En la antigua Babilonia vivía un hombre muy rico que se llamaba Arkad. Su inmensa fortuna lo hacía
admirado en todo el mundo. También era conocido por su prodigalidad. Daba generosamente a los
pobres. Era espléndido con su familia. Gastaba mucho en sí mismo. Pero su fortuna se acrecentaba
cada año más de lo que podía gastar.
Un día, unos amigos de la infancia lo fueron a ver y le dijeron:
-Tú, Arkad, eres más afortunado que nosotros. Te has convertido en el hombre más rico de Babilonia
mientras que nosotros todavía luchamos por subsistir. Tú puedes llevar las más bellas ropas y
regalarte con los más raros manjares, mientras que nosotros nos hemos de conformar con vestir a
nuestras familias de manera apenas decente y alimentarlas tan bien como podemos.
Sin embargo, en un tiempo fuimos iguales. Estudiamos con el mismo maestro. Jugamos a. los
mismos juegos. No nos superabas en los juegos ni en los estudios. Y durante esos años no fuiste
mejor ciudadano que nosotros.
Y por lo que podemos juzgar, no has trabajado más duro ni más arduamente que nosotros. ¿Por qué
entonces te elige a ti la suerte caprichosa para que goces de todas las cosas buenas de la vida y a
nosotros, que tenemos los mismos méritos, nos ignora?
-Si no habéis conseguido con qué vivir de manera sencilla desde los años de nuestra juventud -los
reprendió Arkad-, es que habéis olvidado aprender las reglas que permiten acceder a la riqueza, o
también puede ser que no las hayáis observado.
“La Fortuna Caprichosa” es una diosa malvada que no favorece siempre a las mismas personas. A1
contrario, lleva a la ruina a casi todos los hombres sobre los que ha hecho llover oro sin que hicieran
esfuerzo alguno. Hace actuar de manera desordenada a los derrochadores irreflexivos que gastan
todo lo que ganan, dejándoles tan sólo apetitos y deseos tan grandes que no puedan saciarlos. En
cambio, otros de a los que favorece se vuelven avaros y atesoran sus bienes por miedo a gastar los
que tienen, pues saben que no son capaces de reponerlos. Además, siempre temen ser asaltados por
los ladrones y se condenan a vivir una vida vacía, solos y miserables. Probablemente existen otros
que pueden usar el oro que han ganado sin esfuerzo, hacerlo rendir y continuar siendo hombres
felices y ciudadanos satisfechos. Sin embargo, son poco numerosos. Sólo los conozco de oídas.
Pensad en los hombres que repentinamente-han heredado fortunas y decidme si esto que os digo no
es cierto.
Sus amigos pensaron que estas palabras eran verídicas, pues sabían de hombres que habían
heredado fortunas. Le pidieron que les explicara cómo se había convertido en un hombre tan
próspero.
-En mi juventud --continuó-, miré a mi alrededor y ví todas las buenas cosas que me podían dar
felicidad y satisfacción, y me di cuenta de que la riqueza aumentaba el poder de esos bienes.
La riqueza es un poder, la riqueza hace posible muchas cosas.
Permite amueblar una casa con los más bellos muebles.
Permite navegar por mares lejanos.
Permite degustar finos manjares de lejanos países.
Permite comprar los adornos del orfebre y del joyero.
Permite, incluso, construir grandiosos templos para los dioses.
Permite todas esas cosas y aún muchas otras que procuran placer a los sentidos y satisfacción al
alma.
Cuando comprendí todo eso, me prometí que yo tendría mi parte de las cosas buenas de la vida. Que
no sería uno de esos que se mantienen al margen, mirando con envidia cómo los otros gozan de su
fortuna. No me conformaría con ropas menos caras que sólo serían respetables. No me contentaría
con la vida de un pobre hombre. Al contrario, estaría invitado al banquete de las buenas cosas.
Siendo, como ya sabéis, el hijo de un humilde comerciante, y miembro de una familia numerosa, no
tenía ninguna esperanza de heredar, y no estaba especialmente dotado de fuerza o de sabiduría,
como habéis dicho con tanta franqueza; así que decidí que si quería obtener lo que deseaba
necesitaría dedicar tiempo y estudio.
En cuanto al tiempo, todos los hombres lo tienen en abundancia. Vosotros habéis dejado pasar el
tiempo necesario para enriquecerse.
Y sin embargo admitís que no tenéis otros bienes que mostrar que vuestras buenas familias, de las
que tenéis razón de estar orgullosos.
En lo que concierne al estudio, ¿No nos enseñó nuestro sabio profesor que posee dos niveles? Las
cosas que ya hemos aprendido y que ya sabemos; y la formación que nos muestra cómo descubrir las
que no sabemos.
Así decidí buscar qué había que hacer para acumular riquezas, y cuando lo encontré, me creí en la
obligación de hacerlo y de hacerlo bien. Pues ¿acaso no es sabio el querer aprovechar la vida
mientras nos ilumina el sol, ya que la desgracia pronto se abatirá sobre nosotros en el momento que
partamos hacia la negrura del mundo de los espíritus?
Encontré un puesto de escriba en la sala de archivos, en la que durante largas horas todos los días,
trabajaba sobre las tablillas de barro, semana tras semana, mes tras mes; sin embargo, nada me
quedaba de lo que ganaba. La comida, el vestido, lo que correspondía a los dioses y otras cosas de las
que ya no me acuerdo, absorbían todos mis beneficios. Pero todavía estaba decidido.
