
hacía falta.
No te puedo pagar por culpa de la mala suerte.
-¿La mala suerte? ¿Culparás a los dioses de tu propia debilidad? La mala suerte persigue a los
hombres que piensan más en pedir que en dejar. Muchacho, ven conmigo mientras como, tengo
hambre y te quiero contar una historia.
Tarkad retrocedió ante la brutal franqueza de Dabasir, pero al menos era una invitación para entrar
en un sitio donde se comía.
Dabasir lo empujó hasta un rincón de la sala donde se sentaron sobre unas pequeñas alfombras.
Cuando Kauskor el propietario apareció sonriente, Dabasir se dirigió a él con su habitual gran
familiaridad:
-Lagarto del desierto, tráeme una pierna de cabra muy hecha y con mucha salsa, pan y muchas
verduras, que tengo mucha hambre y necesito mucha comida. No olvides a mi amigo, tráele una
jarra de agua, y que sea fresca, pues el día es caluroso.
El corazón de Tarkas parecía desfallecer. Se tenía que sentar allí a beber agua y ver cómo aquel
hombre devoraba una pierna entera de cabra. No decía nada. No se le ocurría nada que decir.
En cambio Dabasir no sabía lo que era el silencio. Sonriendo y saludando con la mano a todos los
demás clientes, a los cuales conocía, continuó.
-He oído decir a un viajero que acaba de llegar de Urfa que un hombre rico de allí posee una piedra
tan fina que se puede ver a su través. La coloca en las ventanas de su casa para impedir que la lluvia
entre. Por lo que me ha dicho el viajero, es amarilla y le permitieron mirar a través de ella de modo
que el mundo exterior le pareció extraño y diferente de lo que es en realidad. ¿Tú que piensas,
Tarkad? ¿Crees que un hombre puede ver el mundo de un color diferente del que tiene en realidad?
No sabría decirlo -respondió el joven mucho más interesado por la pierna de cabra que estaba
delante de Dabasir.
-Pues yo sé que es cierto, ya que he visto con mis propios ojos el mundo de un color diferente del que
en realidad tiene, y la historia que te contaré relata cómo llegué a volverlo a ver de nuevo de su
verdadero color.
-Dabasir va a contar una historia -murmuró alguien de una mesa vecina a su compañero, y acercó su
alfombra hacia ellos, los demás comensales cogieron su comida y se agruparon en un semicírculo.
Comían ruidosamente al oído de Tarkad, lo tocaban con los huesos de la carne, él era el único que no
tenía comida. Dabasir no le propuso que compartiera con él la pierna de cabra ni le ofreció el trozo
de pan duro que se había caído al suelo.
-La historia que te voy a contar -empezó Dabasir, haciendo una pausa para poder llevarse a la boca
un buen trozo de carne- relata mi juventud y cómo llegué a ser tratante de camellos. ¿Alguno de
vosotros sabe que yo fui en un tiempo esclavo en Asiría?
Un murmullo de sorpresa recorrió el auditorio y Dabasir lo escuchó con satisfacción.
-Cuando era joven continuó Dabasir después de otro goloso ataque a la pierna de cabra-, aprendí el
oficio de mi padre, la fabricación de sillas de montar. Trabajé con él en la tienda hasta que me casé.
Como era joven e inexperto, ganaba poco, justo lo necesario para cubrir modestamente las
necesidades de mi excelente esposa. Estaba ansioso de obtener buenas cosas que no me podía
permitir. Rápidamente me di cuenta de que los propietarios de las tiendas me daban crédito aunque
no pudiera pagarles a tiempo.
Joven e inexperto, yo no sabía que el que gasta más de lo que gana siembra los vientos de la inútil
indulgencia y cosecha tempestades de problemas y humillaciones. De este modo sucumbí a los
caprichos y, sin tener el dinero necesario, me compré bellas ropas y objetos de lujo para mi esposa y
para nuestra casa.
Fui pagando como pude, y durante un cierto tiempo todo fue bien. Pero un día descubrí que con lo
que ganaba no tenía suficiente para pagar mis deudas y vivir. Mis acreedores me empezaron a
perseguir para que pagara mis extravagantes compras y mi vida se volvió miserable. Pedía prestado a
mis amigos, pero tampoco se lo podía devolver; las cosas iban de mal en peor. Mi mujer volvió con
su padre y yo decidí irme de Babilonia a otra ciudad donde un joven pudiera tener más
oportunidades.
Durante dos años conocí una vida agitada y sin éxitos, siempre viajando con las caravanas de los
mercaderes. Después pasé a un grupo de simpáticos ladrones que recorrían el desierto en busca de
caravanas no armadas. Tales acciones no eran dignas del hijo de mi padre pero veía el mundo a
través de una piedra coloreada y no me daba cuenta de hasta qué punto me había degradado.
Tuvimos éxito en nuestro primer viaje al capturar un rico cargamento de oro, seda y mercancías de
gran valor. Llevamos este botín a Ginir y allí lo derrochamos.
La segunda vez no tuvimos tanta suerte, después de haber efectuado el robo, fuimos atacados por lo
guerreros de un jefe indígena al que pagaban las caravanas para que las protegiera. Mataron a
nuestros dos jefes y los que quedamos fuimos llevados a Damasco, despojados de nuestras ropas y
vendidos como esclavos.
Yo fui comprado por dos monedas de plata por un jefe del desierto sirio, con los cabellos rapados y
vestido solamente con algunos trozos de tela, no era diferente de los otros esclavos. Como yo era un
joven despreocupado, pensaba que aquello no era más que una aventura hasta que mi amo me llevó
ante sus cuatro mujeres y me dijo que me tendrían como eunuco.
Entonces entendí de verdad mi situación. Esos hombres del desierto eran salvajes y guerreros, yo
estaba sujeto a su voluntad, desprovisto de armas y sin esperanza de escapar.
Estaba de pie, espantado por las cuatro mujeres que me examinaban. Me preguntaba si podría
esperar alguna compasión de su parte. Sira, la primera mujer, era más vieja que las otras y me
miraba impasible. Me aparté de ella sin esperar nada de su parte; la siguiente, de una belleza
despreciativa, me miraba con tanta indiferencia como si fuera un gusano en la tierra. Las dos más
jóvenes reían como si aquello fuese una broma divertida.
El tiempo que esperé su veredicto me pareció un siglo, cada una parecía dejar la decisión final a las
demás. Finalmente, Sira habló con una voz gélida.
