St. Swithin's College
Nottingan University
Newark-on-Trent
Nottingham
7 de noviembre de 1936
Nottingan University
Newark-on-Trent
Nottingham
7 de noviembre de 1936
Querido profesor:
Si en el transcurso de sus próximas excavaciones en la ruinas de Babilonia encuentra el fantasma
de un viejo ciudadano, un tratante de camellos llamado Dabasir, hágame un favor: dígale que
aquellos galimatías que escribió en unas tablillas de barro hace ya mucho tiempo le han valido la
gratitud eterna de ciertas personas de una facultad de Inglaterra.
Seguramente de acordará Vd. de mi carta de hace un año en la que le decía que mi mujer y yo
teníamos la intención de seguir su plan para liberarnos de nuestras deudas y, al mismo tiempo,
tener algo de dinero en nuestros bolsillos. Habrá adivinado que estas deudas nos avergonzaban
desesperadamente -por mucho que las intentáramos esconder a nuestros amigos.
Desde hacía años estábamos terriblemente humillados por ciertas deudas e intranquilos hasta la
enfermedad por miedo de que algún comerciante desatara un escándalo que nos habría obligado a
dejar la facultad con toda seguridad. Gastábamos cada chelín de nuestros ingresos, que era
apenas suficiente para mantenernos a flote. Nos veíamos obligados a ir a comprar allí donde nos
dieran crédito, sin importarnos si los precios eran más elevados.
La situación fue empeorando en un círculo vicioso que se agravó en vez de mejorar. Nuestros
esfuerzos se hicieron desesperados, no podíamos mudarnos a un sitio más barato porque aún
debíamos alquileres al propietario. Parecía que no podríamos hacer nada para mejorar nuestra
situación.
Entonces apareció su nuevo amigo, el viejo tratante de camellos de Babilonia, con un plan capaz de
realizar justo lo que nosotros deseábamos cumplir. Nos animó amablemente a seguir su sistema.
Hicimos una lista de todas las deudas que teníamos, y yo se la mostré a todos nuestros acreedores.
Les expliqué que, tal como iban las cosa, era imposible que les pagara. Ellos mismos podían
constatarlo mirando los números. Entonces les dije que la única manera que yo veía de poderles
pagar todo era apartando el veinte por ciento de mis ingresos mensuales, dividiéndolo
equitativamente entre ellos y de este modo devolverles lo que les debía en algo más de dos años.
Durante este intervalo haríamos todas nuestras compras al contado.
Todos fueron verdaderamente correctos; nuestro tendero, un viejo razonable, aceptó esta manera
de que le paguemos la deuda. Si pagan al contado todo lo que compran y van pagando lo que
deben poco a poco, es mejor que si no me pagan nada. Pues no le habíamos pagado desde hacía
Finalmente guardé en lugar seguro una lista con sus nombres y una carta en la que, de mutuo
acuerdo, les pedía que no nos importunaran mientras fuéramos desembolsando el veinte por ciento
de nuestros ingresos. Comenzamos a trazar planes para idear cómo vivir con el setenta por ciento
de lo que ganábamos. Y estábamos decididos a ahorrar el diez por ciento restante para hacerlo
tintinear en nuestros bolsas; la idea de la plata, y posiblemente la del oro, eran de las más
seductoras.
Este cambio en nuestra vida fue toda una aventura, aprendimos a disfrutar calculando y
evaluando cómo vivir cómodamente con el setenta por ciento que nos quedaba. Empezamos por el
alquiler y nos arreglamos para obtener una buena reducción. Después examinamos nuestras
marcas favoritas de té y otros productos y quedamos agradablemente sorprendidos al ver que
podíamos encontrar mejor calidad a más bajo precio.
Es demasiado largo para contarlo por carta pero, de todos modos, no ha resultado ser tan difícil.
Nos acomodamos a esta nueva situación con el mejor de los humores. ¡Qué alivio fue comprobar
que nuestros asuntos económicos ya no se encontraban en un estado que nos hiciera sufrir por las
viejas cuentas impagadas!