Y un día, Algamish el prestamista vino a la casa del señor de la ciudad y encargó una copia de la
novena ley; me dijo: “La tengo que tener en mi poder dentro de dos días; si el trabajo está hecho a
tiempo te daré dos monedas de cobre”
Así que trabajé duro, pero la ley era larga y cuando Algamish volvió, no había terminado el trabajo.
Estaba enfadado, si hubiera sido su esclavo me habría pegado. Pero como sabía que mi amo no lo
habría permitido, yo no tuve miedo y le pregunté: “Algamish, sois un hombre rico. Decidme cómo
puedo hacerme rico y trabajaré toda la noche escribiendo en las tablillas para que cuando el sol se
levante la ley esté ya grabada”.
Él me sonrió y respondió: “eres un joven astuto, acepto el trato”.
Pasé toda la noche escribiendo, aunque me dolía la espalda y el mal olor de la lámpara me daba dolor
de cabeza, hasta que casi ya no podía ni ver. Pero cuando él regresó al amanecer, las tablillas estaban
terminadas.
“Ahora, dije, cumple tu promesa.”
“Tú has hecho tu parte del trato, hijo mío”, -me dijo bondadosamente, “y yo estoy dispuesto a
cumplir la mía. te diré lo que deseas saber porque me vuelvo viejo y a las lenguas viejas les gusta
hablar, y cuando un joven se dirige a un viejo para recibir un consejo, bebe de la fuente de la
sabiduría que da la experiencia. Demasiadas veces, los jóvenes creen que los viejos sólo conocen la
sabiduría de los tiempos pasados y de ese modo no sacan provecho de ella. Pero recuerda esto: el sol
que brilla ahora es el mismo que brillaba cuando nació tu padre y el mismo que brillará cuando
muera el último de tus nietos”.
“Las ideas de los jóvenes, continuó, son luces resplandecientes que brillan como meteoros que
iluminan el cielo; pero la sabiduría del anciano es como las estrellas filas que lucen siempre de la
misma manera, de modo que los marinos puedan confiar en ellas.”
“Retén bien estas palabras si quieres captar la verdad de lo que te voy a decir y no pensar que has
trabajado en vano durante toda la noche.”
Entonces, bajo las pobladas cejas, sus ojos me miraron fijamente y dijo en voz baja pero firme:
“Encontré el camino de la riqueza cuando decidí que una parte de todo lo que ganaba me tenía que
pertenecer. Lo mismo será verdad para ti.”
Después continuó mirándome y su mirada me atravesó; giro no añadió nada más. “¿Eso es todo?”,
pregunté.
“¡Fue suficiente para convertir en prestamista de oro a un pastor!”, respondió.
“Pero puedo conservar todo lo que gano, ¿no?” dije.
“En absoluto, respondió. ¿No pagas al zapatero? ¿No pagas al sastre? ¿No pagas por la comida?
¿Puedes vivir en Babilonia sin gastar? ¿Qué te queda de todo lo que ganaste durante el año pasado?
¡Idiota! Pagas a todo el mundo menos a ti. Trabajas para los otros. Lo mismo daría que fueras un
esclavo y trabajaras para tu dueño, que te daría lo que necesitas para comer y vestir.”
“Si guardaras la décima parte de lo que ganas en un año, ¿cuánto tendrías en diez años?”
Mis conocimientos de cálculo me permitieron responder: “tanto como gano en un año”.
El replicó: “lo que dices es una verdad a medias. Cada moneda de oro que ahorras es una esclavo que
trabaja para ti. Cada una de las pequeñas monedas que te proporcionará ésta, engendrará otras que
también trabajarán para ti. ¡Si te quieres hacer rico, tus ahorros te deben rendir y estos rendimientos
rendirte a su vez! Todo esto te ayudará a conseguir la abundancia de que estás ávido”
“Crees que te pago mal por la larga noche de trabajo”, continuó, “pero en verdad te pago mil veces;
sólo hace falta que captes la verdad de lo que te he presentado”.
“Una parte de lo que tú ganas es tuyo y lo puedes conservar. No debe ser menos de una décima parte,
sea cual sea la cantidad que tú ganes. Puede ser mucho más cuando te lo puedas permitir. Primero
págate a ti. No compres al zapatero o al sastre más de lo que puedas pagar con lo que te quede, de
modo que tengas suficiente para la alimentación, la caridad y la devoción a los dioses.”
“La riqueza, como el árbol, nace de una semilla. La primera moneda que ahorres será la semilla que
hará crecer el árbol de tu riqueza. Cuanto antes plantes tu semilla, antes crecerá el árbol. Cuanto más
fielmente riegues y abones tu árbol, antes te refrescarás, satisfecho, bajo su sombra.”
Habiendo dicho esto, cogió sus tablillas y se fue.
Pensé mucho en lo que me había dicho y me pareció razonable. Así que decidí que lo intentaría. Cada
vez que me pagaban, tomaba una moneda de cobre de cada diez y la guardaba. Y por extraño que
parezca, no me faltaba más dinero que antes. Tras habituarme, casi ni me daba cuenta, pero a
menudo estaba tentado de gastar mi tesoro, que empezaba a crecer, para comprar algunas de las
buenas cosas que mostraban los mercaderes, cosas traídas por los camellos y los barcos del país de lo
fenicios. Pero me retenía prudentemente.
Doce meses después de la visita de Algamish, este volvió y me dijo: “Hijo mío, ¿te has pagado con la
décima parte de lo que has ganado este año?”