Tenemos muchos eunucos, pero sólo unos pocos guardianes de camellos, y además no sirven para
nada, hoy mismo he de ir a ver a mi madre enferma y no tengo ningún esclavo en el que pueda
confiar para que se ocupe de mi camello. Pregunta a este esclavo si sabe conducir uno.
Entonces mi amo me preguntó: “¿Qué sabes de camellos?” “Luchando por esconder mi entusiasmo,
respondí: “Sé hacer que se arrodillen, los sé cargar, y los sé conducir durante largos viajes sin
cansarme. Y si es necesario, puedo reparar sus arneses.”
“El esclavo sabe bastante, observó mi amo. Si ese es tu deseo, Sira, haz de este hombre tu camellero.”
Así fui dado a Sira y ese mismo día la conduje tras un largo viaje en camello al lado de su madre
enferma. Aproveché la ocasión para agradecerle su intervención y para decirle que no era esclavo de
nacimiento sino hijo de un hombre libre, un honorable fabricante de sillas de Babilonia. También le
conté mi historia. Sus comentarios me desconcertaron, y más tarde reflexioné largamente sobre lo
que me había dicho.
“¿Como puedes llamarte a ti mismo hombre libre, me dijo, cuando tu debilidad te ha llevado a esta
situación? Si un hombre tiene alma de esclavo, ¿no se convertirá en uno, sin importar su cuna, del
mismo modo que el agua busca su nivel? Y si alguien tiene alma de hombre libre, ¿no se hará
respetar y honrar en su ciudad aunque no lo haya acompañado la suerte?”
Durante un año fui esclavo y viví con esclavos, pero no podía convertirme en uno de ellos. Un día
Sira me preguntó: ¿Por qué te quedas solo en tu tienda por la noche, cuando los otros esclavos se
juntan en agradable compañía?
A ello respondí: “Pensé en lo que me dijisteis. Me pregunté si tenía alma de esclavo. No puedo
unirme a ellos, por eso me mantengo al margen.”
“Yo también me mantengo al margen, me confió. Yo tenía una gran dote, por eso mi señor se casó
conmigo. Pero no me desea y lo que toda mujer desea más ardientemente es ser deseada. Por eso, y
como soy estéril y no tengo hijos, me he de mantener al margen. Si yo fuera un hombre preferiría la
muerte antes de ser esclavo, pero las leyes de nuestra tribu hacen de las mujeres esclavas.”
“¿Qué pensáis de mí ahora, que tengo alma de hombre libre o de esclavo?”, le pregunté
repentinamente.
“¿Quieres devolver las deudas que contrajiste en Babilonia?, me preguntó ella.
“Sí que lo quiero, pero no veo cómo podría hacerlo.”
“Si dejas que los años pasen sin preocuparte y sin hacer esfuerzo alguno para devolver ese dinero,
entonces times alma de esclavo. No puede ser de otro modo si un hombre no se respeta a sí mismo;
nadie se puede respetar si no paga las deudas que ha contraído.”
“¿Pero que puedo hacer si soy esclavo en Siria?”
“Sé esclavo en Siria ya que eres un ser débil.”
“No soy un ser débil”, repliqué.
“Entonces, pruébalo”
“¿Cómo?”
“¿Acaso tu rey no combate a sus enemigos con todas las fuerzas que tiene y de todas las maneras que
puede? Tus deudas son tus enemigos, te hicieron huir de Babilonia. Dejaste que se acumularan y se
hicieron demasiado grandes para ti. Si las hubieras combatido como un hombre, las habrías vencido
y hubieras sido una persona honrada por las gentes de tu ciudad. Pero no tuviste valor para hacerlo y
mírate: tu orgullo te ha abandonado y has ido de desgracia en desgracia hasta que has llegado a ser
esclavo en Siria.”
Pensé mucho en estas desagradables acusaciones y concebí diversas teorías exculpatorias para
probarme que en mi fuero interno no era un esclavo, pero no tuve oportunidad de utilizarlas. Tres
días más tarde, las sirvienta de Sira me vino a buscar para conducirme ante mi ama.
“Mi madre vuelve a estar muy enferma, dijo. Unce los dos mejores camellos de mi marido, átales
odres llenas de agua y carga las alforjas para un largo viaje. La criada te dará la comida en la tienda
de cocina.” Cargué los camellos preguntándome la razón de tanta comida que me daba la criada,
pues la casa de la madre de mi ama estaba a menos de una jornada de viaje. La sirvienta montó en el
segundo camello y yo conduje el de Sira. Cuando llegamos a la casa de su madre, empezaba a hacerse
de noche. Sira despidió a la criada y me dijo: “Dabasir, ¿tienes alma de hombre libre o de esclavo?”
“Alma de hombre libre”, respondí.
“Ahora tienes la oportunidad de probarlo. Tu amo ha bebido mucho y sus hombres están embotados.
Coge los camellos y huye. En ese saco tienes vestidos de tu amo para disfrazarte. Yo diré que has
robado los camellos y que has huido mientras visitaba a mi madre enferma.”
“Tenéis alma de reina, le dije, me gustaría poder haceros feliz.”
“No espera la felicidad a la mujer que huye de su marido para buscarla en tierras lejanas entre
extranjeros. Toma tu propio camino y que te protejan los dioses del desierto, pues la ruta es larga,
sin comida ni agua!
No tuve necesidad de que me lo dijeran dos veces; se lo agradecí calurosamente y me fui en medio de
la noche. No conocía aquel extraño país y sólo tenía una pequeña idea de la dirección que había de
seguir para llegar a Babilonia, pero me adentré valientemente en el desierto hacia las colinas. Iba
montado en un camello y aviaba al otro. Viajé durante toda la noche y el día siguiente lleno de
ansiedad, conocedor de la suerte reservada a los esclavos que roban la propiedad de sus amos e
intentan escapar.
Hacia el final de la tarde llegué a un país árido, tan inhabitable como el desierto. Las agudas piedras
herían las patas de mis fieles camellos que lentamente y con gran esfuerzo elegían la ruta. No
encontré hombre ni bestia y pude comprender con facilidad por qué evitaban aquella tierra
inhóspita.
A partir de entonces, el viaje fue como pocos hombres pueden contar haber tenido. Día tras día,
avanzamos lentamente.
