La gloria de Babilonia persiste; a través de los siglos, ha conservado la reputación de haber sido una
de las ciudades más ricas y con más fabulosos tesoros.
No siempre fue así. Las riquezas de Babilonia son el resultado de la sabiduría de sus habitantes, que
primero tuvieron que aprender la manera de hacerse ricos.
Cuando el buen rey Sargón regresó a Babilonia después de vencer a los elamitas, sus enemigos, se
encontró ante una situación grave; el canciller real le explicó las razones de ello.
-Tras varios años de gran prosperidad que nuestro pueblo debe a Su Majestad, que ha construido
grandes canales de riego y grandes templos para los dioses, ahora que las obras se han acabado, el
pueblo parece no poder cubrir sus necesidades.
-Los obreros no tienen trabajo, los comerciantes tienes escasos clientes, los agricultores no pueden
vender sus productos, el pueblo no tiene oro suficiente para comprar comida.
-¿Pero a dónde ha ido todo el dinero que hemos gastado en esas mejoras? preguntó el rey.
-Me temo mucho que ha ido a parar a manos de algunos pocos hombres muy ricos de nuestra ciudad
-respondió el canciller-. Ha pasado por entre los dedos de la mayoría de nuestras gentes tan rápido
como la leche de cabra pasa por el colador. Ahora que la fuente de oro ha dejado de surtir, los más de
nuestros ciudadanos vuelven a no poseer nada.
-¿Por qué tan pocos hombres pudieron conseguir todo el oro? preguntó el rey después de estar
pensativo durante unos instantes.
-Porque saben cómo hacerlo -respondió el canciller-. No se puede condenar a un hombre porque
logra el éxito; tampoco se puede, en buena justicia, cogerle el dinero que ha ganado honradamente
para dárselo a los que no han sido capaces de hacer otro tanto.
-¿Pero por qué no pueden todos los hombres aprender a hacer fortuna y así hacerse ricos?
-Vuestra pregunta contiene su propia respuesta, Vuestra Majestad, ¿quién posee la mayor fortuna de
la ciudad Babilonia?
-Es cierto, mi buen canciller, es Arkad. Es el hombre más rico de Babilonia, tráemelo mañana.
El día siguiente, como había ordenado el rey, se presentó ante él Arkad, bien derecho y con la mente
despierta a pesar de su edad avanzada.
-¿Poseías algo cuando empezaste?
-Sólo un gran deseo de riqueza. Aparte de eso, nada.
-Arkad -continuó el rey-, nuestra ciudad se encuentra en una situación muy delicada porque son
pocos los hombres que conocen la manera de adquirir riquezas. Esos babilonios monopolizan el
dinero mientras la masa de ciudadanos no sabe cómo actuar para conservar una parte del oro que
recibe en pago.
Deseo que Babilonia sea la ciudad más rica del mundo, y eso significa que debe haber muchos
hombres ricos. Tenemos que enseñar a toda la población cómo puede conseguir riquezas. Dime,
Arkad, ¿existe un secreto para hacerlo? ¿Puede ser transmitido?
-Es una cuestión práctica, Vuestra Majestad. Todo lo que sabe un hombre puede ser enseñado.
-Arkad -los ojos del rey brillaban-, has dicho justamente las palabras que deseaba oír. ¿Te ofrecerías
para esa gran causa? ¿Enseñarías tu ciencia a un grupo de maestros? Cada uno de ellos podría
enseñar a otros hasta que hubiera un número suficiente de educadores para instruir a todos los
súbditos capacitados de mi reino.
-Soy vuestro humilde servidor -dijo Arkad con una reverencia-. Compartiré gustoso toda la ciencia
que pueda poseer por el bienestar de mis conciudadanos y la gloria de mi rey. Haced que vuestro
buen canciller me organice una clase de cien hombres y yo les enseñaré las siete maneras que han
permitido que mi fortuna floreciera cuando no había en Babilonia bolsa más vacía que la mía.
Dos semanas más tarde, las cien personas elegidas estaban en la gran sala del templo del
Conocimiento del rey, estaban sentados en coloreadas alfombras y formaban un semicírculo. Arkad
se sentó junto a un pequeño taburete en el que humeaba una lámpara sagrada que desprendía un
olor extraño y agradable.
-Mira al hombre más rico de Babilonia, no es diferente de nosotros -susurró un estudiante al oído de
su vecino cuando se levantó Arkad.
-Como leal súbdito de nuestro rey -empezó Arkad-, me encuentro ante vosotros para servirle. Me ha
pedido que os transmita mi saber, ya que yo fui, en un tiempo, un joven pobre que deseaba
ardientemente poseer riquezas y encontré el modo de conseguirlas.
Empecé de la manera más humilde, no tenía más dinero que vosotros para gozar plenamente de la
vida, ni más que la mayoría de los ciudadanos de Babilonia.
El primer lugar donde guardé mis tesoros era una ajada bolsa. Detestaba verla así, vacía e inútil.
Deseaba que estuviera abultada y llena, que el oro sonara en ella. Por eso me esforcé por encontrar
las maneras de llenar una bolsa y encontré siete.
Os explicaré, a vosotros que os habéis reunido ante mí, estas siete maneras que recomiendo a todos
los hombres que quieran conseguir dinero a espuertas. Cada día os explicaré una de las siete, y así
haremos durante siete días.
Escuchad atentamente la ciencia que os voy a comunicar; debatid las cuestiones conmigo, discutidlas
entre vosotros. Aprended estas lecciones a fondo para que sean la semilla de una riqueza que hará
florecer vuestra fortuna. Cada uno debe comenzar a construir sabiamente su fortuna; cuando ya
seáis competentes, y sólo entonces, enseñaréis estas verdades a otros.
Os mostraré maneras sencillas de llenar vuestra bolsa. Este es el primer paso que os llevará al templo
de la riqueza, ningún hombre puede llegar a él si antes no pone firmemente sus pies en el primer
escalón. Hoy nos dedicaremos a reflexionar sobre la primera manera.
La primera manera:
Empezad a llenar vuestra bolsa
Arkad se dirigió a un hombre que lo escuchaba atentamente desde la segunda fila.
-Mi buen amigo, ¿a qué te dedicas?
-Soy escriba -respondió el hombre-, grabo documentos en tablillas de barro.
-Yo gané las primeras monedas haciendo el mismo trabajo. De modo que tienes las mismas
oportunidades de amasar una fortuna que yo tuve. Después habló a un hombre de rostro moreno
que se encontraba más atrás. -Dime por favor con qué trabajo te ganas el pan.
-Soy carnicero -respondió el hombre-. Compro cabras a los granjeros y las sacrifico, vendo la carne a
las mujeres y la piel a los fabricantes de sandalias.
-Dado que tienes un trabajo y un salario, tienes las mismas armas que tuve yo para triunfar. Arkad
preguntó a todos cómo se ganaban la vida, procediendo de la misma manera.
-Ya veis, queridos estudiantes -dijo cuando hubo terminado de hacer preguntas-, que hay varios
trabajos y oficios que permiten al hombre ganar dinero. Cada uno de ellos es un filón de oro del que
el trabajador puede obtener una parte para su propia bolsa gracias a su esfuerzo. Podemos decir que
la fortuna es un río de monedas de plata, grandes o pequeñas según vuestra habilidad. ¿No es así?
Todos estuvieron de acuerdo.
-Entonces -continuó Arkad-, si uno de vosotros desea acumular un tesoro propio, ¿no sería sensato
empezar usando esta fuente de riqueza que ya conocemos? También todos estuvieron de acuerdo. En
ese momento Arkad se volvió hacia un hombre humilde que había declarado ser vendedor de
huevos. ¿Qué pasará si tomas una de vuestras cestas y todas las mañanas colocas en ella diez huevos
y por la noche retiras nueve?
-Que al final rebosarán.
-¿Por qué?
-Porque cada día pongo uno más de los que quito.
Arkad se volvió hacia toda la clase sonriendo.
-¿Hay alguien aquí que tenga la bolsa vacía? preguntó.
Los hombres se miraron divertidos, rieron y finalmente sacudieron sus bolsas bromeando.