Yo respondí orgulloso: “Sí, maestro”
“Bien, respondió contento, ¿qué has hecho con ella?”
“Se la he dado a Azmur el fabricante de ladrillos. Me ha dicho que viajaría por mares lejanos y que
compraría joyas raras a los fenicios en Tiro, para luego venderlas aquí a elevados precios, y que
compartiríamos las ganancias”
“Se aprende a golpes, gruñó, ¿cómo has podido confiar en un fabricante de ladrillos sobre una
cuestión de joyas? ¿Irías a ver al panadero por un asunto de las estrellas? Seguro que no, si pensaras
un poco irías a ver a un astrónomo. Has perdido tus ahorros, mi joven amigo; has cortado tu árbol de
la riqueza de raíz. Pero planta otro. Y la próxima vez, si quieres un consejo sobre joyas, ve a ver a un
joyero. Si quieres saber la verdad sobre los corderos, ve a ver al pastor. Los consejos son una cosa
que se da gratuitamente, pero toma tan sólo los buenos. Quien pide consejo sobre sus ahorros a
alguien que no es entendido en la materia habrá de pagar con sus economías el precio de la falsedad
de los consejos.” Tras decir esto, se fue.
Y pasó como él había predicho, pues los fenicios resultaron ser unos canallas, y habían vendido a
Azmur trozos de vidrio sin valor que parecían piedras preciosas. Pero, como me había indicado
Algamish, volví a ahorrar una moneda de cobre de cada diez que ganaba ya que me había
acostumbrado y no me era difícil.
Doce meses más tarde, Algamish volvió a la sala de los escribas y se dirigió a mí. “¿Qué progresos has
realizado desde la última vez que te ví?”.
“Me he pagado regularmente, repliqué, y he confiado mis ahorros a Ager, el fabricante de escudos,
para que compre bronce, y cada cuatro meses me paga los intereses.”
“Muy bien. ¿Y qué haces con esos intereses?”
“Me doy un gran festín con miel, buen vino y pastel de especias. También me he comprado una
túnica escarlata. Y algún día me compraré un asno joven para poderme pasear.”
Al oír eso, Algamish rió: “Te comes los beneficios de tus ahorros. Así, ¿cómo quieres que trabajen
para ti? ¿Cómo pueden producir a su vez más beneficios que trabajen para ti? Procúrate primero un
ejército de esclavos de oro, y después podrás gozar de los banquetes sin preocuparte.”
Tras esto, no lo volví a ver en dos años. Cuando regresó, su rostro estaba cubierto de arrugas y tenía
los ojos hundidos, ya que se estaba haciendo viejo. Me dijo: “Arkad, ¿ya eres rico, tal como soñabas?”
Y yo respondí: “No, todavía no poseo todo lo que deseo, sólo una parte, pero obtengo beneficios que
se están multiplicando.”
“¿Y todavía pides consejo a los fabricantes de ladrillos?”
“Respecto a la manera de fabricar ladrillos, dan buenos consejos”, repliqué.
“Arkad, continuó, has aprendido bien la lección. Primero aprendiste a vivir con menos de lo que
ganabas, después, aprendiste a pedir consejo a hombres que fueran competentes gracias a la
experiencia adquirida y que quisieran compartir ésta, y finalmente has aprendido a hacer que tu
dinero trabaje para ti.”
“Has aprendido por ti solo la manera de conseguir dinero, de conservarlo y de usarlo. De modo que
eres competente y estás preparado para asumir un puesto de responsabilidad. Yo me hago viejo, mis
hijos sólo piensan en gastar y nunca en ganar. Mis negocios son muy grandes y tengo miedo de no
poderme encargar de ellos. Si quieres ir a Nipur a encargarte de mis tierras de allí, te haré mi socio y
compartiremos los beneficios.”
Así que fui a Nipur y me encargué de los negocios importantes, y como estaba lleno de ambición y
había aprendido las tres reglas de gestión de la riqueza pude aumentar grandemente el valor de sus
bienes. De modo que cuando el espíritu de Algamish se fue al mundo de las tinieblas, tuve derecho a
una parte de sus propiedades, como él había convenido conforme a la ley.
Así habló Arkad, y cuando hubo acabado de contar su historia, uno de los amigos habló.
-Tuviste una gran suerte de que Algamish te hiciera su heredero.
-Solamente tuve la gran suerte de querer prosperar antes de encontrarlo. ¿Acaso no probé durante
cuatro años mi determinación al guardar una décima parte de lo que ganaba? ¿Dirías que tiene
suerte el pescador que pasa largos años estudiando el comportamiento de los peces y consigue
atraparlos gracias a un cambio del viento, tirando sus redes justo en el momento preciso? La
oportunidad es una diosa arrogante que no pierde el tiempo con los que no están preparados.
-Hiciste prueba de mucha voluntad cuando continuaste después de haber perdido los ahorros de tu
primer año. ¡Fuiste extraordinario! -exclamó otro.
-¡Voluntad! -replicó Arkad-. ¡Qué absurdo! ¿Creéis que la voluntad da al hombre la fuerza para
levantar un fardo que no puede transportar un camello o que no que no puede tirar un buey? La
voluntad no es más que la determinación inflexible de llevar a cabo lo que se ha impuesto.