Ya no teníamos agua ni comida. El calor del sol era despiadado. A1 final del noveno día, resbalé de
mi montura con el sentimiento de que era demasiado débil para volver a montar y que con toda
seguridad moriría en aquel país deshabitado.
Me tendí en el suelo y dormí. Sólo me desperté con las primeras luces del alba.
Me senté y miré a mi alrededor, había un nuevo frescor en el aire de la mañana, mis camellos
estaban tumbados cerca de allí, ante mí se extendía un vasto país cubierto de rocas y arena. Nada
indicaba que hubiera algo que pudieran beber o comer un hombre o un camello.
-¿Debería enfrentarme con mi fin en aquella tranquila paz? Mi mente estaba más clara de lo que lo
había estado nunca. Mi cuerpo parecía no tener ya importancia. Con los labios resecos y sangrantes,
la lengua áspera e inflada, el estómago vacío, ya no sentía el molesto dolor del día antes.
Medía la inmensidad descorazonadora del desierto y una vez más me pregunté: ¿tengo alma de
hombre libre o de esclavo? Y entonces, con la rapidez del rayo comprendí que si tenía alma de
esclavo me tumbaría en la arena y moriría, un final digno de un esclavo fugitivo.
Pero que si tenía alma de hombre libre, ¿qué sucedería? Debería encontrar el camino hacia
Babilonia, devolver el dinero a los que habían confiado en mí, hacer feliz a mi mujer, que me amaba
de verdad y llevar la paz y la satisfacción a mis padres.
Tus deudas son tus enemigos y te han hecho huir de Babilonia, había dicho Sira. Sí, era cierto, ¿por
qué no me había mantenido firme como un hombre? ¿Por qué había permitido que mi mujer
volviera con su padre?
Entonces algo extraño ocurrió. El mundo entero me pareció ser de un color diferente, como si hasta
ese momento lo hubiera visto a través de una piedra coloreada que de repente hubiera desparecido.
Por fin comprendí cuáles eran los verdaderos valores de la vida.
¡Morir en el desierto! ¡Jamás! Gracias a una nueva visión se me aparecieron todas las cosas que tenía
que hacer. Primero, volvería a Babilonia y daría la cara ante todos con los que había contraído
deudas. Les diría que tras años de errar y de desgracias, había vuelto para pagar mis deudas tan
rápido como me lo permitieran los dioses. Después construiría un hogar para mi mujer y me
convertiría en un ciudadano del que mis padres estarían orgullosos.
Mis deudas son mis enemigos, pero los hombres que me han prestado dinero son mis amigos, pues
han tenido confianza y han creído en mí.
Me tambaleaba sobre mis piernas debilitadas. ¿Qué significaba el hambre? ¿Qué significaba la sed?
Sólo eran obstáculos en el camino de Babilonia. Surgía en mí el alma de un hombre nuevo que iba a
conquistar a sus enemigos y a recompensar a sus amigos. Me estremecí ante la idea del gran
proyecto.
Los vidriosos ojos de los camellos se iluminaron de nuevo al oír mi voz ronca. Se levantaron con gran
esfuerzo, después de varios intentos. Con una conmovedora perseverancia se dirigieron hacia el
Norte, donde algo me decía que encontraríamos Babilonia.
Encontramos agua, atravesamos un país fértil donde crecían la hierba y los frutales. Encontramos el
camino de Babilonia porque el alma de un hombre libre mira la vida como una serie de problemas
que resolver, y los resuelve, mientras que el alma de un esclavo gimotea: ¿Qué puedo hacer yo, que
sólo soy un esclavo?
¿Y a ti, Tarkad? ¿El estómago vacío hace que tu mente sea más clara? ¿Ya has tomado el camino que
lleva hacia el respeto a ti mismo? ¿Ves el mundo de su verdadero color? ¿Deseas pagar tus deudas
justas, sean las que sean, y convertirte en un hombre respetado en Babilonia?
Las lágrimas acudieron a los ojos del joven, que se arrodilló rápidamente.
-Me has mostrado el camino -dijo-; ahora sé cómo encontrar en mi interior el alma del hombre libre.
-¿Pero qué pasó cuando regresaste? preguntó un oyente interesado.
-Cuando se está determinado, se encuentran los medios -respondió Dabasir-.Yo estaba determinado,
por eso me puse en camino para encontrar los medios. Primero visité a todos los hombres con los
que tenía una deuda y les supliqué que fueran indulgentes hasta que pudiera ganar el dinero con el
que les pagaría. La mayoría me acogieron con alegría, algunos me insultaron, pero otros me
ofrecieron su ayuda. Uno de ellos me dio justamente la ayuda que necesitaba, era Maton, el
prestamista de oro. Al saber que había sido camellero en Siria, me envió a ver al viejo Nebatur, el
tratante de camellos al que nuestro buen rey había encargado que comprara varias manadas de
camellos para una gran expedición. Con él puse en práctica mis conocimientos sobre camellos y poco
a poco pude ir devolviendo cada moneda de cobre o plata. De manera que al final pude caminar con
la cabeza bien alta y sentir que era un hombre honorable entre los hombres.
-Dabasir se inclinó de nuevo sobre su comida. -¡Eh, Kausbor, caracol! -gritó lo bastante fuerte para
que le oyeran en la cocina-, la comida está fría. Tráeme más carne recién asada. Dale también un
buen trozo a Tarkad, el hijo de mi viejo amigo, que tiene hambre y que comerá conmigo.
Así se acabó la historia de Dabasir, el tratante de camellos de la antigua Babilonia. Encontró su
camino cuando entendió una gran verdad que ya habían descubierto y aplicado hombres sabios
desde mucho antes de esa época.
Esta verdad había ayudado a muchos hombres a superar las dificultades y a llegar al éxito, y seguiría
haciéndolo a todos los que comprendieran su fuerza mágica. Cualquiera que lea estas líneas la
poseerá.
Cuando se está determinado, se encuentran los medios.

7. Las murallas de Babilonia

El viejo Banzar, guerrero feroz en otros tiempos, hacia guardia en la pasarela que llevaba a la parte
más alta de las murallas de Babilonia. A lo lejos, valerosos soldados defendían el acceso a las
murallas. La supervivencia de la gran ciudad y de sus centenares de miles de habitantes dependía de
ellos.
De más allá de las murallas llegaban el fragor de los ejércitos que combatían, los gritos de los
hombres, los cascos de miles de caballos, el ensordecedor ruido de los arietes que golpeaban las
puertas de bronce.