-Bien -continuó Arkad-. Ahora conoceréis el primer método para llenar los bolsillos. Haced
justamente lo que he sugerido al vendedor de huevos. De cada diez monedas que ganéis y guardéis
en vuestra bolsa, retirad sólo nueve para gastar. Vuestra bolsa empezará a abultarse rápidamente,
aumentará el peso de las monedas y sentiréis una agradable sensación cuando la sopeséis. Esto os
producirá una satisfacción personal.
No os burléis de lo que os digo porque os parezca simple. La verdad siempre es simple. Ya os he
dicho que os contaría cómo amasé mi fortuna.
Así fueron mis comienzos, yo también he tenido la bolsa vacía y la he maldecido porque no contenía
nada con lo que pudiera satisfacer mis deseos. Pero cuando empecé a sacar sólo nueve de cada diez
monedas que metía, empezó a abultarse. Lo mismo le ocurrirá a la vuestra.
Os diré una extraña verdad cuyo principio desconozco. Cuando empecé a gastar sólo las nueve
décimas partes de lo que ganaba: me arreglé igual de bien que cuando lo gastaba todo. No tenía
menos dinero que antes. Además, con el tiempo, obtenía dinero con más facilidad. Es seguramente
una ley de los dioses, que hace que, para los que no gastan todo lo que ganan y guardan un parte es
más fácil conseguir dinero, del mismo modo que el oro no va a parar a manos de quien tiene los
bolsillos vacíos.
¿Qué deseáis con más fuerza? ¿Satisfacer los deseos de cada día, joyas, muebles, mejores ropas, más
comida: cosas que desaparecen y olvidamos fácilmente? ¿O bienes sustanciales como el oro, las
tierras, los rebaños, las mercancías, los beneficios de las inversiones? Las monedas que tomáis de
vuestra bolsas os darán las primeras cosas; las que no retiráis, los segundos bienes que os he
enumerado.
Este es, queridos estudiantes, el primer medio que he descubierto para llenar una bolsa vacía: de
cada diez monedas que ganéis, gastad sólo nueve. Discutidlo entre vosotros. Si alguno puede probar
que no es cierto, que lo diga mañana cuando nos volvamos a encontrar.
La segunda manera:
Controlad vuestros gastos
Algunos de vosotros me habéis preguntado lo siguiente: “¿Cómo puede un hombre guardar la
décima parte de lo que gana cuando ni las diez décimas partes son suficientes para cubrir sus
necesidades más apremiantes?” -se dirigió Arkad a los estudiantes el segundo día.-
-¿Cuántos de vosotros teníais ayer una fortuna más bien escasa?
-Todos -respondió la clase.
-Y sin embargo no ganáis todos lo mismo. Algunos ganan mucho más que otros. Algunos tienen
familias más numerosas que alimentar. Y en cambio, todas las bolsas estaban igual de vacías. Os diré
una verdad que concierne a los hombres y a sus hijos: los gastos que llamamos obligatorios siempre
crecen en proporción a nuestros ingresos si no hacemos algo para evitarlo.
No confundáis vuestros gastos obligatorios con vuestros deseos. Todos vosotros y vuestras familias
tenéis más deseos de los que podéis satisfacer. Usáis vuestro dinero para satisfacer, dentro de unos
límites, estos deseos, pero todavía os quedan muchos sin cumplir.
Todos los hombres se debaten contra más deseos de los que puede realizar. ¿Acaso creéis que,
gracias a mi riqueza, yo los puedo satisfacer todos? Es una idea falsa. Mi tiempo es limitado, mis
fuerzas son limitadas, las distancias que puedo recorrer son limitadas, lo que puedo comer, los
placeres que puedo sentir son limitados.
Os digo esto para que comprendáis que los deseos germinan libremente en el espíritu del hombre
cada vez que hay una posibilidad de satisfacerlos de la misma manera que las malas hierbas crecen
en el campo cuando el labrador les deja un espacio. Los deseos son muchos pero los que pueden ser
satisfechos, pocos.
Estudiad atentamente vuestros hábitos de vida. Descubriréis que la mayoría de las necesidades que
consideráis como básicas pueden ser reducidas o eliminadas. Que sea vuestra divisa el apreciar al
cien por cien el valor de cada moneda que gastéis.
Escribid en una tablilla todas las cosas que causen gastos. Elegid los gastos que son obligatorios y los
que están dentro de los límites de los nueve décimos de vuestros ingresos. Olvidad el resto y
consideradlo sin pesar como parte de la multitud de deseos que deben quedar sin satisfacción.
Estableced una lista de gastos obligatorios. No toquéis la décima parte destinada a engrosar vuestra
bolsa, haced que sea vuestro gran deseo y que se vaya cumpliendo poco a poco. Continuad
trabajando según el presupuesto, continuad ajustándolo según vuestras necesidades. Que el
presupuesto sea vuestro primer instrumento en el control de los gastos de vuestra creciente fortuna.
Entonces, uno de los estudiantes vestido con una túnica roja y dorada se levantó.
-Soy un hombre libre -dijo-. Creo que tengo derecho a gozar de las cosas buenas de la vida. Me rebelo
contra la esclavitud de presupuesto que fija la cantidad exacta de lo que puedo gastar, y en qué. Me
parece que eso me impedirá gozar de muchos de los placeres de la vida y me hará tan pequeño como
un asno que lleva un pesado fardo.
-¿Quién, amigo mío, decidirá tu presupuesto? -Replicó Arkad.
-Yo mismo lo haré protestó el joven.
-En el caso de que un asno decidiera su carga, ¿tú crees que incluiría joyas, alfombras y pesados
lingotes de oro? No lo creo, pondría heno, granó. y una piel llena de agua para el camino por el
desierto.
El objetivo del presupuesto es ayudar a aumentar vuestra fortuna; os ayudará a procuraros los
bienes necesarios y, en cierta medida, a satisfacer parte de los otros, os hará capaces de cumplir
vuestros mayores deseos defendiéndolos de los caprichos fútiles. Como la luz brillante en una cueva
oscura, el presupuesto os muestra los agujeros de vuestra bolsa y os permite taparlos y controlar los
gastos en función de metas definidas y más satisfactorias.
Esta es la segunda manera de conseguir dinero. Presupuestad los gastos de modo que siempre
tengáis dinero para pagar los que son inevitables, vuestras distracciones y para satisfacer los deseos
aceptables sin gastar más de nueve décimos de vuestros ingresos.
La tercera manera:
Haced que vuestro oro fructifique.
-Supongamos que habéis acumulado una gran fortuna. Que os habéis disciplinado para reservar una
décima parte de vuestras ganancias y que habéis controlado vuestros gastos para proteger vuestro
tesoro creciente.
Ahora veremos el modo de hacer que vuestro tesoro aumente. El oro guardado dentro de una bolsa
contenta al que lo posee y satisface el alma del avaro pero no produce nada. La parte de nuestras
ganancias que conservéis no es más que el principio y lo que nos produzca después: es lo que
amasará nuestras fortunas.
Así habló Arkad a su clase el tercer día.
¿Cómo podemos hacer que nuestro oro trabaje?, La primera vez que invertí dinero, tuve mala suerte
porque lo perdí todo. Luego os lo contaré. La primera inversión provechosa que realicé fue un
préstamo que hice a un hombre llamado Agar, un fabricante de escudos. Una vez al año compraba
pesados cargamentos de bronce importados de mares lejanos y que luego utilizaba para fabricar
armas. Como carecía de capital suficiente para pagar a los mercaderes, lo pedía a los que les sobraba
dinero. Era un hombre honrado. Devolvía los préstamos con intereses cuando vendía los escudos.
Cada vez que le prestaba dinero, también le prestaba el interés que me había pagado. Entonces, no
sólo aumentaba el capital sino que también los intereses. Me satisfacía mucho ver cómo estas
cantidades volvían a mi bolsa.
Queridos estudiantes, os digo que la riqueza de un hombre no está en las monedas que transporta en
la bolsa sino en la fortuna que amasa, el arroyo que fluye continuamente y la va alimentando. Es lo
que todo hombre desea. Lo que cualquiera de vosotros desea: una fuente de ingresos que siga
produciendo, estéis trabajando o de viaje.