Cuando yo me impongo un trabajo, por pequeño que sea, lo acabo. De otro modo, ¿cómo podría
confiar en mí mismo para realizar trabajos importantes? Si me propongo que durante cien días, cada
vez que pase por el puente que lleva a la ciudad cogeré una piedra y la tiraré al río, lo haré. Si el
séptimo día pasó sin acordarme, no me digo que pasaré el día siguiente, tiraré dos piedras, y será
igual. En vez de eso daré la vuelta y tiraré la piedra al río. El vigésimo día no me diré que todo esto es
inútil, ni me preguntaré de qué sirve tirar piedras al río cada día: “podrías tirar un puñado de piedras
y habrías acabado todo.” No, no diré eso ni lo haré, cuando me impongo un trabajo lo hago, de modo
que procuro no comenzar trabajos difíciles o imposibles porque me gusta tener tiempo libre.
Entonces, otro de los amigos elevó la voz.
-Si lo que dices es cierto, y si, como tú has dicho, es razonable, entonces todos los hombres podrían
hacerlo, y si todos lo hicieran, no habría suficiente riqueza para todo el mundo.
-La riqueza aumenta cada vez que los hombres gastan sus energías -respondió Arkad-. Si un hombre
rico se construye un nuevo palacio, ¿se pierde el oro con el que paga? No, el fabricante de ladrillos
tiene una parte, el trabajador otra, el artista la suya. Y todos los que trabajan, en la construcción del
palacio reciben una parte. Y cuando el palacio está terminado, ¿acaso no tiene el valor de lo que ha
costado? ¿Y el terreno sobre el que está construido no adquiere por este hecho más valor? La riqueza
crece de manera mágica. Ningún hombre puede predecir su límite. ¿Acaso no han levantado los
fenicios grandes ciudades en áridas costas gracias a las riquezas traídas por sus barcos mercantes?
-¿Qué nos aconsejas para que nosotros también nos hagamos ricos?, -preguntó uno de los amigos-
Los años han ido pasando, ya no somos jóvenes y no tenemos dinero que ahorrar.
-Os recomiendo que pongáis en práctica los sabios principios de Algamish; y decíos: una parte de
todo lo que gano me revierte y la he de conservar. Decíoslo cuando os levantéis, decíoslo al mediodía,
decíoslo por la tarde, decíoslo cada hora de cada día. Repetidlo hasta que estas palabras resalten
como letras de fuego en el cielo.
Impregnaos de esta idea. Llenaos de este pensamiento. Tomad la porción que os parezca prudente de
lo que ganáis, que no sea menos de la décima parte, y conservadla. Organizad vuestros gastos en
consecuencia. Pero lo primero es guardar esa parte. Pronto conoceréis la agradable sensación de
poseer un tesoro que sólo os pertenece a vosotros, que a medida que aumenta, os estimula. Un nuevo
placer de vivir os animará. Si hacéis mayores esfuerzos, obtendréis más. Si vuestros beneficios
crecen, aunque el porcentaje sea el mismo, vuestras ganancias serán mayores, ¿no?
Cuando lleguéis a este punto, aprended a hacer trabajar vuestro oro para vosotros, hacedlo vuestro
esclavo. Haced que los hijos de su esclavo y los hijos de sus hijos trabajen para vosotros.
Aseguraos una renta para el futuro, mirad a los ancianos y no olvidéis que vosotros seréis uno de
ellos. Invertid vuestro patrimonio con la mayor prudencia para no perderlo. Los intereses de los
usureros son irresistibles cantos de sirena que atraen a los imprudentes hacia las rocas de la
perdición y el remordimiento.
Vigilad que vuestra familia no pase necesidad si los dioses os llaman a su reino. Para asegurarle esta
protección, siempre se pueden ir desembolsando pequeñas cantidades a intervalos regulares. El
hombre prudente no confía en recibir una gran suma de dinero si no lo ha visto antes.
Consultad a los hombres sabios. Buscad el consejo de quienes manejan dinero todos los días.
Permitid que os ahorren errores como el que yo cometí al confiar mi dinero al juicio de Azmur, el
fabricante de ladrillos. Es preferible un pequeño interés seguro a un gran riesgo.
Aprovechad la vida mientras estáis en este mundo, no hagáis demasiadas economías. Si la décima
parte de lo que ganáis es una cantidad razonable que podéis ahorrar, contentaos con esa porción. A
parte de esto, vivid de manera conforme con vuestros ingresos y no os volváis roñosos ni tengáis
miedo de gastar. La vida es bella y está llena de cosas buenas que podéis disfrutar.
Tras decir esto, sus amigos le dieron las gracias y se fueron. Algunos permanecían silenciosos porque
no tenían imaginación y no podían comprender, otros sentían rencor porque pensaban que alguien
tan rico había podido compartir su dinero con ellos, pero unos terceros tenían un nuevo brillo en los
ojos. Habían comprendido que Algamish había vuelto a la sala de los escribas para mirar
atentamente a un hombre que se estaba trazando un camino hacia la luz. Una vez hubiera
encontrado la luz, ya tendría una posición. Sabían que nadie podía ocupar este lugar sin antes haber
llegado a comprender todo esto por si mismo y sin estar dispuesto a aprovechar la ocasión cuando se
presentara.
Estos últimos fueron los que, durante los años siguientes, visitaron asiduamente a Arkad, quien los
recibía con alegría. Les aconsejó y les dio su sabiduría de modo gratuito como gustan de hacer
siempre los hombres de larga experiencia. Les ayudó a invertir sus ahorros de modo que les dieran
un interés seguro y no fueran malgastados en malas inversiones que no habrían dado ningún
beneficio.
El día que tomaron conciencia de la verdad que había sido trasmitida de Algamish a Arkad y de
Arkad a ellos, fue un hito en sus vidas.