Los lanceros estaban en alerta continua, preparados para impedir la entrada en la ciudad en el caso
de que las puertas cedieran. No eran numerosos, los ejércitos principales estaban lejos, hacia el Este,
acompañando al rey, que dirigía una campaña contra los elamitas. No habían previsto que pudieran
ser atacados durante esta ausencia y las fuerzas defensoras eran escasas. Cuando nadie se lo
esperaba, los grandes ejércitos asirios llegaron del Norte. Las murallas deberían soportar el ataque,
si no, sería el fin de Babilonia.
Alrededor de Banzar se agrupaban numerosos ciudadanos con expresión espantada que se
informaban ansiosamente sobre la evolución de los combates. Miraban aterrorizados la hilera de
soldados muertos o heridos que eran transportados o que bajaban de la pasarela.
El asalto estaba llegando al momento crucial, tras haber rodeado la ciudad durante tres días, el
enemigo había concentrado sus fuerzas en aquella parte de la muralla y en aquella puerta.
Las defensas, situadas en la parte superior de la muralla, mantenían a raya a los adversarios que
intentaban escalar las paredes de la muralla mediante plataformas o escaleras echándoles aceite
hirviendo o tirando lanzas a los que conseguían llegar hasta lo más alto.
Los enemigos respondían disponiendo una línea de arqueros que proyectaban una lluvia de flechas
contra los babilonios.
El viejo Banzar ocupaba un puesto elevado desde el que podía ver muy bien todo lo que pasaba, se
encontraba muy cerca del centro de los combates y era el primero en percibir los ataques frenéticos
del enemigo.
Un comerciante de edad avanzada se le acercó.
Decidme, por favor, no podrán entrar, ¿verdad? juntando las dos manos le suplicó-. Mis hijos están
acompañando a nuestro buen rey, no hay nadie para proteger a mi anciana esposa. Robarán todos
nuestro bienes, tomarán todas nuestras reservas. Nosotros ya somos viejos, demasiado para poder
servir como esclavos, nos moráremos de hambre. Pereceremos. Decidme que no podrán entrar en la
ciudad.
-Cálmate, buen comerciante -respondió el guardia -. Las murallas de Babilonia son sólidas. Vuelve al
bazar y di a tu mujer que las murallas os protegerán a vosotros y a vuestros bienes tanto como a los
ricos tesoros del rey. Permanece cerca de la muralla para que no te alcance una flecha.
Una mujer con un bebé en brazos ocupó el lugar del hombre que se retiraba.
-Sargento, ¿Qué noticias hay del combate? Decidme la verdad para que pueda tranquilizar a mi
pobre marido. Está en cama con una gran fiebre producida por sus terribles heridas. Pero insiste en
protegerme con su armadura y su lanza, porque estoy encinta. Dice que la venganza del enemigo
sería terrible en el caso de que entrara.
-Tienes buen corazón porque eres madre, y lo volverás a ser. Las murallas de Babilonia te protegerán
a ti y a tus hijos. Son altas y sólidas, ¿no oyes los gritos de nuestros valientes defensores que tiran
calderos de aceite hirviendo a los que intentan escalar los muros?
-Sí, y también oigo el bramido de los arietes que chocan contra nuestras puertas.
-Vuelve con tu marido, dile que las puertas son fuertes y resistirán el embate de los arietes. Dile
también que a los que escalan las murallas les espera una lanza. Ve con cuidado y date prisa en llegar
a los edificios, donde estarás más segura.
Banzar se apartó para dejar vía libre a los refuerzos armados, cuando pasaban muy cerca de él con su
pesada marcha y los escudos de bronce que tintineaban, una niña estiró del cinturón a Banzar.
-Decidme por favor, soldado, ¿estamos seguros? preguntó-. Oigo ruidos terribles, veo hombres que
sangran
¡Tengo tanto miedo! ¿Qué será de nuestra familia, mi madre, mi hermanito y el bebé?
El viejo militar tuvo que cerrar los ojos y levantar la barbilla mientras alzaba a la niña.
-No tengas miedo, pequeña -le dijo-. Las murallas de Babilonia os protegerán a ti, a tu madre, a tu
hermanito y al bebé. La buena reina Semiramis hace cien años las hizo construir para proteger a
gente como tú. Vuelve y di a tu madre, a tu hermanito y al bebé que las murallas de Babilonia los
protegerán y que no tienen de qué tener miedo.
Todos los días, el viejo Banzar permanecía en su puesto y observaba cómo los recién llegados subían
a la pasarela y combatían hasta que, heridos o muertos, los habían de bajar. A su alrededor, una
muchedumbre de ciudadanos atemorizados y ansiosos quería saber si las murallas aguantarían. El
daba a todos la misma respuesta con la dignidad del viejo soldado: Las murallas de Babilonia os
protegerán.
Durante tres semanas y cinco días continuó el ataque con renovada violencia. Cada día la mandíbula
de Banzar se crispaba más y más, pues el paso, lleno de sangre de los numerosos heridos, se había
convertido en un lodazal por el flujo incesante de hombres que subían y bajaban tambaleantes.
Todos los días, los atacantes masacrados se amontonaban en pilas ante las muralla; todas las noches,
sus camaradas los transportaban y enterraban.
La quinta noche de la última semana el clamor disminuyó. Los primeros rayos de sol iluminaron la
llanura, cubierta de grandes nubes de polvo que levantaban los ejércitos en retirada. Un inmenso
grito se alzó entre los defensores. No había duda sobre lo que quería decir. Fue repetido por las
tropas que esperaban detrás de las murallas, por los ciudadanos en las calles, barrió la ciudad con la
violencia de una tempestad.
La gente salió precipitadamente de las casas, una muchedumbre delirante llenó las calles, los
sentimientos de miedo reprimidos durante semanas se transformaron en un grito de alegría salvaje.
De lo alto de la gran torre de Bel salieron las llamas de la victoria, una columna de humo azul se alzó
en el cielo para llevar bien lejos su mensaje.
Una vez más, las murallas de Babilonia habían repelido a un enemigo poderoso y feroz, dispuesto a
saquear sus ricos tesoros y a dominar a sus ciudadanos y reducirlos a la esclavitud.
La ciudad de Babilonia sobrevivió varios siglos porque estaba completamente protegida. De otro
modo, no lo habría conseguido.