He adquirido una gran fortuna, tan grande que se dice que soy muy rico. Los préstamos que le hice a
Agar fueron mi primera experiencia en el arte de invertir de forma beneficiosa. Después de esta
buena experiencia, aumenté mis préstamos e inversiones a medida que aumentaba mi capital. Cada
vez había más fuentes que alimentaban el manantial de oro que fluía hacia mi bolsa y que podía
utilizar sabiamente como quisiera.
Y he aquí que mis humildes ganancias habían engendrado un montón de esclavos que trabajaban y
ganaban más oro. Trabajaban para mí igual que sus hijos y los hijos de sus hijos, hasta que, gracias a
sus enormes esfuerzos reuní una fortuna considerable.
El oro se amasa rápidamente cuando produce unos ingresos importantes como observaréis en la
siguiente historia: un granjero llevó diez monedas de oro a un prestamista cuando nació su primer
hijo y le pidió que las prestara hasta que el hijo tuviera veinte años. El prestamista hizo lo que se le
pedía y permitió un interés igual a un cuarto de la cantidad cada cuatro años. El granjero le pidió que
añadiera el interés al capital porque había reservado el dinero enteramente para su hijo.
Cuando el chico cumplió veinte años, el granjero acudió a casa del prestamista para preguntar sobre
el dinero. El prestamista le explicó que las diez monedas de oro ahora tenían un valor de treinta y
una monedas porque gracias al interés que se ganaba sobre los intereses anteriores, la cantidad de
partida se había acrecentado.
El granjero estaba muy contento y como su hijo no necesitaba el dinero, lo dejó al prestamista.
Cuando el hijo tuvo cincuenta años y el padre ya había muerto, el prestamista devolvió al hijo ciento
sesenta y siete monedas.
Es decir que, en cincuenta años, el dinero se había multiplicado aproximadamente por diecisiete.
Esta es la tercera manera de llenar la bolsa: hacer producir cada moneda para que se parezca a la
imagen de los rebaños en el campo y para que ayude a hacer de estos ingresos el manantial de la
riqueza que alimenta constantemente vuestra fortuna.
La cuarta manera:
Proteged vuestros tesoros de cualquier pérdida
La mala suerte es un círculo brillante. El oro que contiene una bolsa debe guardarse
herméticamente. Si no, desaparece. Es bueno guardar en lugar seguro las sumas pequeñas y
aprender a protegerlas antes que los dioses nos confíen las más grandes.
Así habló Arkad a su clase el cuarto día.
Quien posea oro se verá tentado en muchas ocasiones de invertir en cualquier proyecto atractivo. A
veces los amigos o familiares impacientes estarán ansiosos de ganar mucho dinero y participar de las
inversiones y nos urgen a hacerlo.
El primer principio de la inversión consiste en asegurar vuestro capital. ¿Acaso es razonable cegarse
por las grandes ganancias si se corre el riesgo de perder el capital?, Yo diría que no.
El castigo por correr este riesgo es una posible pérdida. Estudiad minuciosamente la situación antes
de separación de vuestro tesoro; cercioraos de que podréis reclamarlo con toda seguridad. No os
dejéis arrastrar por los deseos románticos de hacer fortuna rápidamente.
Antes de prestar vuestro oro a cualquiera, aseguraos de que el deudor os podrá devolver el dinero y
de que goza de buena reputación. No le hagáis, sin saberlo, un regalo: el tesoro que tanto os ha
costado reunir.
Antes de invertir vuestro dinero en cualquier terreno, sed conscientes de los peligros que pueden
presentarse.
Mi primera inversión, en aquel momento, fue una tragedia para mí. Confié mis ahorros de un año a
un fabricante de ladrillos que se llamaba Azmur, que viajaba por los mares lejanos y por Tiro, y que
aceptó comprarme unas extrañas joyas fenicias. Solamente teníamos que vender esas joyas a su
vuelta y repartirnos los beneficios para hacer fortuna. Los fenicios eran unos canallas y vendieron
piezas de vidrio coloreado. Perdí mi tesoro. Hoy, la experiencia impediría que confiara la compra de
joyas a un fabricante de ladrillos.
Así que os aconsejo, con conocimiento y experiencia que no confiéis demasiado en vuestra
inteligencia y no expongáis vuestros tesoros a posibles trampas de inversión. Es mejor hacer caso a
los expertos las cosas que ustedes quieren hacer para que su dinero produzca. Estos consejos son
gratuitos y pueden adquirir rápidamente el mismo valor en oro que la cantidad que se quería
invertir. En realidad, este es el valor real si así os salva de las pérdidas.
Esta es la cuarta manera de incrementar vuestra bolsa y es de gran importancia si así evita que se
vacíe una vez llena. Proteged vuestro tesoro contra las pérdidas e invertid solamente donde vuestro
capital esté seguro o donde podáis reclamarlo cuando así lo deseéis y nunca dejéis de recibir el
interés que os conviene. Consultad a los hombres sabios. Pedid consejo a aquellos que tienen
experiencia en la gestión rentable de los negocios. Dejad que su sabiduría proteja vuestro tesoro de
inversiones dudosas.
La quinta manera:
Haced que vuestra propiedad sea una inversión rentable
-Si un hombre reserva una novena parte de las ganancias que le permiten vivir y disfrutar de la vida
y si una de estas nueve partes puede convertirse en una inversión rentable sin perjudicarle, entonces
sus tesoros crecerán con mayor rapidez. Así habló Arkad a su clase en la quinta lección.
Demasiados babilonios educan a su familia en barrios de mala reputación. Los propietarios son muy
exigentes y cobran unos alquileres muy altos por las habitaciones. Las mujeres no tienen espacio
para cultivar las flores que alegran su corazón y el único lugar donde los hijos pueden jugar es en los
sucios senderos.
La familia de un hombre no puede disfrutar plenamente de la vida a no ser que posea un terreno,
que los niños puedan jugar en el campo o que la mujer pueda cultivar además de flores, sabrosas
hierbas para perfumar la comida de su familia.
El corazón del hombre se llena de alegría si puede comer higos de sus árboles y racimos de uvas de
sus viñas. Si posee una casa en un barrio que lo enorgullezca, ello le infunde confianza y le anima a
terminar todas sus tareas. También recomiendo que todos los hombres tengan un techo que lo
proteja tanto a él como a los suyos.
Cualquier hombre bienintencionado puede poseer una casa. ¿Acaso nuestro rey no ha ensanchado
las murallas de Babilonia para que pudiéramos comprar por una cantidad razonable muchas tierras
inservibles?
Queridos estudiantes, os digo que los prestamistas tienen en muy buen concepto a los hombres que
buscan casa y tierras para su familia. Podéis pedir dinero prestado sin dilación si es con el fin loable
de pagar al fabricante de ladrillos o al carpintero, en la medida en que dispongáis de buena parte de
la cantidad necesaria.
Después, cuando hayáis construido la casa, podréis pagar al prestamista regularmente igual que
hacéis con el propietario. En unos cuantos años habréis devuelto el préstamo porque cada pago que
efectuéis reducirá la deuda del prestamista.
Y os alegraréis, tendréis una propiedad en todo derecho y el único pago que realizaréis será el de los
impuestos reales.
Y vuestra buena mujer irá al río con más frecuencia para lavar vuestras ropas y cada vez os traerá
una piel de cabra llena de agua para regar las plantas.
Y el hombre que posea casa propia será bendecido. El coste de su vida se reducirá mucho y hará que
pueda destinar gran parte de sus ganancias a los placeres y a satisfacer sus deseos. Ésta es la quinta
manera de llenarse la bolsa: poseer una casa propia.
La sexta manera:
Asegurar ingresos para el futuro
-La vida de cada hombre va de la infancia a la vejez. Este es el camino de la vida y ningún hombre
puede desviarse a menos que los dioses lo llamen prematuramente al más allá. Por este motivo
declaro: El hombre es quien debe prever unos ingresos adecuados para su vejez y quien debe
preparar a su familia para el tiempo en que ya no esté con ellos para reconfortarlos y satisfacer sus
necesidades. Esta lección os enseñará a llenar la bolsa en los momentos en que ya no sea tan fácil
para vosotros aprender.