Una parte de lo que ganáis revierte en vosotros, conservadla.
admirado en todo el mundo. También era conocido por su prodigalidad. Daba generosamente a los
pobres. Era espléndido con su familia. Gastaba mucho en sí mismo. Pero su fortuna se acrecentaba
cada año más de lo que podía gastar.
Un día, unos amigos de la infancia lo fueron a ver y le dijeron:
-Tú, Arkad, eres más afortunado que nosotros. Te has convertido en el hombre más rico de Babilonia
mientras que nosotros todavía luchamos por subsistir. Tú puedes llevar las más bellas ropas y
regalarte con los más raros manjares, mientras que nosotros nos hemos de conformar con vestir a
nuestras familias de manera apenas decente y alimentarlas tan bien como podemos.
Sin embargo, en un tiempo fuimos iguales. Estudiamos con el mismo maestro. Jugamos a. los
mismos juegos. No nos superabas en los juegos ni en los estudios. Y durante esos años no fuiste
mejor ciudadano que nosotros.
Y por lo que podemos juzgar, no has trabajado más duro ni más arduamente que nosotros. ¿Por qué
entonces te elige a ti la suerte caprichosa para que goces de todas las cosas buenas de la vida y a
nosotros, que tenemos los mismos méritos, nos ignora?
-Si no habéis conseguido con qué vivir de manera sencilla desde los años de nuestra juventud -los
reprendió Arkad-, es que habéis olvidado aprender las reglas que permiten acceder a la riqueza, o
también puede ser que no las hayáis observado.
“La Fortuna Caprichosa” es una diosa malvada que no favorece siempre a las mismas personas. A1
contrario, lleva a la ruina a casi todos los hombres sobre los que ha hecho llover oro sin que hicieran
esfuerzo alguno. Hace actuar de manera desordenada a los derrochadores irreflexivos que gastan
todo lo que ganan, dejándoles tan sólo apetitos y deseos tan grandes que no puedan saciarlos. En
cambio, otros de a los que favorece se vuelven avaros y atesoran sus bienes por miedo a gastar los
que tienen, pues saben que no son capaces de reponerlos. Además, siempre temen ser asaltados por
los ladrones y se condenan a vivir una vida vacía, solos y miserables. Probablemente existen otros
que pueden usar el oro que han ganado sin esfuerzo, hacerlo rendir y continuar siendo hombres
felices y ciudadanos satisfechos. Sin embargo, son poco numerosos. Sólo los conozco de oídas.
Pensad en los hombres que repentinamente-han heredado fortunas y decidme si esto que os digo no
es cierto.
Sus amigos pensaron que estas palabras eran verídicas, pues sabían de hombres que habían
heredado fortunas. Le pidieron que les explicara cómo se había convertido en un hombre tan
próspero.
-En mi juventud --continuó-, miré a mi alrededor y ví todas las buenas cosas que me podían dar
felicidad y satisfacción, y me di cuenta de que la riqueza aumentaba el poder de esos bienes.
La riqueza es un poder, la riqueza hace posible muchas cosas.
Permite amueblar una casa con los más bellos muebles.
Permite navegar por mares lejanos.
Permite degustar finos manjares de lejanos países.
Permite comprar los adornos del orfebre y del joyero.
Permite, incluso, construir grandiosos templos para los dioses.
Permite todas esas cosas y aún muchas otras que procuran placer a los sentidos y satisfacción al
alma.
Cuando comprendí todo eso, me prometí que yo tendría mi parte de las cosas buenas de la vida. Que
no sería uno de esos que se mantienen al margen, mirando con envidia cómo los otros gozan de su
fortuna. No me conformaría con ropas menos caras que sólo serían respetables. No me contentaría
con la vida de un pobre hombre. Al contrario, estaría invitado al banquete de las buenas cosas.
Siendo, como ya sabéis, el hijo de un humilde comerciante, y miembro de una familia numerosa, no
tenía ninguna esperanza de heredar, y no estaba especialmente dotado de fuerza o de sabiduría,
como habéis dicho con tanta franqueza; así que decidí que si quería obtener lo que deseaba
necesitaría dedicar tiempo y estudio.
En cuanto al tiempo, todos los hombres lo tienen en abundancia. Vosotros habéis dejado pasar el
tiempo necesario para enriquecerse.
Y sin embargo admitís que no tenéis otros bienes que mostrar que vuestras buenas familias, de las
que tenéis razón de estar orgullosos.
En lo que concierne al estudio, ¿No nos enseñó nuestro sabio profesor que posee dos niveles? Las
cosas que ya hemos aprendido y que ya sabemos; y la formación que nos muestra cómo descubrir las
que no sabemos.
Así decidí buscar qué había que hacer para acumular riquezas, y cuando lo encontré, me creí en la
obligación de hacerlo y de hacerlo bien. Pues ¿acaso no es sabio el querer aprovechar la vida
mientras nos ilumina el sol, ya que la desgracia pronto se abatirá sobre nosotros en el momento que
partamos hacia la negrura del mundo de los espíritus?
Encontré un puesto de escriba en la sala de archivos, en la que durante largas horas todos los días,
trabajaba sobre las tablillas de barro, semana tras semana, mes tras mes; sin embargo, nada me
quedaba de lo que ganaba. La comida, el vestido, lo que correspondía a los dioses y otras cosas de las
que ya no me acuerdo, absorbían todos mis beneficios. Pero todavía estaba decidido.