Las murallas de Babilonia ilustran bien las necesidades del hombre y su deseo de estar protegido.
Este deseo es inherente a la raza humana, hoy en día es tan fuerte como en la antigüedad, pero
nosotros hemos imaginado planes más amplios y mejores para llegar a este fin.
Hoy en día, apostados tras los muros inexpugnables de los seguros, de las cuentas bancarias y de las
inversiones fiables, podemos protegernos de las tragedias inesperadas que pueden surgir en
cualquier momento.
No podemos permitirnos vivir sin estar protegidos de manera adecuada.

6. El prestamista de oro de Babilonia

¡Cincuenta monedas de oro! El fabricante de lanzas de la vieja Babilonia nunca había llevado tanto
oro en su bolsa de cuero. Volvía feliz caminando a grandes zancadas por el camino real del palacio.
El oro tintineaba alegremente en la bolsa que colgaba de su cinturón y se movía con un suave vaivén
cada vez que daba un paso, era la música más dulce que jamás hubiera oído.
¡Cincuenta monedas de oro! Le costaba creer en su buena suerte. ¡Cuánto poder había en esas piezas
que tintineaban! Podrían procurarle todo lo que quisiera: una casa enorme, tierras, un rebaño,
camellos, caballos, carros, todo lo que deseara.
¿Qué haría con ellas? Aquella noche, mientras tomaba una calle transversal y apresuraba su paso
hacia la casa de su hermana, no podía pensar en otra cosa más que en esas pesadas y brillantes
monedas que ahora le pertenecían.
Unos días más tarde, al ponerse el sol, Rodan entró perplejo en la tienda de Maton, prestamista de
oro y mercader de joyas y de telas exóticas. Sin fijarse en los atractivos artículos que estaban
ingeniosamente dispuestos a ambos lados, cruzó la tienda y se dirigió a las habitaciones de la parte
posterior. Encontró al hombre que buscaba, Maton, tendido en una alfombra y saboreando la
comida que le había servido su esclavo negro.
-Me gustaría pediros consejo porque no sé qué hacer.
Rodan estaba de pie con las piernas abiertas y por debajo de la chaqueta de cuero entreabierta se
adivinaba su pecho velludo.
La figura delgada y pálida de Maton le sonrió y le saludó con afabilidad.
-¿Qué necedades habrás cometido para venir a pedir los favores del prestamista de oro? ¿Has tenido
mala suerte en el juego? ¿Acaso alguna mujer te ha desplumado hábilmente? Desde que te conozco,
nunca has solicitado mi ayuda para resolver tus problemas.
No, no, nada de eso. No busco oro. He venido porque espero que puedas darme un sabio consejo.
-¡Escuchad, escuchad lo que dice este hombre! Nadie viene a ver al prestamista de oro para que le dé
un consejo. Mis oídos me están jugando una mala pasada.
-Oyen correctamente.
-¿Cómo es posible? Rodan, el fabricante de lanzas, es más astuto que nadie. Por eso visita a Maton,
no para pedirle que le preste oro, sino para pedirle consejo.
Hay muchos hombres que vienen a pedirme oro para pagar sus caprichos pero no quieren que los
aconseje. Pero, ¿quién mejor que el prestamista para aconsejar a los muchos hombres que acuden a
él?
Comerás conmigo, Rodan -continuó diciendo-. Esta noche, tú serás mi invitado. ¡Ando! ordenó a su
esclavo negro, extiende una alfombra para mi amigo Rodan, el fabricante de lanzas, que ha venido
para que le aconseje. Será mi invitado de honor. Tráele mucha comida y el mejor vino para que se
complazca en beber.
Ahora, dime qué es lo que te preocupa.
-Se trata del regalo del rey.
-¿El regalo del rey? ¿El rey te ha hecho un regalo que te causa problemas? ¿Qué clase de regalo?
-Me dio cincuenta monedas de oro porque le gustó mucho el diseño de las nuevas lanzas de la
guardia real y ahora estoy muy apurado.
A cualquier hora del día me siento acosado por personas que querrían compartirlas conmigo.
-Es natural, hay muchos hombres que querrían tener más oro del que tienen y, que aquellos que lo
obtienen fácilmente lo compartieran con ellos. Pero, ¿no puedes decirles que no? ¿No eres lo
bastante fuerte como para defenderte?
-Hay muchos días que puedo decir que no pero otras veces es más fácil decir que sí. ¿Puede alguien
negarse a compartir este dinero con su hermana a la que se siente muy ligado?
-Seguramente tu hermana no querrá privarte de la alegría de tu recompensa.
-Pero es por amor a su marido Araman, a quien ella desea ver convertido en un rico mercader.
Cree que nunca ha tenido suerte y quiere que le preste el oro para que pueda convertirse en un
próspero mercader y después devolverme el dinero con los beneficios.
-Amigo mío prosiguió Maton-. Este asunto que quieres discutir es muy interesante. El oro otorga a
quien lo posee una gran responsabilidad y cambia su posición Social frente a los compañeros.
Despierta el temor a perderlo o a ser engañado. Produce una sensación de poder y permite hacer el
bien. Pero, en otras ocasiones, las buenas intenciones pueden causar problemas.
¿Has oído hablar alguna vez del granjero de Nínive que era capaz de entender el lenguaje de los
animales? No es el tipo de fábula que a los hombres les gusta contar en casa del herrero. Te la voy a
contar para que aprendas que en el hecho de tomar prestado o de prestar, hay algo más que el paso
del oro de una mano a otra.
El granjero, que entendía lo que decían los animales entre ellos, todas las noches se paraba sólo para
escuchar lo que hablaban. Una noche oyó al buey quejarse al asno de la dureza de su destino:
Arrastro el arado desde la mañana hasta la noche. Poco importa que haga calor, que esté cansado o
que la yunta me irrite el cuello, igualmente tengo que trabajar. En cambio, tú eres una criatura hecha
para el ocio. Decorado con una manta de colores, no tienes otra cosa que hacer que llevar a nuestro
amo adonde desee ir. Cuando no va a ninguna parte, descansas y paces durante todo el día.
El asno, a pesar de sus peligrosos cascos, era de naturaleza buena y simpatizaba con el buey. Amigo
mío, respondió, trabajas mucho y me gustaría aliviar tu suerte. Así que, voy a contarte cómo puedes
tener un día de descanso. Por la mañana, cuando venga a buscarte el esclavo para la labranza,
tiéndete en el suelo y empieza a mugir sin cesar para que diga que estás enfermo y---que no puedes
trabajar.