Así se dirigió Arkad a su clase el sexto día.
El hombre que comprende las leyes de la riqueza y de este modo obtiene un excedente cada vez
mayor, debería pensar en su futuro próximo. Debería planificar algunos ingresos o ahorrar un dinero
que le dure muchos ayos y del que pueda disponer cuando sea el momento.
Hay distintas formas para que un hombre se procure la necesario para su futuro. Puede buscar un
escondrijo y enterrar un tesoro secreto. Pero aunque lo oculte muy hábilmente, este dinero puede
convertirse en el botín de los mirones. Por este motivo, no lo recomiendo.
Un hombre puede comprar casas y tierras con este fin. Si las escoge juiciosamente en función de su
utilidad y de su valor futuro, tendrán un valor que se acrecentará y sus beneficios y su venta le
recompensarán según los objetivos que se haya fijado.
Un hombre puede prestar una pequeña suma de dinero al prestamista y aumentarla a intervalos
regulares. Los intereses que el prestamista añada contribuirán ampliamente a aumentar el capital.
Conozco a un fabricante de sandalias llamado Ausan que me explicó, no hace mucho tiempo, que
cada semana, durante ocho años, llevó al prestamista dos monedas. El prestamista le acaba de
entregar un estado de cuentas que le ha alegrado mucho. El total de su depósito junto con el interés a
una tasa actual de un cuarto de su valor cada cuatro años, le ha producido cuarenta monedas.
Le he animado a continuar, demostrándole gracias a mis conocimientos matemáticos, que dentro de
doce años sólo depositando semanalmente dos monedas, obtendrá cuatro mil monedas con las que
podrá sobrevivir el resto de sus días.
Seguro que si una contribución regular produce resultados tan provechosos, ningún hombre se
puede permitir no asegurarse un tesoro para su vejez y la protección de su familia, sin importar
hasta qué punto sus negocios e inversiones actuales son prósperos.
Incluso diría más. Creo que algún día habrá hombres que inventarán un plan para protegerse contra
la muerte, los hombres sólo pagarán una cantidad mínima regularmente y el importe total
constituirá una suma importante que la familia del finado recibirá. Creo que esto es muy aconsejable
y lo recomiendo con vehemencia. Actualmente no es posible porque tiene que continuar más allá de
la vida de un hombre o de una asociación para funcionar correctamente. Tiene que ser tan estable
como el trono real. Creo que algún día existirá un plan como éste y será un gran bendición para
muchos hombres porque hasta el primer pequeño pago pondrá a su disposición una cantidad
razonable para la familia del miembro fallecido.
Como vivimos en el presente y no en los días venideros, tenemos que aprovecharnos de los-medios y
los métodos actuales para llevar a cabo nuestros propósitos. Por ello, recomiendo a todos los
hombres que acumulen bienes para cuando sean viejos de forma sensata y meditada. Pues la
desgracia de un hombre incapaz de trabajar para ganarse la vida o de una familia sin cabeza de
familia es una tragedia dolorosa.
Este es la sexta manera, de llenarse la bolsa: preved los ingresos para los días venideros y asegurad
así la protección de vuestra familia.
La séptima manera:
Aumentad vuestra habilidad para adquirir bienes
-Queridos estudiantes, hoy voy a hablaros de una de las maneras más importantes de amasar una
fortuna. Pero no os hablaré del oro sino de vosotros, los hombres de vistosas ropas que estáis
sentados frente a mí. Voy a hablaros de las cosas de la mente y de la vida de los hombres que
trabajan para o contra su éxito. Así habló Arkad a su clase el séptimo día.
No hace mucho tiempo, un joven que buscaba alguien que le prestara dinero me vino a ver. Cuando
le pregunté sobre sus necesidades, se quejó de que sus ingresos eran insuficientes para cubrir sus
gastos. Le expliqué que en tal caso era un cliente ruin para el prestamista porque no podría devolver
el préstamo. “Lo que necesitas, muchacho, le dije, es ganar más dinero. ¿Qué podrías hacer para
aumentar tus ingresos?”
“Todo lo que pueda, respondió. He intentado hablar con mi patrón seis veces durante dos lunas para
pedirle un aumento pero no lo he conseguido. No puedo hacer más”
Su simpleza hace reír pero poseía una gran voluntad de aumentar sus ganancias. Tenía un justo y
gran deseo ganar más dinero.
El deseo debe preceder a la realización. Vuestros deseos tienen que ser fuertes y bien definidos. Los
deseos vagos no son más que débiles deseos. El único deseo de ser rico no tiene ningún valor. Un
hombre que desea cinco monedas de oro se ve empujado por un deseo tangible que tiene que
culminar con urgencia. Una vez que ha aumentado su deseo de guardar en lugar seguro cinco
monedas de oro, encontrará el modo de obtener diez monedas, luego veinte y más tarde mil; y de
pronto se hará rico. Si aprende a fijarse un pequeño deseo bien definido, ello lo llevará a fijarse otro
más grande; así es como se construyen las fortunas. Se empieza con cantidades pequeñas y luego se
pasa a cantidades más importantes. De este modo el hombre aprende y se hace más hábil.
Los deseos tienen que ser pequeños y bien definidos. Si son demasiado numerosos, demasiado
confusos o están por encima de las capacidades del hombre que quiere llevarlos a cabo, harán que su
objetivo no se cumpla.
A medida que un hombre se perfecciona en su oficio, su remuneración aumenta. En otros tiempos,
cuando era un pobre escriba que grababa en la arcilla por unas cuantas monedas al día, observé que
otros trabajadores escribían más que yo y cobraban más. Entonces, decidí que nadie iba a
superarme. No tardé mucho tiempo en descubrir el motivo de su gran éxito. Puse más interés en mi
trabajo, me concentré más, fui más perseverante y muy pronto pocos hombres podían grabar más
tablillas que yo en un día. Poco tiempo después, tuve mi recompensa; no fue preciso ir a ver a mi
patrón seis veces para pedirle un aumento.
Cuantos más conocimientos adquiramos, más dinero ganaremos. El hombre que espera aprender
mejor su oficio será recompensado con creces. Si es un artesano puede intentar aprender los
métodos y conocer las herramientas más perfeccionadas. Si trabaja en derecho 0 medicina, podrá
consultar e intercambiar opiniones con sus colegas. Si es un mercader, siempre podrá buscar
mercancías de mejor calidad que venderá a bajo precio.
Los negocios de un hombre cambian y prosperan porque los hombres perspicaces intentan mejorar
para ser más útiles a sus superiores. Así que insto a todos los hombres a que progresen y no se
queden sin hacer nada, a menos que quieran ser dejados de lado.
Hay muchas obligaciones que llenan la vida de un hombre de experiencias gratificantes. El hombre
que se respeta a sí mismo debe realizar estas cosas y las siguientes.
Debe pagar sus deudas lo más rápidamente posible y no debe comprar cosas que no pueda pagar.
Debe cubrir las necesidades de su familia para que los suyos lo aprecien.
Debe hacer un testamento para que, si los dioses lo llaman, sus bienes sean repartidos justa y
equitativamente.
Debe ser compasivo con los enfermos o los desafortunados y debe ayudarlos. Debe ser previsor y
caritativo can los que quiere.
Así que la séptima y última manera de hacer fortuna consiste en cultivar las facultades intelectuales,
estudiar e instruirse, actuar respetándose a sí mismo. De este modo adquiriréis suficiente confianza
en vosotros mismos para realizar los deseos en que habéis pensado y que habéis escogido.
Estas son las siete maneras de hacer fortuna, extraídas de un larga y próspera experiencia de la vida,
las recomiendo a los que quieran ser ricos.
-Queridos estudiantes, hay más oro en la ciudad de Babilonia de lo que soñéis poseer. Hay oro en
abundancia para todos.
Avanzad y poned en práctica estas verdades; prosperad y haceos ricos, como os corresponde por
derecho.
Avanzad y enseñad estas verdades a todos los súbditos honrados de Su Majestad que quieren
repartirse las grandes riquezas de nuestra bien amada ciudad.
de las ciudades más ricas y con más fabulosos tesoros.