Y un día, Algamish el prestamista vino a la casa del señor de la ciudad y encargó una copia de la
novena ley; me dijo: “La tengo que tener en mi poder dentro de dos días; si el trabajo está hecho a
tiempo te daré dos monedas de cobre”
Así que trabajé duro, pero la ley era larga y cuando Algamish volvió, no había terminado el trabajo.
Estaba enfadado, si hubiera sido su esclavo me habría pegado. Pero como sabía que mi amo no lo
habría permitido, yo no tuve miedo y le pregunté: “Algamish, sois un hombre rico. Decidme cómo
puedo hacerme rico y trabajaré toda la noche escribiendo en las tablillas para que cuando el sol se
levante la ley esté ya grabada”.
Él me sonrió y respondió: “eres un joven astuto, acepto el trato”.
Pasé toda la noche escribiendo, aunque me dolía la espalda y el mal olor de la lámpara me daba dolor
de cabeza, hasta que casi ya no podía ni ver. Pero cuando él regresó al amanecer, las tablillas estaban
terminadas.
“Ahora, dije, cumple tu promesa.”
“Tú has hecho tu parte del trato, hijo mío”, -me dijo bondadosamente, “y yo estoy dispuesto a
cumplir la mía. te diré lo que deseas saber porque me vuelvo viejo y a las lenguas viejas les gusta
hablar, y cuando un joven se dirige a un viejo para recibir un consejo, bebe de la fuente de la
sabiduría que da la experiencia. Demasiadas veces, los jóvenes creen que los viejos sólo conocen la
sabiduría de los tiempos pasados y de ese modo no sacan provecho de ella. Pero recuerda esto: el sol
que brilla ahora es el mismo que brillaba cuando nació tu padre y el mismo que brillará cuando
muera el último de tus nietos”.
“Las ideas de los jóvenes, continuó, son luces resplandecientes que brillan como meteoros que
iluminan el cielo; pero la sabiduría del anciano es como las estrellas filas que lucen siempre de la
misma manera, de modo que los marinos puedan confiar en ellas.”
“Retén bien estas palabras si quieres captar la verdad de lo que te voy a decir y no pensar que has
trabajado en vano durante toda la noche.”
Entonces, bajo las pobladas cejas, sus ojos me miraron fijamente y dijo en voz baja pero firme:
“Encontré el camino de la riqueza cuando decidí que una parte de todo lo que ganaba me tenía que
pertenecer. Lo mismo será verdad para ti.”
Después continuó mirándome y su mirada me atravesó; giro no añadió nada más. “¿Eso es todo?”,
pregunté.
“¡Fue suficiente para convertir en prestamista de oro a un pastor!”, respondió.
“Pero puedo conservar todo lo que gano, ¿no?” dije.
“En absoluto, respondió. ¿No pagas al zapatero? ¿No pagas al sastre? ¿No pagas por la comida?
¿Puedes vivir en Babilonia sin gastar? ¿Qué te queda de todo lo que ganaste durante el año pasado?
¡Idiota! Pagas a todo el mundo menos a ti. Trabajas para los otros. Lo mismo daría que fueras un
esclavo y trabajaras para tu dueño, que te daría lo que necesitas para comer y vestir.”
“Si guardaras la décima parte de lo que ganas en un año, ¿cuánto tendrías en diez años?”
Mis conocimientos de cálculo me permitieron responder: “tanto como gano en un año”.
El replicó: “lo que dices es una verdad a medias. Cada moneda de oro que ahorras es una esclavo que
trabaja para ti. Cada una de las pequeñas monedas que te proporcionará ésta, engendrará otras que
también trabajarán para ti. ¡Si te quieres hacer rico, tus ahorros te deben rendir y estos rendimientos
rendirte a su vez! Todo esto te ayudará a conseguir la abundancia de que estás ávido”
“Crees que te pago mal por la larga noche de trabajo”, continuó, “pero en verdad te pago mil veces;
sólo hace falta que captes la verdad de lo que te he presentado”.
“Una parte de lo que tú ganas es tuyo y lo puedes conservar. No debe ser menos de una décima parte,
sea cual sea la cantidad que tú ganes. Puede ser mucho más cuando te lo puedas permitir. Primero
págate a ti. No compres al zapatero o al sastre más de lo que puedas pagar con lo que te quede, de
modo que tengas suficiente para la alimentación, la caridad y la devoción a los dioses.”
“La riqueza, como el árbol, nace de una semilla. La primera moneda que ahorres será la semilla que
hará crecer el árbol de tu riqueza. Cuanto antes plantes tu semilla, antes crecerá el árbol. Cuanto más
fielmente riegues y abones tu árbol, antes te refrescarás, satisfecho, bajo su sombra.”
Habiendo dicho esto, cogió sus tablillas y se fue.
Pensé mucho en lo que me había dicho y me pareció razonable. Así que decidí que lo intentaría. Cada
vez que me pagaban, tomaba una moneda de cobre de cada diez y la guardaba. Y por extraño que
parezca, no me faltaba más dinero que antes. Tras habituarme, casi ni me daba cuenta, pero a
menudo estaba tentado de gastar mi tesoro, que empezaba a crecer, para comprar algunas de las
buenas cosas que mostraban los mercaderes, cosas traídas por los camellos y los barcos del país de lo
fenicios. Pero me retenía prudentemente.
Doce meses después de la visita de Algamish, este volvió y me dijo: “Hijo mío, ¿te has pagado con la
décima parte de lo que has ganado este año?”
Yo respondí orgulloso: “Sí, maestro”
“Bien, respondió contento, ¿qué has hecho con ella?”