No obstante, no olvidaré hablarle del diez por ciento que estábamos obligados a hacer sonar en
nuestras bolsas. Pues bien, sólo lo hicimos sonar durante un cierto tiempo, no demasiado. ¿Sabe?
Esa es la parte divertida, es fantástico comenzar a acumular dinero que uno no quiere gastar, se
siente más placer gestionando una cantidad así que gastándola.
Después de haberla hecho sonar para nuestro solaz le encontramos una utilidad más provechosa:
elegimos un plan de inversiones que podíamos pagar con este diez por ciento todos los meses. Esta
decisión se ha manifestado como la más satisfactoria de nuestra regeneración y es la primera cosa
que pagamos con mi nómina.
Saber que nuestros ahorros crecen sin cesar es un sentimiento de lo más satisfactorio. De aquí
hasta que se acabe mi carrera académica, estos ahorros deberán constituir una suma suficiente
para que sus rentas nos basten a partir de ese momento.
Y todo con el mismo salario: Difícil de creer pero cierto, pagamos nuestras deudas gradualmente
al mismo tiempo que nuestros ahorros aumentan. Además, ahora nos arreglamos mejor que antes
en el campo económico. ¿Quién habría dicho que había tanta diferencia entre seguir un plan y
dejarse llevar?
A finales de el año que viene, cuando hayamos pagado todas nuestras facturas, podremos invertir
más y ahorrar para poder viajar. Estamos decididos a que nuestros gastos corrientes no superen
el setenta por ciento de nuestros ingresos.
Ahora puede Vd. entender por qué nos gustaría expresar nuestro agradecimiento personal a ese
individuo cuyo plan nos ha salvado de ese infierno en la tierra. El lo conocía, había pasado por
todo eso, quería que otros sacaran provecho de sus amargas experiencias. Por ello pasó fastidiosas
horas grabando su mensaje en la arcilla.
Tenía un mensaje auténtico para dar a sus compañeros de sufrimientos, un mensaje tan
importante que, al cabo de cinco mil años, ha salido de las ruinas de Babilonia tan vivo y
verdadero como el día en que fue enterrado.
Si en el transcurso de sus próximas excavaciones en la ruinas de Babilonia encuentra el fantasma
de un viejo ciudadano, un tratante de camellos llamado Dabasir, hágame un favor: dígale que
aquellos galimatías que escribió en unas tablillas de barro hace ya mucho tiempo le han valido la
gratitud eterna de ciertas personas de una facultad de Inglaterra.
Seguramente de acordará Vd. de mi carta de hace un año en la que le decía que mi mujer y yo
teníamos la intención de seguir su plan para liberarnos de nuestras deudas y, al mismo tiempo,
tener algo de dinero en nuestros bolsillos. Habrá adivinado que estas deudas nos avergonzaban
desesperadamente -por mucho que las intentáramos esconder a nuestros amigos.
Desde hacía años estábamos terriblemente humillados por ciertas deudas e intranquilos hasta la
enfermedad por miedo de que algún comerciante desatara un escándalo que nos habría obligado a
dejar la facultad con toda seguridad. Gastábamos cada chelín de nuestros ingresos, que era
apenas suficiente para mantenernos a flote. Nos veíamos obligados a ir a comprar allí donde nos
dieran crédito, sin importarnos si los precios eran más elevados.
La situación fue empeorando en un círculo vicioso que se agravó en vez de mejorar. Nuestros
esfuerzos se hicieron desesperados, no podíamos mudarnos a un sitio más barato porque aún
debíamos alquileres al propietario. Parecía que no podríamos hacer nada para mejorar nuestra
situación.
Entonces apareció su nuevo amigo, el viejo tratante de camellos de Babilonia, con un plan capaz de
realizar justo lo que nosotros deseábamos cumplir. Nos animó amablemente a seguir su sistema.
Hicimos una lista de todas las deudas que teníamos, y yo se la mostré a todos nuestros acreedores.