No siempre fue así. Las riquezas de Babilonia son el resultado de la sabiduría de sus habitantes, que
primero tuvieron que aprender la manera de hacerse ricos.
Cuando el buen rey Sargón regresó a Babilonia después de vencer a los elamitas, sus enemigos, se
encontró ante una situación grave; el canciller real le explicó las razones de ello.
-Tras varios años de gran prosperidad que nuestro pueblo debe a Su Majestad, que ha construido
grandes canales de riego y grandes templos para los dioses, ahora que las obras se han acabado, el
pueblo parece no poder cubrir sus necesidades.
-Los obreros no tienen trabajo, los comerciantes tienes escasos clientes, los agricultores no pueden
vender sus productos, el pueblo no tiene oro suficiente para comprar comida.
-¿Pero a dónde ha ido todo el dinero que hemos gastado en esas mejoras? preguntó el rey.
-Me temo mucho que ha ido a parar a manos de algunos pocos hombres muy ricos de nuestra ciudad
-respondió el canciller-. Ha pasado por entre los dedos de la mayoría de nuestras gentes tan rápido
como la leche de cabra pasa por el colador. Ahora que la fuente de oro ha dejado de surtir, los más de
nuestros ciudadanos vuelven a no poseer nada.
-¿Por qué tan pocos hombres pudieron conseguir todo el oro? preguntó el rey después de estar
pensativo durante unos instantes.
-Porque saben cómo hacerlo -respondió el canciller-. No se puede condenar a un hombre porque
logra el éxito; tampoco se puede, en buena justicia, cogerle el dinero que ha ganado honradamente
para dárselo a los que no han sido capaces de hacer otro tanto.
-¿Pero por qué no pueden todos los hombres aprender a hacer fortuna y así hacerse ricos?
-Vuestra pregunta contiene su propia respuesta, Vuestra Majestad, ¿quién posee la mayor fortuna de
la ciudad Babilonia?
-Es cierto, mi buen canciller, es Arkad. Es el hombre más rico de Babilonia, tráemelo mañana.
El día siguiente, como había ordenado el rey, se presentó ante él Arkad, bien derecho y con la mente
despierta a pesar de su edad avanzada.
-¿Poseías algo cuando empezaste?
-Sólo un gran deseo de riqueza. Aparte de eso, nada.
-Arkad -continuó el rey-, nuestra ciudad se encuentra en una situación muy delicada porque son
pocos los hombres que conocen la manera de adquirir riquezas. Esos babilonios monopolizan el
dinero mientras la masa de ciudadanos no sabe cómo actuar para conservar una parte del oro que
recibe en pago.
Deseo que Babilonia sea la ciudad más rica del mundo, y eso significa que debe haber muchos
hombres ricos. Tenemos que enseñar a toda la población cómo puede conseguir riquezas. Dime,
Arkad, ¿existe un secreto para hacerlo? ¿Puede ser transmitido?
-Es una cuestión práctica, Vuestra Majestad. Todo lo que sabe un hombre puede ser enseñado.
-Arkad -los ojos del rey brillaban-, has dicho justamente las palabras que deseaba oír. ¿Te ofrecerías
para esa gran causa? ¿Enseñarías tu ciencia a un grupo de maestros? Cada uno de ellos podría
enseñar a otros hasta que hubiera un número suficiente de educadores para instruir a todos los
súbditos capacitados de mi reino.
-Soy vuestro humilde servidor -dijo Arkad con una reverencia-. Compartiré gustoso toda la ciencia
que pueda poseer por el bienestar de mis conciudadanos y la gloria de mi rey. Haced que vuestro
buen canciller me organice una clase de cien hombres y yo les enseñaré las siete maneras que han
permitido que mi fortuna floreciera cuando no había en Babilonia bolsa más vacía que la mía.
Dos semanas más tarde, las cien personas elegidas estaban en la gran sala del templo del
Conocimiento del rey, estaban sentados en coloreadas alfombras y formaban un semicírculo. Arkad
se sentó junto a un pequeño taburete en el que humeaba una lámpara sagrada que desprendía un
olor extraño y agradable.
-Mira al hombre más rico de Babilonia, no es diferente de nosotros -susurró un estudiante al oído de
su vecino cuando se levantó Arkad.
-Como leal súbdito de nuestro rey -empezó Arkad-, me encuentro ante vosotros para servirle. Me ha
pedido que os transmita mi saber, ya que yo fui, en un tiempo, un joven pobre que deseaba
ardientemente poseer riquezas y encontré el modo de conseguirlas.
Empecé de la manera más humilde, no tenía más dinero que vosotros para gozar plenamente de la
vida, ni más que la mayoría de los ciudadanos de Babilonia.
El primer lugar donde guardé mis tesoros era una ajada bolsa. Detestaba verla así, vacía e inútil.
Deseaba que estuviera abultada y llena, que el oro sonara en ella. Por eso me esforcé por encontrar
las maneras de llenar una bolsa y encontré siete.
Os explicaré, a vosotros que os habéis reunido ante mí, estas siete maneras que recomiendo a todos
los hombres que quieran conseguir dinero a espuertas. Cada día os explicaré una de las siete, y así
haremos durante siete días.
Escuchad atentamente la ciencia que os voy a comunicar; debatid las cuestiones conmigo, discutidlas
entre vosotros. Aprended estas lecciones a fondo para que sean la semilla de una riqueza que hará
florecer vuestra fortuna. Cada uno debe comenzar a construir sabiamente su fortuna; cuando ya
seáis competentes, y sólo entonces, enseñaréis estas verdades a otros.
Os mostraré maneras sencillas de llenar vuestra bolsa. Este es el primer paso que os llevará al templo
de la riqueza, ningún hombre puede llegar a él si antes no pone firmemente sus pies en el primer
escalón. Hoy nos dedicaremos a reflexionar sobre la primera manera.
La primera manera:
Empezad a llenar vuestra bolsa
Arkad se dirigió a un hombre que lo escuchaba atentamente desde la segunda fila.
-Mi buen amigo, ¿a qué te dedicas?
-Soy escriba -respondió el hombre-, grabo documentos en tablillas de barro.
-Yo gané las primeras monedas haciendo el mismo trabajo. De modo que tienes las mismas
oportunidades de amasar una fortuna que yo tuve. Después habló a un hombre de rostro moreno
que se encontraba más atrás. -Dime por favor con qué trabajo te ganas el pan.
-Soy carnicero -respondió el hombre-. Compro cabras a los granjeros y las sacrifico, vendo la carne a
las mujeres y la piel a los fabricantes de sandalias.
-Dado que tienes un trabajo y un salario, tienes las mismas armas que tuve yo para triunfar. Arkad
preguntó a todos cómo se ganaban la vida, procediendo de la misma manera.
-Ya veis, queridos estudiantes -dijo cuando hubo terminado de hacer preguntas-, que hay varios
trabajos y oficios que permiten al hombre ganar dinero. Cada uno de ellos es un filón de oro del que
el trabajador puede obtener una parte para su propia bolsa gracias a su esfuerzo. Podemos decir que
la fortuna es un río de monedas de plata, grandes o pequeñas según vuestra habilidad. ¿No es así?
Todos estuvieron de acuerdo.
-Entonces -continuó Arkad-, si uno de vosotros desea acumular un tesoro propio, ¿no sería sensato
empezar usando esta fuente de riqueza que ya conocemos? También todos estuvieron de acuerdo. En
ese momento Arkad se volvió hacia un hombre humilde que había declarado ser vendedor de
huevos. ¿Qué pasará si tomas una de vuestras cestas y todas las mañanas colocas en ella diez huevos
y por la noche retiras nueve?
-Que al final rebosarán.
-¿Por qué?
-Porque cada día pongo uno más de los que quito.
Arkad se volvió hacia toda la clase sonriendo.
-¿Hay alguien aquí que tenga la bolsa vacía? preguntó.
Los hombres se miraron divertidos, rieron y finalmente sacudieron sus bolsas bromeando.