Entonces, el buey siguió el consejo del asno y a la mañana siguiente, el esclavo se dirigió a la granja y
le dijo al granjero que el buey estaba enfermo y que no podía arrastrar el arado.
“En este caso, dijo el granjero, unce al asno pues igualmente hay que labrar la tierra.”
Durante todo el día, el asno que solamente había querido ayudar a su amigo, se vio forzado a hacer el
trabajo del buey. Por la noche, cuando lo desengancharon del arado, tenía el corazón afligido, las
piernas cansadas y le dolía el cuello porque la yunta se lo había irritado.
El granjero se acercó al corral para escuchar.
El buey empezó primero. “Eres un buen amigo. Gracias a tu sabio consejo, he disfrutado de un día de
descanso.”
“En cambio yo, replicó el asno, soy un corazón compasivo que empieza por ayudar a un amigo y
termina por hacer su trabajo. A partir de ahora, tú arrastrarás tu propio arado porque he oído que el
amo decía al esclavo que fuera a buscar al carnicero si todavía seguías enfermo. Espero que lo haga
porque eres un compañero perezoso.”
Nunca más se hablaron. Allí terminó su amistad.
Rodar, ¿puedes explicarme la moraleja de esta fábula?
-Es una buena fábula -respondió Rodar-, pero yo no veo la moraleja.
No pensaba que fueras a descubrirla. Pero hay una y muy simple: si quieres ayudar a tu amigo, hazlo
de forma que luego no recaigan sobre ti sus responsabilidades.
No se me había ocurrido eso. Es una moraleja muy sabia. No deseo cargar con las responsabilidades
de mi hermana y de su marido. Pero dime, tú que prestas dinero a tanta gente: ¿acaso los que te
piden dinero prestado no te lo devuelven?
-Maton sonrió con el gesto que permite la experiencia. ¿Acaso sería un buen préstamo si no me lo
devolvieran? ¿No crees que e1 prestamista tiene que ser lo suficientemente listo como para juzgar
con precaución si el oro que presta será de utilidad para el que lo pide prestado y después le será
devuelto, o si el oro se desperdiciará inútilmente y dejará al que lo ha pedido abrumado por una
deuda que nunca podrá devolver?
Voy a enseñarte las monedas que tengo en mi cofre y voy a dejar que te cuenten algunas historias.
Llevó a la habitación un cofre tan largo como su brazo, cubierto con piel de cerdo roja y adornado
con figuritas de bronce. Lo depositó en el suelo y se agachó delante de él, con las dos manos
colocadas encima de la tapa.
-Exijo una garantía de cada persona a quien presto dinero y la dejo en el cofre hasta que me
devuelven el dinero. Cuando lo hacen, se la devuelvo pero si no lo hacen, este depósito me recordará
siempre a aquél que me ha traicionado.
El cofre me demuestra que lo más seguro es prestar dinero a aquellos cuyas posesiones tienen más
valor que el oro que desean que les preste. Tienen tierras, joyas, camellos u otros objetos que se
pueden vender como pago del préstamo. Algunas de las prendas que me dan tienen más valor que el
préstamo. Con otras, prometen entregarme una parte de sus propiedades como pago si no lo
devuelven. Gracias a esta clase de préstamos, me aseguro de que me devolverán el oro con intereses
ya -que el préstamo se basa en el valor de las propiedades.
Hay otra categoría de personas que piden dinero prestado: los que pueden ganar dinero. Son como
tú, trabajan o sirven y se les paga. Cuentan con unos ingresos, son honestos y no tienen mala suerte.
Sé que ellos también pueden devolver el oro que les presto y los intereses a los que tengo derecho.
Estos préstamos se basan en el esfuerzo humano.
Los otros son los que no poseen propiedades ni tampoco ganan dinero. La vida es dura y siempre
habrá gente que no podrá adaptarse. Mi cofre podría reprocharme más tarde que les prestara dinero
aunque sea menos que un céntimo, a menos que buenos amigos del que me ha pedido el dinero me
garantizaran su devolución.
Maton soltó el cerrojo y abrió la tapa. Rodan se acercó a mirar con curiosidad.
Había un collar de bronce encima de una tela de color escarlata. Maton tomó la joya y la acarició con
cariño.
-Esta prenda siempre estará en mi cofre porque su propietario está muerto. La conservo
cuidadosamente y me acuerdo mucho de él porque era un buen amigo. Hicimos muy buenos
negocios juntos hasta que trajo a una mujer del Este, que no se parecía en nada a nuestras mujeres,
con la que se casó. Una criatura deslumbrante. Malgastó todo su oro para colmar todos los deseos de
ella. Cuando ya no le quedaba más oro, acudió a mí, angustiado. Le aconsejé. Le dije que le ayudaría
una vez más a dirigir sus negocios. Juró por el signo del Gran Toro que retomaría las riendas de sus
asuntos. Pero eso no ocurrió.
Durante una pelea, aquella mujer le hundió un cuchillo en el corazón, del mismo modo que él le
había desafiado a que hiciera.
-¿Y ella...? -preguntó Rodan.
-Sí, este collar era suyo.
Maton cogió la bella tela color escarlata.
-Presa de amargos remordimientos, se lanzó al Éufrates. Nunca me devolverán estos dos préstamos.
El cofre te explica, Rodan, que los que piden dinero prestado y son muy apasionados, constituyen un
gran riesgo para el prestamista de oro.
Ahora te voy a contar otra historia diferente.
Buscó un anillo esculpido en un hueso de buey.
-Esta joya pertenece a un granjero. Yo compro las alfombras que sus mujeres tejen. Los saltamontes
devastaron sus cosechas y sus trabajadores no tenían nada que comer. Le ayudé y a la cosecha
siguiente, me devolvió el dinero. Más tarde volvió a visitarme y me dijo que un viajante le había
hablado de unas extrañas cabras que había en unas tierras lejanas. Tenían el pelo tan suave y fino
que sus mujeres podrían tejer las alfombras más bellas que se hubieran visto jamás en Babilonia.
Quería poseer ese rebaño pero no tenía dinero. Así que le presté el oro necesario para el viaje y la
compra de las cabras. Ahora ya tiene su rebaño y el año que viene, voy a sorprender a los amos de
Babilonia con las alfombras más caras que nunca hayan tenido la oportunidad de comprar. Pronto le
devolveré el anillo. Insiste en devolverme el dinero rápidamente.