“Se la he dado a Azmur el fabricante de ladrillos. Me ha dicho que viajaría por mares lejanos y que
compraría joyas raras a los fenicios en Tiro, para luego venderlas aquí a elevados precios, y que
compartiríamos las ganancias”
“Se aprende a golpes, gruñó, ¿cómo has podido confiar en un fabricante de ladrillos sobre una
cuestión de joyas? ¿Irías a ver al panadero por un asunto de las estrellas? Seguro que no, si pensaras
un poco irías a ver a un astrónomo. Has perdido tus ahorros, mi joven amigo; has cortado tu árbol de
la riqueza de raíz. Pero planta otro. Y la próxima vez, si quieres un consejo sobre joyas, ve a ver a un
joyero. Si quieres saber la verdad sobre los corderos, ve a ver al pastor. Los consejos son una cosa
que se da gratuitamente, pero toma tan sólo los buenos. Quien pide consejo sobre sus ahorros a
alguien que no es entendido en la materia habrá de pagar con sus economías el precio de la falsedad
de los consejos.” Tras decir esto, se fue.
Y pasó como él había predicho, pues los fenicios resultaron ser unos canallas, y habían vendido a
Azmur trozos de vidrio sin valor que parecían piedras preciosas. Pero, como me había indicado
Algamish, volví a ahorrar una moneda de cobre de cada diez que ganaba ya que me había
acostumbrado y no me era difícil.
Doce meses más tarde, Algamish volvió a la sala de los escribas y se dirigió a mí. “¿Qué progresos has
realizado desde la última vez que te ví?”.
“Me he pagado regularmente, repliqué, y he confiado mis ahorros a Ager, el fabricante de escudos,
para que compre bronce, y cada cuatro meses me paga los intereses.”
“Muy bien. ¿Y qué haces con esos intereses?”
“Me doy un gran festín con miel, buen vino y pastel de especias. También me he comprado una
túnica escarlata. Y algún día me compraré un asno joven para poderme pasear.”
Al oír eso, Algamish rió: “Te comes los beneficios de tus ahorros. Así, ¿cómo quieres que trabajen
para ti? ¿Cómo pueden producir a su vez más beneficios que trabajen para ti? Procúrate primero un
ejército de esclavos de oro, y después podrás gozar de los banquetes sin preocuparte.”
Tras esto, no lo volví a ver en dos años. Cuando regresó, su rostro estaba cubierto de arrugas y tenía
los ojos hundidos, ya que se estaba haciendo viejo. Me dijo: “Arkad, ¿ya eres rico, tal como soñabas?”
Y yo respondí: “No, todavía no poseo todo lo que deseo, sólo una parte, pero obtengo beneficios que
se están multiplicando.”
“¿Y todavía pides consejo a los fabricantes de ladrillos?”
“Respecto a la manera de fabricar ladrillos, dan buenos consejos”, repliqué.
“Arkad, continuó, has aprendido bien la lección. Primero aprendiste a vivir con menos de lo que
ganabas, después, aprendiste a pedir consejo a hombres que fueran competentes gracias a la
experiencia adquirida y que quisieran compartir ésta, y finalmente has aprendido a hacer que tu
dinero trabaje para ti.”
“Has aprendido por ti solo la manera de conseguir dinero, de conservarlo y de usarlo. De modo que
eres competente y estás preparado para asumir un puesto de responsabilidad. Yo me hago viejo, mis
hijos sólo piensan en gastar y nunca en ganar. Mis negocios son muy grandes y tengo miedo de no
poderme encargar de ellos. Si quieres ir a Nipur a encargarte de mis tierras de allí, te haré mi socio y
compartiremos los beneficios.”
Así que fui a Nipur y me encargué de los negocios importantes, y como estaba lleno de ambición y
había aprendido las tres reglas de gestión de la riqueza pude aumentar grandemente el valor de sus
bienes. De modo que cuando el espíritu de Algamish se fue al mundo de las tinieblas, tuve derecho a
una parte de sus propiedades, como él había convenido conforme a la ley.
Así habló Arkad, y cuando hubo acabado de contar su historia, uno de los amigos habló.
-Tuviste una gran suerte de que Algamish te hiciera su heredero.
-Solamente tuve la gran suerte de querer prosperar antes de encontrarlo. ¿Acaso no probé durante
cuatro años mi determinación al guardar una décima parte de lo que ganaba? ¿Dirías que tiene
suerte el pescador que pasa largos años estudiando el comportamiento de los peces y consigue
atraparlos gracias a un cambio del viento, tirando sus redes justo en el momento preciso? La
oportunidad es una diosa arrogante que no pierde el tiempo con los que no están preparados.
-Hiciste prueba de mucha voluntad cuando continuaste después de haber perdido los ahorros de tu
primer año. ¡Fuiste extraordinario! -exclamó otro.
-¡Voluntad! -replicó Arkad-. ¡Qué absurdo! ¿Creéis que la voluntad da al hombre la fuerza para
levantar un fardo que no puede transportar un camello o que no que no puede tirar un buey? La
voluntad no es más que la determinación inflexible de llevar a cabo lo que se ha impuesto.