-Bien -continuó Arkad-. Ahora conoceréis el primer método para llenar los bolsillos. Haced
justamente lo que he sugerido al vendedor de huevos. De cada diez monedas que ganéis y guardéis
en vuestra bolsa, retirad sólo nueve para gastar. Vuestra bolsa empezará a abultarse rápidamente,
aumentará el peso de las monedas y sentiréis una agradable sensación cuando la sopeséis. Esto os
producirá una satisfacción personal.
No os burléis de lo que os digo porque os parezca simple. La verdad siempre es simple. Ya os he
dicho que os contaría cómo amasé mi fortuna.
Así fueron mis comienzos, yo también he tenido la bolsa vacía y la he maldecido porque no contenía
nada con lo que pudiera satisfacer mis deseos. Pero cuando empecé a sacar sólo nueve de cada diez
monedas que metía, empezó a abultarse. Lo mismo le ocurrirá a la vuestra.
Os diré una extraña verdad cuyo principio desconozco. Cuando empecé a gastar sólo las nueve
décimas partes de lo que ganaba: me arreglé igual de bien que cuando lo gastaba todo. No tenía
menos dinero que antes. Además, con el tiempo, obtenía dinero con más facilidad. Es seguramente
una ley de los dioses, que hace que, para los que no gastan todo lo que ganan y guardan un parte es
más fácil conseguir dinero, del mismo modo que el oro no va a parar a manos de quien tiene los
bolsillos vacíos.
¿Qué deseáis con más fuerza? ¿Satisfacer los deseos de cada día, joyas, muebles, mejores ropas, más
comida: cosas que desaparecen y olvidamos fácilmente? ¿O bienes sustanciales como el oro, las
tierras, los rebaños, las mercancías, los beneficios de las inversiones? Las monedas que tomáis de
vuestra bolsas os darán las primeras cosas; las que no retiráis, los segundos bienes que os he
enumerado.
Este es, queridos estudiantes, el primer medio que he descubierto para llenar una bolsa vacía: de
cada diez monedas que ganéis, gastad sólo nueve. Discutidlo entre vosotros. Si alguno puede probar
que no es cierto, que lo diga mañana cuando nos volvamos a encontrar.
La segunda manera:
Controlad vuestros gastos
Algunos de vosotros me habéis preguntado lo siguiente: “¿Cómo puede un hombre guardar la
décima parte de lo que gana cuando ni las diez décimas partes son suficientes para cubrir sus
necesidades más apremiantes?” -se dirigió Arkad a los estudiantes el segundo día.-
-¿Cuántos de vosotros teníais ayer una fortuna más bien escasa?
-Todos -respondió la clase.
-Y sin embargo no ganáis todos lo mismo. Algunos ganan mucho más que otros. Algunos tienen
familias más numerosas que alimentar. Y en cambio, todas las bolsas estaban igual de vacías. Os diré
una verdad que concierne a los hombres y a sus hijos: los gastos que llamamos obligatorios siempre
crecen en proporción a nuestros ingresos si no hacemos algo para evitarlo.
No confundáis vuestros gastos obligatorios con vuestros deseos. Todos vosotros y vuestras familias
tenéis más deseos de los que podéis satisfacer. Usáis vuestro dinero para satisfacer, dentro de unos
límites, estos deseos, pero todavía os quedan muchos sin cumplir.
Todos los hombres se debaten contra más deseos de los que puede realizar. ¿Acaso creéis que,
gracias a mi riqueza, yo los puedo satisfacer todos? Es una idea falsa. Mi tiempo es limitado, mis
fuerzas son limitadas, las distancias que puedo recorrer son limitadas, lo que puedo comer, los
placeres que puedo sentir son limitados.
Os digo esto para que comprendáis que los deseos germinan libremente en el espíritu del hombre
cada vez que hay una posibilidad de satisfacerlos de la misma manera que las malas hierbas crecen
en el campo cuando el labrador les deja un espacio. Los deseos son muchos pero los que pueden ser
satisfechos, pocos.
Estudiad atentamente vuestros hábitos de vida. Descubriréis que la mayoría de las necesidades que
consideráis como básicas pueden ser reducidas o eliminadas. Que sea vuestra divisa el apreciar al
cien por cien el valor de cada moneda que gastéis.
Escribid en una tablilla todas las cosas que causen gastos. Elegid los gastos que son obligatorios y los
que están dentro de los límites de los nueve décimos de vuestros ingresos. Olvidad el resto y
consideradlo sin pesar como parte de la multitud de deseos que deben quedar sin satisfacción.
Estableced una lista de gastos obligatorios. No toquéis la décima parte destinada a engrosar vuestra
bolsa, haced que sea vuestro gran deseo y que se vaya cumpliendo poco a poco. Continuad
trabajando según el presupuesto, continuad ajustándolo según vuestras necesidades. Que el
presupuesto sea vuestro primer instrumento en el control de los gastos de vuestra creciente fortuna.
Entonces, uno de los estudiantes vestido con una túnica roja y dorada se levantó.
-Soy un hombre libre -dijo-. Creo que tengo derecho a gozar de las cosas buenas de la vida. Me rebelo
contra la esclavitud de presupuesto que fija la cantidad exacta de lo que puedo gastar, y en qué. Me
parece que eso me impedirá gozar de muchos de los placeres de la vida y me hará tan pequeño como
un asno que lleva un pesado fardo.
-¿Quién, amigo mío, decidirá tu presupuesto? -Replicó Arkad.
-Yo mismo lo haré protestó el joven.
-En el caso de que un asno decidiera su carga, ¿tú crees que incluiría joyas, alfombras y pesados
lingotes de oro? No lo creo, pondría heno, granó. y una piel llena de agua para el camino por el
desierto.
El objetivo del presupuesto es ayudar a aumentar vuestra fortuna; os ayudará a procuraros los
bienes necesarios y, en cierta medida, a satisfacer parte de los otros, os hará capaces de cumplir
vuestros mayores deseos defendiéndolos de los caprichos fútiles. Como la luz brillante en una cueva
oscura, el presupuesto os muestra los agujeros de vuestra bolsa y os permite taparlos y controlar los
gastos en función de metas definidas y más satisfactorias.
Esta es la segunda manera de conseguir dinero. Presupuestad los gastos de modo que siempre
tengáis dinero para pagar los que son inevitables, vuestras distracciones y para satisfacer los deseos
aceptables sin gastar más de nueve décimos de vuestros ingresos.
La tercera manera:
Haced que vuestro oro fructifique.
-Supongamos que habéis acumulado una gran fortuna. Que os habéis disciplinado para reservar una
décima parte de vuestras ganancias y que habéis controlado vuestros gastos para proteger vuestro
tesoro creciente.
Ahora veremos el modo de hacer que vuestro tesoro aumente. El oro guardado dentro de una bolsa
contenta al que lo posee y satisface el alma del avaro pero no produce nada. La parte de nuestras
ganancias que conservéis no es más que el principio y lo que nos produzca después: es lo que
amasará nuestras fortunas.
Así habló Arkad a su clase el tercer día.
¿Cómo podemos hacer que nuestro oro trabaje?, La primera vez que invertí dinero, tuve mala suerte
porque lo perdí todo. Luego os lo contaré. La primera inversión provechosa que realicé fue un
préstamo que hice a un hombre llamado Agar, un fabricante de escudos. Una vez al año compraba
pesados cargamentos de bronce importados de mares lejanos y que luego utilizaba para fabricar
armas. Como carecía de capital suficiente para pagar a los mercaderes, lo pedía a los que les sobraba
dinero. Era un hombre honrado. Devolvía los préstamos con intereses cuando vendía los escudos.
Cada vez que le prestaba dinero, también le prestaba el interés que me había pagado. Entonces, no
sólo aumentaba el capital sino que también los intereses. Me satisfacía mucho ver cómo estas
cantidades volvían a mi bolsa.
Queridos estudiantes, os digo que la riqueza de un hombre no está en las monedas que transporta en
la bolsa sino en la fortuna que amasa, el arroyo que fluye continuamente y la va alimentando. Es lo
que todo hombre desea. Lo que cualquiera de vosotros desea: una fuente de ingresos que siga
produciendo, estéis trabajando o de viaje.