-¿Acaso hay personas que piden dinero prestado que hacen esto? -inquirió Rodan.
-Si me piden dinero con el fin de ganarlo, lo adivino y acepto prestarlo. Pero si lo hacen para pagarse
sus caprichos, te advierto que seas prudente si quieres recobrar el oro.
-Cuéntame la historia de esta joya -pidió Rodan mientras tomaba con sus manos un brazalete de oro
incrustado de extraordinarias piedras.
-Te interesan las mujeres, amigo mío bromeó Maton.
-Soy bastante más joven que tú -replicó Rodan.
-De acuerdo, pero esta vez te imaginas un romance donde no lo hay. La propietaria es gorda y está
arrugada y habla tanto para decir tan poco que me enoja. Antaño tenía mucho dinero y su hijo y ella
eran buenos clientes pero el tiempo les trajo desgracias. Le hubiera gustado hacer de su hijo un
mercader. Un día vino a mi casa y me pidió dinero prestado para que su hijo pudiera asociarse con el
propietario de una caravana que viajaba con sus camellos y trocaba en una ciudad lo que compraba
en otra.
El hombre demostró ser un canalla porque dejó al pobre chico en una ciudad lejana sin dinero y sin
amigos, tras abandonarlo mientras dormía. Quizá cuando sea adulto, me devolverá el dinero. Desde
entonces, no recibo ningún interés por el préstamo, sólo palabras vanas. Pero reconozco que las
joyas valen el préstamo.
-¿Y esta mujer, te pidió algún consejo sobre este préstamo?
Al contrario, se imaginó que su hijo era un hombre poderoso y rico de Babilonia. Sugerirle lo
contrario la hubiera enfurecido. Solamente tuve derecho a una reprimenda. Sabía que corría un
riesgo porque su hijo era inexperto pero como ella ofrecía la garantía, no pude negarle el préstamo.
-Esto -continuó Maton mientras agitaba un pedazo de cuerda anudado- pertenece a Nebatur, el
comerciante de camellos. Cuando compra un rebaño que cuesta más de lo que él posee, me trae este
nudo y yo le hago un préstamo según sus necesidades. Es un comerciante muy listo. Confío en su
juicio y puedo prestarle dinero tranquilamente. Muchos otros mercaderes de Babilonia también
gozan de mi confianza porque su conducta es honrada.
Los objetos que me entregan en depósito entran y salen regularmente del cofre. Los buenos
mercaderes forman un activo en nuestra ciudad y para mí, es beneficioso ayudarles a mantener vivo
el comercio para que Babilonia sea próspera.
Maton tomó un escarabajo esculpido en una turquesa y lo lanzó desdeñosamente al suelo.
-Es un insecto de Egipto. A1 joven que posee esta piedra no le importa demasiado que algún día yo
recupere el oro. Cuando se lo reclamo, me responde: ¿cómo puedo devolverte el dinero si la
desgracia se cierne sobre mí? ¡Tienes a otros!
¿Qué puedo hacer? El objeto pertenece a su padre, un hombre valeroso pero que no es rico y que
empeñó sus tierras y su rebaño para ayudar a su hijo en sus empresas.
Al principio el joven tuvo éxito y luego empezó a estar muy ansioso por enriquecerse.
Por culpa de su inexperiencia, sus tentativas se fueron al traste.
Los jóvenes son ambiciosos. Les gustaría conseguir rápidamente las riquezas y las cosas deseables
que aporta. Para asegurarse una fortuna rápida, piden dinero prestado con imprudencia.
Como es su primera experiencia, no pueden comprender que una deuda que no sea devuelta es como
un agujero profundo al que podemos descender rápidamente y en el que podemos debatirnos en
vano durante mucho tiempo. Es un agujero de penas y lamentos donde la luz del sol se ensombrece y
la noche perturba un sueño agitado. Pero no desaconsejo que se preste dinero. Animo a que se haga.
Lo recomiendo en el caso de que se haga con una finalidad buena. Yo mismo tuve mi primer gran
éxito como mercader con dinero que me habían prestado.
Pero, ¿qué debe hacer un prestamista en un caso así? El joven ha perdido la esperanza y no hace
nada. Se ha desanimado. No se esfuerza por devolver el dinero. Y yo no quiero despojar a su padre de
sus tierras y de su ganado.
-Me has contado muchas historias interesantes pero no has contestado a mi pregunta. ¿Debo o no
debo prestar las cincuenta monedas de oro a mi hermana y a su marido? ¡Tienen tanto valor para
mí!
-Tu hermana es una mujer valiente y le tengo mucha estima. Si su marido viniera a verme para
pedirme cincuenta monedas de oro, le preguntaría para qué iba a emplearlas.
Si me contestara que quiere hacerse mercader como yo y tener una tienda de joyas y de muebles, le
diría: “¿conoces este oficio? ¿sabes dónde se puede comprar barato?”.
¿Acaso podría responder afirmativamente a todas estas preguntas?
No, no podría -admitió Rodan-. Me ayudó mucho a fabricar lanzas y también ayudó en otras tiendas.
-Entonces, le diría que su objetivo no es sensato. Los mercaderes tienen que aprender su oficio. Su
ambición, más que encomiable, no es lógica y por lo tanto, no le prestaría dinero.
Pero supongamos que dice: “Sí, ayudé mucho a los mercaderes. Sé cómo ir a Esmirna para comprar
a bajo precio las alfombras que las mujeres tejen. Además, conozco a los ricos de Babilonia a quien
puedo vender y así obtener grandes beneficios.”
Entonces, le diría: “Tu objetivo es sensato y tu ambición digna. Me alegraré de prestarte las
cincuenta monedas de oro si me aseguras que me las devolverás.”
Pero si dijera: “Lo único que os puedo asegurar es que soy un hombre de honor y que os devolveré el
dinero.”
Entonces, le respondería que cada moneda de oro es muy valiosa para mí. Si los ladrones te quitan el
dinero de camino a Esmirna o te arrebatan las alfombras a la vuelta, no tendrás medios para
pagarme y habré perdido mi oro.
Como ves, Rodan, el oro es la mercancía del prestamista. Es fácil prestarlo. Si se presta con
imprudencia, es difícil de recuperar. Una promesa es un riesgo que un prestamista prudente
desdeña, y prefiere la garantía de una devolución asegurada.