Cuando yo me impongo un trabajo, por pequeño que sea, lo acabo. De otro modo, ¿cómo podría
confiar en mí mismo para realizar trabajos importantes? Si me propongo que durante cien días, cada
vez que pase por el puente que lleva a la ciudad cogeré una piedra y la tiraré al río, lo haré. Si el
séptimo día pasó sin acordarme, no me digo que pasaré el día siguiente, tiraré dos piedras, y será
igual. En vez de eso daré la vuelta y tiraré la piedra al río. El vigésimo día no me diré que todo esto es
inútil, ni me preguntaré de qué sirve tirar piedras al río cada día: “podrías tirar un puñado de piedras
y habrías acabado todo.” No, no diré eso ni lo haré, cuando me impongo un trabajo lo hago, de modo
que procuro no comenzar trabajos difíciles o imposibles porque me gusta tener tiempo libre.
Entonces, otro de los amigos elevó la voz.
-Si lo que dices es cierto, y si, como tú has dicho, es razonable, entonces todos los hombres podrían
hacerlo, y si todos lo hicieran, no habría suficiente riqueza para todo el mundo.
-La riqueza aumenta cada vez que los hombres gastan sus energías -respondió Arkad-. Si un hombre
rico se construye un nuevo palacio, ¿se pierde el oro con el que paga? No, el fabricante de ladrillos
tiene una parte, el trabajador otra, el artista la suya. Y todos los que trabajan, en la construcción del
palacio reciben una parte. Y cuando el palacio está terminado, ¿acaso no tiene el valor de lo que ha
costado? ¿Y el terreno sobre el que está construido no adquiere por este hecho más valor? La riqueza
crece de manera mágica. Ningún hombre puede predecir su límite. ¿Acaso no han levantado los
fenicios grandes ciudades en áridas costas gracias a las riquezas traídas por sus barcos mercantes?
-¿Qué nos aconsejas para que nosotros también nos hagamos ricos?, -preguntó uno de los amigos-
Los años han ido pasando, ya no somos jóvenes y no tenemos dinero que ahorrar.
-Os recomiendo que pongáis en práctica los sabios principios de Algamish; y decíos: una parte de
todo lo que gano me revierte y la he de conservar. Decíoslo cuando os levantéis, decíoslo al mediodía,
decíoslo por la tarde, decíoslo cada hora de cada día. Repetidlo hasta que estas palabras resalten
como letras de fuego en el cielo.
Impregnaos de esta idea. Llenaos de este pensamiento. Tomad la porción que os parezca prudente de
lo que ganáis, que no sea menos de la décima parte, y conservadla. Organizad vuestros gastos en
consecuencia. Pero lo primero es guardar esa parte. Pronto conoceréis la agradable sensación de
poseer un tesoro que sólo os pertenece a vosotros, que a medida que aumenta, os estimula. Un nuevo
placer de vivir os animará. Si hacéis mayores esfuerzos, obtendréis más. Si vuestros beneficios
crecen, aunque el porcentaje sea el mismo, vuestras ganancias serán mayores, ¿no?
Cuando lleguéis a este punto, aprended a hacer trabajar vuestro oro para vosotros, hacedlo vuestro
esclavo. Haced que los hijos de su esclavo y los hijos de sus hijos trabajen para vosotros.
Aseguraos una renta para el futuro, mirad a los ancianos y no olvidéis que vosotros seréis uno de
ellos. Invertid vuestro patrimonio con la mayor prudencia para no perderlo. Los intereses de los
usureros son irresistibles cantos de sirena que atraen a los imprudentes hacia las rocas de la
perdición y el remordimiento.
Vigilad que vuestra familia no pase necesidad si los dioses os llaman a su reino. Para asegurarle esta
protección, siempre se pueden ir desembolsando pequeñas cantidades a intervalos regulares. El
hombre prudente no confía en recibir una gran suma de dinero si no lo ha visto antes.
Consultad a los hombres sabios. Buscad el consejo de quienes manejan dinero todos los días.
Permitid que os ahorren errores como el que yo cometí al confiar mi dinero al juicio de Azmur, el
fabricante de ladrillos. Es preferible un pequeño interés seguro a un gran riesgo.
Aprovechad la vida mientras estáis en este mundo, no hagáis demasiadas economías. Si la décima
parte de lo que ganáis es una cantidad razonable que podéis ahorrar, contentaos con esa porción. A
parte de esto, vivid de manera conforme con vuestros ingresos y no os volváis roñosos ni tengáis
miedo de gastar. La vida es bella y está llena de cosas buenas que podéis disfrutar.
Tras decir esto, sus amigos le dieron las gracias y se fueron. Algunos permanecían silenciosos porque
no tenían imaginación y no podían comprender, otros sentían rencor porque pensaban que alguien
tan rico había podido compartir su dinero con ellos, pero unos terceros tenían un nuevo brillo en los
ojos. Habían comprendido que Algamish había vuelto a la sala de los escribas para mirar
atentamente a un hombre que se estaba trazando un camino hacia la luz. Una vez hubiera
encontrado la luz, ya tendría una posición. Sabían que nadie podía ocupar este lugar sin antes haber
llegado a comprender todo esto por si mismo y sin estar dispuesto a aprovechar la ocasión cuando se
presentara.
Estos últimos fueron los que, durante los años siguientes, visitaron asiduamente a Arkad, quien los
recibía con alegría. Les aconsejó y les dio su sabiduría de modo gratuito como gustan de hacer
siempre los hombres de larga experiencia. Les ayudó a invertir sus ahorros de modo que les dieran
un interés seguro y no fueran malgastados en malas inversiones que no habrían dado ningún
beneficio.
El día que tomaron conciencia de la verdad que había sido trasmitida de Algamish a Arkad y de
Arkad a ellos, fue un hito en sus vidas.
Una parte de lo que ganáis revierte en vosotros, conservadla.
No comments:
Post a Comment