He adquirido una gran fortuna, tan grande que se dice que soy muy rico. Los préstamos que le hice a
Agar fueron mi primera experiencia en el arte de invertir de forma beneficiosa. Después de esta
buena experiencia, aumenté mis préstamos e inversiones a medida que aumentaba mi capital. Cada
vez había más fuentes que alimentaban el manantial de oro que fluía hacia mi bolsa y que podía
utilizar sabiamente como quisiera.
Y he aquí que mis humildes ganancias habían engendrado un montón de esclavos que trabajaban y
ganaban más oro. Trabajaban para mí igual que sus hijos y los hijos de sus hijos, hasta que, gracias a
sus enormes esfuerzos reuní una fortuna considerable.
El oro se amasa rápidamente cuando produce unos ingresos importantes como observaréis en la
siguiente historia: un granjero llevó diez monedas de oro a un prestamista cuando nació su primer
hijo y le pidió que las prestara hasta que el hijo tuviera veinte años. El prestamista hizo lo que se le
pedía y permitió un interés igual a un cuarto de la cantidad cada cuatro años. El granjero le pidió que
añadiera el interés al capital porque había reservado el dinero enteramente para su hijo.
Cuando el chico cumplió veinte años, el granjero acudió a casa del prestamista para preguntar sobre
el dinero. El prestamista le explicó que las diez monedas de oro ahora tenían un valor de treinta y
una monedas porque gracias al interés que se ganaba sobre los intereses anteriores, la cantidad de
partida se había acrecentado.
El granjero estaba muy contento y como su hijo no necesitaba el dinero, lo dejó al prestamista.
Cuando el hijo tuvo cincuenta años y el padre ya había muerto, el prestamista devolvió al hijo ciento
sesenta y siete monedas.
Es decir que, en cincuenta años, el dinero se había multiplicado aproximadamente por diecisiete.
Esta es la tercera manera de llenar la bolsa: hacer producir cada moneda para que se parezca a la
imagen de los rebaños en el campo y para que ayude a hacer de estos ingresos el manantial de la
riqueza que alimenta constantemente vuestra fortuna.
La cuarta manera:
Proteged vuestros tesoros de cualquier pérdida
La mala suerte es un círculo brillante. El oro que contiene una bolsa debe guardarse
herméticamente. Si no, desaparece. Es bueno guardar en lugar seguro las sumas pequeñas y
aprender a protegerlas antes que los dioses nos confíen las más grandes.
Así habló Arkad a su clase el cuarto día.
Quien posea oro se verá tentado en muchas ocasiones de invertir en cualquier proyecto atractivo. A
veces los amigos o familiares impacientes estarán ansiosos de ganar mucho dinero y participar de las
inversiones y nos urgen a hacerlo.
El primer principio de la inversión consiste en asegurar vuestro capital. ¿Acaso es razonable cegarse
por las grandes ganancias si se corre el riesgo de perder el capital?, Yo diría que no.
El castigo por correr este riesgo es una posible pérdida. Estudiad minuciosamente la situación antes
de separación de vuestro tesoro; cercioraos de que podréis reclamarlo con toda seguridad. No os
dejéis arrastrar por los deseos románticos de hacer fortuna rápidamente.
Antes de prestar vuestro oro a cualquiera, aseguraos de que el deudor os podrá devolver el dinero y
de que goza de buena reputación. No le hagáis, sin saberlo, un regalo: el tesoro que tanto os ha
costado reunir.
Antes de invertir vuestro dinero en cualquier terreno, sed conscientes de los peligros que pueden
presentarse.
Mi primera inversión, en aquel momento, fue una tragedia para mí. Confié mis ahorros de un año a
un fabricante de ladrillos que se llamaba Azmur, que viajaba por los mares lejanos y por Tiro, y que
aceptó comprarme unas extrañas joyas fenicias. Solamente teníamos que vender esas joyas a su
vuelta y repartirnos los beneficios para hacer fortuna. Los fenicios eran unos canallas y vendieron
piezas de vidrio coloreado. Perdí mi tesoro. Hoy, la experiencia impediría que confiara la compra de
joyas a un fabricante de ladrillos.
Así que os aconsejo, con conocimiento y experiencia que no confiéis demasiado en vuestra
inteligencia y no expongáis vuestros tesoros a posibles trampas de inversión. Es mejor hacer caso a
los expertos las cosas que ustedes quieren hacer para que su dinero produzca. Estos consejos son
gratuitos y pueden adquirir rápidamente el mismo valor en oro que la cantidad que se quería
invertir. En realidad, este es el valor real si así os salva de las pérdidas.
Esta es la cuarta manera de incrementar vuestra bolsa y es de gran importancia si así evita que se
vacíe una vez llena. Proteged vuestro tesoro contra las pérdidas e invertid solamente donde vuestro
capital esté seguro o donde podáis reclamarlo cuando así lo deseéis y nunca dejéis de recibir el
interés que os conviene. Consultad a los hombres sabios. Pedid consejo a aquellos que tienen
experiencia en la gestión rentable de los negocios. Dejad que su sabiduría proteja vuestro tesoro de
inversiones dudosas.
La quinta manera:
Haced que vuestra propiedad sea una inversión rentable
-Si un hombre reserva una novena parte de las ganancias que le permiten vivir y disfrutar de la vida
y si una de estas nueve partes puede convertirse en una inversión rentable sin perjudicarle, entonces
sus tesoros crecerán con mayor rapidez. Así habló Arkad a su clase en la quinta lección.
Demasiados babilonios educan a su familia en barrios de mala reputación. Los propietarios son muy
exigentes y cobran unos alquileres muy altos por las habitaciones. Las mujeres no tienen espacio
para cultivar las flores que alegran su corazón y el único lugar donde los hijos pueden jugar es en los
sucios senderos.
La familia de un hombre no puede disfrutar plenamente de la vida a no ser que posea un terreno,
que los niños puedan jugar en el campo o que la mujer pueda cultivar además de flores, sabrosas
hierbas para perfumar la comida de su familia.
El corazón del hombre se llena de alegría si puede comer higos de sus árboles y racimos de uvas de
sus viñas. Si posee una casa en un barrio que lo enorgullezca, ello le infunde confianza y le anima a
terminar todas sus tareas. También recomiendo que todos los hombres tengan un techo que lo
proteja tanto a él como a los suyos.
Cualquier hombre bienintencionado puede poseer una casa. ¿Acaso nuestro rey no ha ensanchado
las murallas de Babilonia para que pudiéramos comprar por una cantidad razonable muchas tierras
inservibles?
Queridos estudiantes, os digo que los prestamistas tienen en muy buen concepto a los hombres que
buscan casa y tierras para su familia. Podéis pedir dinero prestado sin dilación si es con el fin loable
de pagar al fabricante de ladrillos o al carpintero, en la medida en que dispongáis de buena parte de
la cantidad necesaria.
Después, cuando hayáis construido la casa, podréis pagar al prestamista regularmente igual que
hacéis con el propietario. En unos cuantos años habréis devuelto el préstamo porque cada pago que
efectuéis reducirá la deuda del prestamista.
Y os alegraréis, tendréis una propiedad en todo derecho y el único pago que realizaréis será el de los
impuestos reales.
Y vuestra buena mujer irá al río con más frecuencia para lavar vuestras ropas y cada vez os traerá
una piel de cabra llena de agua para regar las plantas.
Y el hombre que posea casa propia será bendecido. El coste de su vida se reducirá mucho y hará que
pueda destinar gran parte de sus ganancias a los placeres y a satisfacer sus deseos. Ésta es la quinta
manera de llenarse la bolsa: poseer una casa propia.
La sexta manera:
Asegurar ingresos para el futuro
-La vida de cada hombre va de la infancia a la vejez. Este es el camino de la vida y ningún hombre
puede desviarse a menos que los dioses lo llamen prematuramente al más allá. Por este motivo
declaro: El hombre es quien debe prever unos ingresos adecuados para su vejez y quien debe
preparar a su familia para el tiempo en que ya no esté con ellos para reconfortarlos y satisfacer sus
necesidades. Esta lección os enseñará a llenar la bolsa en los momentos en que ya no sea tan fácil
para vosotros aprender.