Es bueno prosiguió- ayudar a los que lo necesitan, ayudar a los que no tienen suerte. Está bien
ayudar a los que empiezan para que prosperen y se conviertan en buenos ciudadanos. Pero la ayuda
debe ser sensata porque si no, igual que el asno de la granja deseoso de ayudar, cargaremos con un
peso que pertenece a otro.
Sigo alejándome de tu pregunta, Rodan, pero escucha mi respuesta: guarda tus cincuenta monedas
de oro. Son la justa recompensa de tu trabajo y nadie puede obligarte a compartirlas, a menos que lo
desees. Si quisieras prestarlas para que te dieran más oro, deberías hacerlo con precaución y en sitios
distintos. No me gusta ni el oro que duerme ni tampoco los grandes riesgos.
¿Cuántos años has trabajado como fabricante de lanzas?
-Tres años.
-¿Además del regalo del rey, cuánto dinero has ahorrado?
-Tres monedas de oro.
-¿O sea, que cada año que has trabajado, te has privado de cosas buenas para ahorrar una moneda
de tus ganancias?
-Así es.
-Entonces, ¿quizás privándote de las cosas buenas podrías ahorrar cincuenta monedas de oro en
cincuenta años?
-Sería el fruto de toda una vida.
-¿Y crees que tu hermana arriesgaría los ahorros de tus cincuenta años de trabajo para que su
marido diera los primeros pasos como mercader?
-No, visto de este modo, no.
-Entonces, ve a verla y dile: He estado tres años trabajando todos los días de la mañana a la noche,
excepto en los días de ayuno y me he privado de muchas cosas que deseaba ardientemente. Por cada
año de trabajo y de abnegación, he conseguido una moneda de oro. Eres mi hermana predilecta y
deseo que tu marido emprenda un negocio donde pueda prosperar mucho. Si puede presentarme un
plan que a mi amigo Maton le parezca sensato y realizable, entonces le prestaré gustosamente mis
ahorros de un año entero para que tenga la oportunidad de demostrar que puede tener éxito.
Haz lo que te digo y si tiene talento para triunfar, tendrá que demostrarlo. Si falla, no te deberá más
que lo que espera devolverte algún día.
Soy prestamista de oro porque tengo más oro del que me hace falta para comerciar.
Deseo que mi excedente de oro trabaje para los demás y así me aporte más oro. No me quiero
arriesgar a perder mi oro porque he trabajado mucho y me he privado de muchas cosas para
ahorrarlo. Así que no voy a prestarlo a quien no merezca mi confianza y me asegure que me será
devuelto. Tampoco lo prestaré si no estoy convencido que los intereses de este préstamo me serán
devueltos rápidamente.
Te he contado, Rodan, algunos secretos de mi cofre. Estos' ~ secretos te han revelado las debilidades
de los hombres y su ansiedad por pedir dinero prestado aunque no siempre tengan los medios
seguros para devolverlo.
Con estos ejemplos, te darás cuenta de que a menudo, la gran esperanza de estos hombres sería
adquirir grandes ganancias si tuvieran dinero y que simplemente se trata de falsas esperanzas
porque no tienen ni la habilidad ni la experiencia necesarias para realizarlas.
Ahora tú, Rodan, posees el oro que podría producirte más oro. Estás muy cerca de convertirte, como
yo, en un prestamista de oro. Si conservas tu tesoro, te aportará generosos intereses; será una fuente
abundante de placeres y será provechoso para el resto de tus días. Pero, si lo dejas escapar, será una
fuente tan constante de penas y lamentos que nunca lo olvidarás.
¿Qué es lo que más deseas para el oro que contiene tu bolsa de cuero?
-Guardarlo en un lugar seguro.
Has hablado con sensatez -respondió Maton en tono de aprobación. Tu primer deseo es la seguridad.
¿Crees que bajo la custodia de tu cuñado estará seguro y al abrigo de cualquier pérdida?
-Me temo que no porque no es prudente en su forma de guardar el oro.
-Entonces, no te dejes influir por los estúpidos sentimientos hacia cualquier persona que te llevan a
confiar tu tesoro. Si quieres ayudar a tu familia o a tus amigos, encuentra otros medios que no sean
arriesgarte a perder tu tesoro. No te olvides de que el oro escapa inesperadamente a los que no saben
guardarlo. Ya sea por extravagancia
o dejando que los otros lo pierdan por ti. Después de la seguridad, ¿qué es lo que más deseas para tu
tesoro? -Que me produzca más oro. -Vuelves a hablar con sensatez. Tu oro tiene que darte ganancias
y aumentar. El dinero que se presta
sabiamente puede incluso duplicarse antes de que te hagas viejo. Si te arriesgas a perder tu dinero,
también te arriesgas a perder todo lo que te pueda reportar.
Así que no te dejes influir por los planes fantásticos de hombres imprudentes que piensan que saben
la forma de hacer que tu oro produzca extraordinarias ganancias. Son planes forjados por soñadores
inexpertos que no conocen las leyes seguras y fiables del comercio. Sé conservador en cuanto a las
ganancias que el oro pueda producirte y en cuanto a lo que puedes ganar y así saca partido de tu
tesoro. Invertir el oro contra una promesa de ganancias usureras es ir a perderlo.
Intenta asociarte con hombres hábiles y emprender negocios cuyo éxito esté asegurado para que tu
tesoro salga ganando y esté en lugar seguro gracias a vuestra astucia y experiencia.
De este modo, evitarás las desgracias que acompañan a la mayoría de los hijos de los hombres a
quienes Dios confía el oro.
Cuando Rodan quiso agradecerle su sabio consejo, éste no le escuchó y dijo: El regalo del rey te
procurará mucha sabiduría. Si guardas las cincuenta monedas de oro, tendrás que ser discreto.
Tendrás tentaciones de invertir en muchos proyectos. Te darán muchos consejos. Tendrás muchas
oportunidades de obtener grandes beneficios. Antes de prestar ninguna moneda de oro, tienes que
asegurarte de que te será devuelta. Si quieres más consejos, vuelve a visitarme. Te los daré
gustosamente.
Antes de irte, lee lo que grabé en la tapa del cofre. Se puede aplicar tanto al prestamista como al que
pide el dinero prestado.
Vale más prevenir que curar