Les expliqué que, tal como iban las cosa, era imposible que les pagara. Ellos mismos podían
constatarlo mirando los números. Entonces les dije que la única manera que yo veía de poderles
pagar todo era apartando el veinte por ciento de mis ingresos mensuales, dividiéndolo
equitativamente entre ellos y de este modo devolverles lo que les debía en algo más de dos años.
Durante este intervalo haríamos todas nuestras compras al contado.
Todos fueron verdaderamente correctos; nuestro tendero, un viejo razonable, aceptó esta manera
de que le paguemos la deuda. Si pagan al contado todo lo que compran y van pagando lo que
deben poco a poco, es mejor que si no me pagan nada. Pues no le habíamos pagado desde hacía
Finalmente guardé en lugar seguro una lista con sus nombres y una carta en la que, de mutuo
acuerdo, les pedía que no nos importunaran mientras fuéramos desembolsando el veinte por ciento
de nuestros ingresos. Comenzamos a trazar planes para idear cómo vivir con el setenta por ciento
de lo que ganábamos. Y estábamos decididos a ahorrar el diez por ciento restante para hacerlo
tintinear en nuestros bolsas; la idea de la plata, y posiblemente la del oro, eran de las más
seductoras.
Este cambio en nuestra vida fue toda una aventura, aprendimos a disfrutar calculando y
evaluando cómo vivir cómodamente con el setenta por ciento que nos quedaba. Empezamos por el
alquiler y nos arreglamos para obtener una buena reducción. Después examinamos nuestras
marcas favoritas de té y otros productos y quedamos agradablemente sorprendidos al ver que
podíamos encontrar mejor calidad a más bajo precio.
Es demasiado largo para contarlo por carta pero, de todos modos, no ha resultado ser tan difícil.
Nos acomodamos a esta nueva situación con el mejor de los humores. ¡Qué alivio fue comprobar
que nuestros asuntos económicos ya no se encontraban en un estado que nos hiciera sufrir por las
viejas cuentas impagadas!
No obstante, no olvidaré hablarle del diez por ciento que estábamos obligados a hacer sonar en
nuestras bolsas. Pues bien, sólo lo hicimos sonar durante un cierto tiempo, no demasiado. ¿Sabe?
Esa es la parte divertida, es fantástico comenzar a acumular dinero que uno no quiere gastar, se
siente más placer gestionando una cantidad así que gastándola.
Después de haberla hecho sonar para nuestro solaz le encontramos una utilidad más provechosa:
elegimos un plan de inversiones que podíamos pagar con este diez por ciento todos los meses. Esta
decisión se ha manifestado como la más satisfactoria de nuestra regeneración y es la primera cosa
que pagamos con mi nómina.
Saber que nuestros ahorros crecen sin cesar es un sentimiento de lo más satisfactorio. De aquí
hasta que se acabe mi carrera académica, estos ahorros deberán constituir una suma suficiente
para que sus rentas nos basten a partir de ese momento.
Y todo con el mismo salario: Difícil de creer pero cierto, pagamos nuestras deudas gradualmente
al mismo tiempo que nuestros ahorros aumentan. Además, ahora nos arreglamos mejor que antes
en el campo económico. ¿Quién habría dicho que había tanta diferencia entre seguir un plan y
dejarse llevar?
A finales de el año que viene, cuando hayamos pagado todas nuestras facturas, podremos invertir
más y ahorrar para poder viajar. Estamos decididos a que nuestros gastos corrientes no superen
el setenta por ciento de nuestros ingresos.
Ahora puede Vd. entender por qué nos gustaría expresar nuestro agradecimiento personal a ese
individuo cuyo plan nos ha salvado de ese infierno en la tierra. El lo conocía, había pasado por
todo eso, quería que otros sacaran provecho de sus amargas experiencias. Por ello pasó fastidiosas
horas grabando su mensaje en la arcilla.
Tenía un mensaje auténtico para dar a sus compañeros de sufrimientos, un mensaje tan
importante que, al cabo de cinco mil años, ha salido de las ruinas de Babilonia tan vivo y
verdadero como el día en que fue enterrado.
Suyo afectísimo
Alfred H. Shrewsbury
Departamento de Arqueología
Departamento de Arqueología
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