Así se dirigió Arkad a su clase el sexto día.
El hombre que comprende las leyes de la riqueza y de este modo obtiene un excedente cada vez
mayor, debería pensar en su futuro próximo. Debería planificar algunos ingresos o ahorrar un dinero
que le dure muchos ayos y del que pueda disponer cuando sea el momento.
Hay distintas formas para que un hombre se procure la necesario para su futuro. Puede buscar un
escondrijo y enterrar un tesoro secreto. Pero aunque lo oculte muy hábilmente, este dinero puede
convertirse en el botín de los mirones. Por este motivo, no lo recomiendo.
Un hombre puede comprar casas y tierras con este fin. Si las escoge juiciosamente en función de su
utilidad y de su valor futuro, tendrán un valor que se acrecentará y sus beneficios y su venta le
recompensarán según los objetivos que se haya fijado.
Un hombre puede prestar una pequeña suma de dinero al prestamista y aumentarla a intervalos
regulares. Los intereses que el prestamista añada contribuirán ampliamente a aumentar el capital.
Conozco a un fabricante de sandalias llamado Ausan que me explicó, no hace mucho tiempo, que
cada semana, durante ocho años, llevó al prestamista dos monedas. El prestamista le acaba de
entregar un estado de cuentas que le ha alegrado mucho. El total de su depósito junto con el interés a
una tasa actual de un cuarto de su valor cada cuatro años, le ha producido cuarenta monedas.
Le he animado a continuar, demostrándole gracias a mis conocimientos matemáticos, que dentro de
doce años sólo depositando semanalmente dos monedas, obtendrá cuatro mil monedas con las que
podrá sobrevivir el resto de sus días.
Seguro que si una contribución regular produce resultados tan provechosos, ningún hombre se
puede permitir no asegurarse un tesoro para su vejez y la protección de su familia, sin importar
hasta qué punto sus negocios e inversiones actuales son prósperos.
Incluso diría más. Creo que algún día habrá hombres que inventarán un plan para protegerse contra
la muerte, los hombres sólo pagarán una cantidad mínima regularmente y el importe total
constituirá una suma importante que la familia del finado recibirá. Creo que esto es muy aconsejable
y lo recomiendo con vehemencia. Actualmente no es posible porque tiene que continuar más allá de
la vida de un hombre o de una asociación para funcionar correctamente. Tiene que ser tan estable
como el trono real. Creo que algún día existirá un plan como éste y será un gran bendición para
muchos hombres porque hasta el primer pequeño pago pondrá a su disposición una cantidad
razonable para la familia del miembro fallecido.
Como vivimos en el presente y no en los días venideros, tenemos que aprovecharnos de los-medios y
los métodos actuales para llevar a cabo nuestros propósitos. Por ello, recomiendo a todos los
hombres que acumulen bienes para cuando sean viejos de forma sensata y meditada. Pues la
desgracia de un hombre incapaz de trabajar para ganarse la vida o de una familia sin cabeza de
familia es una tragedia dolorosa.
Este es la sexta manera, de llenarse la bolsa: preved los ingresos para los días venideros y asegurad
así la protección de vuestra familia.
La séptima manera:
Aumentad vuestra habilidad para adquirir bienes
-Queridos estudiantes, hoy voy a hablaros de una de las maneras más importantes de amasar una
fortuna. Pero no os hablaré del oro sino de vosotros, los hombres de vistosas ropas que estáis
sentados frente a mí. Voy a hablaros de las cosas de la mente y de la vida de los hombres que
trabajan para o contra su éxito. Así habló Arkad a su clase el séptimo día.
No hace mucho tiempo, un joven que buscaba alguien que le prestara dinero me vino a ver. Cuando
le pregunté sobre sus necesidades, se quejó de que sus ingresos eran insuficientes para cubrir sus
gastos. Le expliqué que en tal caso era un cliente ruin para el prestamista porque no podría devolver
el préstamo. “Lo que necesitas, muchacho, le dije, es ganar más dinero. ¿Qué podrías hacer para
aumentar tus ingresos?”
“Todo lo que pueda, respondió. He intentado hablar con mi patrón seis veces durante dos lunas para
pedirle un aumento pero no lo he conseguido. No puedo hacer más”
Su simpleza hace reír pero poseía una gran voluntad de aumentar sus ganancias. Tenía un justo y
gran deseo ganar más dinero.
El deseo debe preceder a la realización. Vuestros deseos tienen que ser fuertes y bien definidos. Los
deseos vagos no son más que débiles deseos. El único deseo de ser rico no tiene ningún valor. Un
hombre que desea cinco monedas de oro se ve empujado por un deseo tangible que tiene que
culminar con urgencia. Una vez que ha aumentado su deseo de guardar en lugar seguro cinco
monedas de oro, encontrará el modo de obtener diez monedas, luego veinte y más tarde mil; y de
pronto se hará rico. Si aprende a fijarse un pequeño deseo bien definido, ello lo llevará a fijarse otro
más grande; así es como se construyen las fortunas. Se empieza con cantidades pequeñas y luego se
pasa a cantidades más importantes. De este modo el hombre aprende y se hace más hábil.
Los deseos tienen que ser pequeños y bien definidos. Si son demasiado numerosos, demasiado
confusos o están por encima de las capacidades del hombre que quiere llevarlos a cabo, harán que su
objetivo no se cumpla.
A medida que un hombre se perfecciona en su oficio, su remuneración aumenta. En otros tiempos,
cuando era un pobre escriba que grababa en la arcilla por unas cuantas monedas al día, observé que
otros trabajadores escribían más que yo y cobraban más. Entonces, decidí que nadie iba a
superarme. No tardé mucho tiempo en descubrir el motivo de su gran éxito. Puse más interés en mi
trabajo, me concentré más, fui más perseverante y muy pronto pocos hombres podían grabar más
tablillas que yo en un día. Poco tiempo después, tuve mi recompensa; no fue preciso ir a ver a mi
patrón seis veces para pedirle un aumento.
Cuantos más conocimientos adquiramos, más dinero ganaremos. El hombre que espera aprender
mejor su oficio será recompensado con creces. Si es un artesano puede intentar aprender los
métodos y conocer las herramientas más perfeccionadas. Si trabaja en derecho 0 medicina, podrá
consultar e intercambiar opiniones con sus colegas. Si es un mercader, siempre podrá buscar
mercancías de mejor calidad que venderá a bajo precio.
Los negocios de un hombre cambian y prosperan porque los hombres perspicaces intentan mejorar
para ser más útiles a sus superiores. Así que insto a todos los hombres a que progresen y no se
queden sin hacer nada, a menos que quieran ser dejados de lado.
Hay muchas obligaciones que llenan la vida de un hombre de experiencias gratificantes. El hombre
que se respeta a sí mismo debe realizar estas cosas y las siguientes.
Debe pagar sus deudas lo más rápidamente posible y no debe comprar cosas que no pueda pagar.
Debe cubrir las necesidades de su familia para que los suyos lo aprecien.
Debe hacer un testamento para que, si los dioses lo llaman, sus bienes sean repartidos justa y
equitativamente.
Debe ser compasivo con los enfermos o los desafortunados y debe ayudarlos. Debe ser previsor y
caritativo can los que quiere.
Así que la séptima y última manera de hacer fortuna consiste en cultivar las facultades intelectuales,
estudiar e instruirse, actuar respetándose a sí mismo. De este modo adquiriréis suficiente confianza
en vosotros mismos para realizar los deseos en que habéis pensado y que habéis escogido.
Estas son las siete maneras de hacer fortuna, extraídas de un larga y próspera experiencia de la vida,
las recomiendo a los que quieran ser ricos.
-Queridos estudiantes, hay más oro en la ciudad de Babilonia de lo que soñéis poseer. Hay oro en
abundancia para todos.
Avanzad y poned en práctica estas verdades; prosperad y haceos ricos, como os corresponde por
derecho.
Avanzad y enseñad estas verdades a todos los súbditos honrados de Su Majestad que quieren
repartirse las grandes riquezas de nuestra bien amada ciudad.
No comments:
Post a Comment